Hasta hace unos días, cuando la provincia de Buenos Aires caminaba por la cornisa del default, el gobernador kirchnerista Axel Kicillof se la daba de guapo: “La propuesta para los bonistas es esta, si no les gusta perdemos todos”, dijo palabras más, palabras menos el economista predilecto de Cristina Fernández de Kirchner.
Hecho el anuncio, que daba a entender que no había vuelta atrás, los acreedores de la deuda pública provincial debían aceptar en un 75 % la postergación del pago de capital hasta mayo. La Nación ya había reconocido públicamente que no saldría al rescate de la provincia, aunque el gobernador sea del mismo signo político. Alberto Fernández sabía que si salvaba al delfín de CFK tendría que soccorrer a todos los distritos en problemas y, para todos, lógicamente no alcanza.
Llegó la fecha límite y Kicillof no alcanzó el número mágico. Por lo tanto era pagar o aceptar el default automático. Finalmente los tenedores de los bonos BP21 hicieron la especulación correcta: Kicillof tuvo que meterse el discurso revolucionario en el bolsillo y pagar.
En una presentación ante los medios, Kicillof se abrazó a la excusa del último video que trascendió de Mauricio Macri, donde el expresidente reconoció que su equipo no advirtió los riesgos de la deuda. Este fue el argumento del gobernador, ya que los bonos en cuestión fueron emitidos por el peronismo en la gestión anterior. Pero como el financiamiento general se congeló en la última crisis de hace dos años, Kicillof responsabiliza a Cambiemos.
El daño y la crisis es estructural
Aunque la oposición le pase la factura a la actual gestión y el peronismo haga lo mismo con el macrismo, lo cierto es que la provincia de Buenos Aires sufre desde hace muchos años un desajuste presupuestario y tiene serios problemas de endeudamiento. La discriminación en la coparticipación federal representa un problema de índole estructural.
Sin embargo, el peronismo sí tiene que reconocer que tanto Kirchner (como senadora) y Daniel Scioli (como exlegislador y exgobernador) no han tenido el liderazgo necesario para defender los intereses de una provincia que mal representaron.
Las altas tasas de interés y los vencimientos de corto plazo representan un drama que requiere un cuidadoso programa de reestructuración. Pero claro, aunque la improvisación oficial le abra el paso a un asesoramiento profesional, congelar los gastos en lo inmediato para poder equiparar las cuentas con el correr de los años es imposible para la gestión K. Ellos ganaron la elección con promesas de un populismo que no podrán financiar y, si hacen lo que deben, sus mismos electores los sacan a patadas.
Resumiendo la novela, lo de Kicillof fue un papelón. Una bravuconada de la que hoy tiene que pagar el precio. Pero hay que reconocerle que, dentro de todo, terminó actuando con sensatez. Permanecer obstinado en el capricho podría haberle salido mucho más caro a la provincia.