Cuando asumió Mauricio Macri en diciembre de 2015 y presentó su plan económico, o mejor dicho, su “no plan económico”, desde estas columnas advertimos que el programa estaba condenado al fracaso. La falsa idea de “gradualismo” y el endeudamiento externo como financista de un déficit que no se cortaba, mientras se esperaba un crecimiento improbable, repitió el error del primer plan de la dictadura militar y su ministro de Economía, Martínez de Hoz. La historia anunciaba un desastre más que anunciado.
Hoy, una vez más, a pocos días del inicio del nuevo Gobierno peronista, lamentablemente se percibe venir el otro fracaso repetido de la historia argentina: el que suele venir después de los experimentos heterodoxos de discurso liberal, pero de continuidad populista en todas las cuestiones de fondo. Es decir, el populista irresponsable puro y duro. El desastre al que puede llevar este camino puede ser semejante al generado por Raúl Alfonsín, primer presidente de la democracia moderna (1983-1989).
Repudiando el endeudamiento macrista, el equipo de Alberto Fernández, en lugar de encarar las reformas que el expresidente no realizó, hoy acude al Banco Central como abastecedor de billetes para cubrir parte del faltante del déficit fiscal. Una vez más, Argentina se hunde en el círculo vicioso que prueba de todo menos de achicar el Estado.
Desde las elecciones, el monopolio monetario argentino ha impreso 450 mil millones de pesos. Solamente en la última semana, el BCRA ha inyectado 100 mil millones para socorrer al fisco, por lo que la base monetaria se ha expandido un 32 % solamente en los últimos dos meses del año. No hay que ser economista para explicar el resultado de este manotazo de ahogado en un país en recesión.
Con la inconvertibilidad de facto del peso argentino, las nuevas autoridades pueden lograr mantener las reservas en dólares del Central, pero lo que no lograrán es que la emisión se traslade a precios y que la divisa norteamericana del mercado negro se dispare eventualmente.
Dentro del Gobierno (en privado) no todos son defensores ideológicos de este programa. Ese sector, el más alejado conceptualmente del kirchnerismo, sabe que se viene una crisis grave. De forma poco responsable, este espacio del peronismo admite off the record que apuesta a una “crisis controlada”. Esa crisis en teoría haría el trabajo sucio en la economía, licuando los pasivos, y también permitiría supuestamente repensar la alianza gobernante, con un kirchnerismo desacreditado por el fracaso eventual de semejante intervencionismo. Sin embargo, la idea de la crisis controlada parece como mínimo peligrosa. Los que entienden las implicaciones de lo que están haciendo en la actual gestión están jugando con fuego. No sea cosa que se quemen y la crisis, lejos de poder ser controlada, se los termine llevando puestos a ellos también con una hiperinflación.