Cuando el personal del ministerio de Cultura de Argentina llegó a su lugar de trabajo en el primer día de gestión de Tristán Bauer, funcionario designado por Alberto y Cristina Fernández, se encontró con una novedad: los dispositivos biométricos que controlan horario y asistencia estaban destruidos. En algunos casos el lector donde se apoya el dedo estaba roto o dañado, pero en otros, el aparato estaba directamente arrancado de la pared. El siniestro tuvo lugar entre la salida de las autoridades macristas y el arribo de la nueva gestión peronista.
Desde el sindicato de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado) aseguraron que no hay conflicto ni “medidas de fuerza”. La agrupación sindical le bajó el tono al problema y aseguró que en las dependencias donde aparecieron rotos los sistemas, los empleados pueden firmar las planillas o registrarse con los datos biométricos en otra oficina en la que sí funcionan todavía. La única preocupación de ATE por estas horas es la negociación de unos contratos que tienen pendientes y que esperan asegurar con las nuevas autoridades.
Desde otra agrupación gremial, UPCN (Unión del personal Civil de la Nación), se llegó a sugerir que los destrozos fueron realizados por los funcionarios de la gestión saliente, para perjudicar la imagen de los trabajadores estatales. “Durante mucho tiempo nos estuvieron denigrando, que no laburamos, que somos vagos, nos querían hacer poner el dedito para apretarnos, pero es todo lo contrario, porque nosotros trabajamos”, indicaron desde el sindicato.
El problema de fondo sigue sin discutirse
Ante estas situaciones, gran parte de la opinión pública se indigna profundamente. Sobre todo en los espacios más afines al expresidente Mauricio Macri. Pero indignarse por estas cuestiones es convivir con el problema, literalmente. Es no percibir que el camino es el equivocado y que hay que hacer un cambio de fondo y profundo. Si no estamos perdidos.
Quedarse en la cuestión del control al empleado público, para que se presente a trabajar todos los días, en un marco de estatismo exacerbado es absurdo y hasta contraproducente. Quita el foco de la cuestión importante y hasta puede generar un leviatán más invasivo y perjudicial. El macrismo, en su fallido programa económico, pero también cultural, no se animó a dar el debate de fondo que genera mucho de los problemas de la economía argentina: el sobredimensionado aparato gubernamental.
Para financiar las miles de dependencias públicas (en su mayoría absolutamente inútiles) necesitan cobrarse altísimos impuestos. Estos perjudican la creación de empleo, limitan la producción y el consumo, y se requiere también de la emisión monetaria descontrolada, para cubrir el déficit fiscal. Esta es la contracara de la inflación que perjudica a todos, pero más que nada a los que menos tienen. Cuando la situación no es de desastre total y hay un mínimo de credibilidad, Argentina suele recurrir a la deuda, también para cubrir el rojo de un Estado prebendario y descomunal.
Claro que es preocupante la impunidad con la que ocurren estas cosas y sin dudas se tratan de un mensaje político claro. Pero si la oposición al neoperonismo será la búsqueda para reinstalar los controles biométricos en las dependencias públicas, en lugar de discutir el tamaño del Estado, Argentina no tiene ninguna posibilidad de salir del desastre en que está metida.