El peronismo, aunque fue creado e impulsado de arriba hacia abajo por el mismo General, se ha mantenido en el tiempo y ha tenido diferentes “vanguardias” a manos de las juventudes justicialistas. En muchas oportunidades estos grupos han querido ser más papistas que el papa o, mejor dicho en este caso, más peronistas que Perón. La imagen obligada en este sentido es el quiebre a principios de los setenta, cuando el líder echa de la Plaza de Mayo a los Montoneros, que ya no le respondían y atentaban directamente contra él y sus intereses. La organización guerrillera consideraba que era Perón el que había traicionado los principios de su propia doctrina.
Resumiendo, la misma militancia que el expresidente utilizó para volver al poder se terminó radicalizando y le empezó a “patear en contra”, como se dice en Argentina.
En el nuevo siglo, aunque persiste el peronismo como fuerza hegemónica de la política nacional, dentro de todo los divagues son más frívolos e inofensivos. Sin embargo, algunos denominadores comunes quedan. Hoy, “la jefa” también tiene ciertos dolores de cabeza con los díscolos de la juventud que, aunque ya no se agarran a los tiros, contribuyen a minar la representación mayoritaria del espacio político.
La última semana en Cuba, la misma Cristina Fernández de Kirchner (CFK) se manifestó en contra del delirio denominado “lenguaje inclusivo”. Aunque manifestó que desea que le sigan diciendo “presidenta”, reconoció que no le gusta en lo más mínimo el “todes”. “Prefiero el todos y todas”, señaló.
Claro que detrás de la recalculación está la opinión del electorado. Si bien muchos argentinos sienten simpatía por la cuestión de la “presidenta”, ya las grandes mayorías no quieren saber nada con el “todes” o el “todxs” que los mismos militantes juveniles del kirchnerismo utilizan constantemente. Para muchos argentinos eso ya es demasiado. Todo tiene un límite y si a la gente no le gusta, el feminismo y sus manifestaciones pueden quedar a un lado. Como buena peronista, CFK no hará jamás nada que la aleje demasiado de los espacios mayoritarios… pidan lo que pidan. Después, en todo caso, se verá como se justifica el recule. El justicialismo es especialista en este sentido.
En el día de San Valentín, y hablando de las agendas vanguardistas de la juventud peronista que nada tienen que ver con los intereses políticos de la casta, aparecieron unos carteles por la Ciudad de Buenos Aires con una consigna bizarra que poco se relaciona con los temas de interés político actual.
Con el “#14 de febrero”, los dirigentes comunales compartieron con los vecinos la siguiente consigna: “El amor romántico reproduce estereotipos de género heteropatriarcales”. La frase seguramente mucho no le dijo a la jubilada del barrio a la que Alberto Fernández apeló para conseguir el voto. Los panfletos, pegados mayormente en los árboles y las paredes, cierran con la invitación a construir “vínculos más sanos, abiertos e igualitarios”.
Si Kirchner tuvo que salir a separarse del lenguaje inclusivo, seguramente no recibió de mejor manera la nueva lucha de la juventud peronista. Ya la marchita donde se llama a “combatir el capital” pasó de moda. Ahora hay que salir a combatir al “amor romántico” en pos de la justicia social de la actualidad.
Más allá de lo delirante que suena el afiche en un país con 50 % de inflación anual y altísimos índices de pobreza, indigencia y desocupación, la consigna muestra que los militantes kirchneristas no distinguen en lo más mínimo lo que es debate de políticas públicas y cuestiones de la intimidad de las personas.
Plantear estos temas desde la política es asociarlos a una hipotética agenda gubernamental. Esto significa que los jóvenes revolucionarios, sin pretenderlo, se convirtieron en la nueva versión del conservadurismo retrógrado autoritario. No importa si se trata de los años de los militares, cuando los oficiales entraban a los hoteles para chequear que las parejas estuvieran legalmente casadas o si se combate al “amor romántico”. El denominador común es el mismo: la vulneración de la intimidad de las personas y la interferencia gubernamental donde nada tiene que hacer.
Si una pareja, o una persona, o un trío decide una forma de vida y esta no afecta a terceros, el Estado y la política nada tienen que hacer allí. Si la modernidad y la civilización dejaron atrás épocas oscuras donde las presiones sociales y estatales demandaban un estilo de vida determinado, lo peor que podemos hacer hoy es crear un nuevo modelo virtuoso. Como nada de malo tenía hace medio siglo si dos personas decidían no casarse, no hay nada que cuestionar si una pareja hoy decide vivir un “amor romántico” como en las novelas de hace tres siglos.
Lamentablemente, el peronismo, hasta en las cuestiones más frívolas, muestra que poco respeto tiene por las libertades individuales y los modelos de vida que la gente elija. Aunque no lo acepten, hoy, ser vanguardista y revolucionario es defender el estilo de vida que cada uno prefiera.