Sangre, sudor y lágrimas le costó a la Argentina decente y civilizada sacarse de encima a Cristina Fernández de Kirchner (CFK). Millones de personas salieron a las calles en varias oportunidades durante su Gobierno para frenar la propuesta de reforma constitucional, que tenían la intención de perpetuar a CFK en el poder. No fue fácil, claro. Pero el país se puso de pie para frenar el autoritarismo en un momento clave y, como no ocurrió en otros países de la región, el populismo tuvo que entregar el poder luego de un proceso electoral.
El hombre que estuvo en el momento justo fue Mauricio Macri. Con el apoyo de la Unión Cívica Radical, centenario partido socialdemócrata, y la Coalición Cívica de Elisa “Lilita Carrió”, el primer presidente democrático que no provenía de ninguna de las dos fuerzas políticas tradicionales se hizo cargo del país. La situación era muy complicada, claro. No blanquearlo ante la opinión pública fue el primer grave error de Cambiemos.
Al inicio del Gobierno, que hoy se convierte en historia, Macri decidió aferrarse a un mensaje optimista. Haciendo caso a sus asesores, que le recomendaron evitar las reformas de fondo, Cambiemos escondió los problemas debajo de la alfombra apostando a una vieja y conocida (y también fracasada) receta: el mal llamado “gradualismo”.
Para evitar cualquier inconveniente político, enfrentamientos con los sindicatos y cuestionamientos de la izquierda (igualmente tuvieron todo eso) el macrismo se dedicó a sobreactuar un progresismo berreta, que no hizo otra cosa que agravar los problemas y decepcionar a los votantes propios. Al igual que José Alfredo Martínez de Hoz (primer ministro de la última dictadura militar), el Gobierno saliente consideró que no estaban dadas las condiciones para una terapia “de shock” y un programa de reformas profundo, por lo que se dedicó a financiar con endeudamiento el déficit estructural argentino. La idea era que la credibilidad de la gestión, supuestos antagonistas al populismo, iba a ser garantía de las inversiones necesarias para reactivar la economía. Pero sin reforma estructural del Estado que permita una baja en la presión impositiva, y sin una reforma laboral que haga de la creación de empleo privado algo seguro (y no una amenaza para el empresario) la “lluvia de inversiones” jamás llegó.
Pero si hubo algo peor que el pésimo programa económico (en realidad no hubo ni eso) fue la estrategia política de polarizar con CFK, flamante vicepresidente de la nación… o vicepresidenta como le gusta decir a ella. El macrismo pensó que con la exmandataria como jefe de la oposición tendría la reelección asegurada, pero el desastre económico fue tan grande que CFK terminó ganando la pulseada.
Macri deja una complicada herencia en lo económico (que no es más que la que recibió él agravada), pero su peor legado a la posteridad es el retorno triunfal de Cristina. En el acto de este mediodía, donde ambos se cruzaron en la jura de las nuevas autoridades, CFK se comportó como siempre: irrespetuosa y agresiva. Lo lleva en su ADN y no podrá cambiar nunca. Si bien no es la única dueña del poder, como fue entre 2007 y 2015, hoy es la jugadora principal del oficialismo y Argentina transita en la cuerda floja. Hay que esperar por la resolución de la puja peronista (una vez más) y esperar que el Justicialismo haga lo que el macrismo no hizo: jubilar a la mujer que representa la peor amenaza para la república, la división de poderes y la libertad de prensa.
Entre los humildes logros de Macri quedará haber sido el primer presidente no peronista que termina su mandato desde 1928. También hay que reconocerle que, desde el Estado, se terminó con la violencia y la agresividad que tuvo el kirchnerismo. Pero claro, no se puede dejar pasar el hecho de que la irresponsabilidad y cobardía de su Gobierno hoy pone a la Argentina en foja cero.
A partir de ahora, la historia se escribe a diario.