No es un secreto que el presidente argentino está rodeado del mismo espacio político que lo llevó a la Casa Rosada. Aunque su perfil sea diferente al de su vice, Cristina Kirchner, su libertad de acción está acotada considerablemente. Al menos por ahora…
Ya desde su campaña, Fernández fue víctima y responsable de una ambiguedad discursiva que se ve de forma muy clara en relación al tema Venezuela. Pero lamentablemente para Alberto, no hay espacio ni tiempo para jugar a dos puntas. Las relaciones internacionales de Argentina quedaron subordinadas a la complicadísima agenda económica. Los vencimientos imposibles con el Fondo Monetario Internacional necesitan el visto bueno de Donald Trump para modificarse, pero el apoyo del presidente nortaemericano no es gratis.
Aunque compartieron con el líder repubicano una extensa y amistosa charla telefónica luego de las elecciones (donde Trump prometió interceder ante el FMI para ayudar a la Argentina), ayer hubo un pequeño escándalo en el acto de asunción que puede tener impacto. En realidad no es tan pequeño, dada la trascendencia del personaje en cuestión, que se fue repentinamente en clarísimo repudio a una de las caras que se habían hecho presentes. Mauricio Claver-Carone, enviado de Washington a la asunción de Alberto, se fue sin mediar palabra y antes del juramento del nuevo presidente al ver que, entre los invitados internacionales, estaba Jorge Rodríguez, ministro del régimen de Nicolás Maduro.
La presencia del encargado de la cartera de Comunicación de la dictadura chavista, y hermano de Delcy Rodríguez, es más que llamativa. Resulta que, por las sanciones que pesan sobre el funcionario venezolano, Rodríguez no debió haber podido ingresar al país. Sí lo hizo hubo acuerdo y negociación con la gestión de Macri, que, hasta ayer, todavía estaba en funciones.
El episodio fue cubierto por todos los medios argentinos y ya tuvo sus repercusiones a nivel internacional. El kirchnerismo seguramente salga a hacer uso del argumento de la soberanía, para defender la tesis que Argentina no puede someterse a la interferencia de otro país. Y, lógicamente, que los apremios de la economía no son excusa como para perder la “dignidad” e “independencia” nacional. Desde otro costado, más principista, seguramente se dirá que, más allá de todo, el nuevo gobierno no debería volver a los vínculos con una dictadura, que tanto sufrimiento le ha causado a su pueblo. Alberto Fernández está en el medio y sus preocupaciones deben estar más vinculadas a las urgencias y a cuestiones de índoles utilitarias, por así decirlo.
Las variables de la ecuación son claras: pareciera ser que Alberto Fernández, sobre todo por la designación de su ministro de Economía, no tiene otra cosa en mente que evitar el default a cualquier precio. Pero para eso, las relaciones con Trump son más que claves. Del otro lado está el kirchnerismo duro, que no teme al aislamiento radical y que desea volver a los vínculos internacionales paupérrimos que tuvo el país hasta hace muy poco. Dado el gabinete nombrado, el nuevo presidente argentino apela al tiempo para fortalecer su propia imagen. Ayer lo dejó claro: le llevó la silla de ruedas a Gabriela Michetti, aplaudió y abrazó a Mauricio Macri y dio un discurso aceptablemente moderado. Pero como dijimos al principio, está rodeado.
Lamentablemente para Fernández, no hay mucho tiempo. Los vencimientos de la deuda argentina dejan una moneda girando en el aire: en una cara está el favor de Trump y una chance con el FMI, pero del otro está el default y tiene el rostro de Nicolás Maduro.