Los referentes del peronismo, luego de la muerte del General, no lograron reeplicar el encanto del doble discurso que pueda llegar a seducir a diferentes espacios, incluso antagónicos, dentro y fuera del movimiento. Ítalo Luder, que perdió contra Alfonsín, Carlos Menem, Eduardo Duhalde y los Kirchner eran lo que eran. Tenían sus espacios y manejaban como nadie el poder de “la caja” de los recursos del Estado. Nadie fue cuestionado, al menos mientras ejercieron el poder.
Alberto Fernández es el más débil de todos. Al menos por ahora. Llegó con el poder y parte de los votos prestados por CFK y, como puede, logra fortalecer su espacio de influencia y liderazgo, desde el llano mismo. Algo inédito para un presidente y peronista.
Pero si algo tiene Fernández en comparación al resto es ese talento que pudo exhibir solamente Juan Domingo Perón. Claro que Fernández no es Perón, Argentina no es lo que era, el mundo cambió y la realidad es otra. Sin embargo hay algunas cuestiones dignas de reparar y alguna modesta analogía para hacer.
El fundador del peronismo, en sus años de exilio, logró seducir a la extrema derecha e izquierda de su movimiento y ambos grupos operaron para el retorno del “primer trabajador” a la Argentina y al poder. Cuando salían los sindicalistas conservadores, ellos se llevaban una promesa: que se replicaría el modelo corporativista fascista de Franco en España y que ellos serían la columna vertebral del armado del poder, tal como ocurrió en los cincuenta. Pero cuando los que lo visitaban eran los guerrilleros que buscaban una lectura socialista del peronismo, el General se refería al Che Guevara como “el mejor de los nuestros”. Ambos grupos hicieron su trabajo y Perón regresó a la presidencia. Hasta así se podría decir que la estrategia fue exitosa.
Pero, como era de esperar, Perón no pudo compatibilizar las demandas de ambos grupos antagonistas, que terminaron a los tiros y bañaron de sangre al país. El caudillo murió en medio de un incendio generalizado, con la derecha peronista gobernando apoyada en el Terrorismo de Estado y la guerrilla de izquierda en la clandestinidad poniendo bombas, secuestrando y masacrando.
Como dijimos, salvando las distancias, Alberto Fernández, que llegó al poder con el doble discurso como una necesidad, todavía recurre a esa característica que corre el riesgo de convertirse en una droga. Un recurso aparentemente virtuoso, que se torna una necesidad y del que, en algún momento, no se puede salir.
Esta mañana, el gobernador radical de Jujuy, Gerardo Morales, se reunió con el mandatario y salió conforme de la reunión. El dirigente de la UCR opositora aseguró a los medios de que “Alberto no quiere la intervención a la justicia jujeña”. El trasfondo de la cuestión tiene que ver con la detención de la dirigente kirchnerista Milagro Sala. La expresidente y actual vice, Cristina, al igual que su gente, la quieren en libertad, pero según la oposición, el presidente no manipulará a la justicia provincial para que esto ocurra. Mientras tanto, Fernández sigue haciendo equilibrismo.
Ya desde su discurso el día de la asunción anticipó “esperen de mi medidas heterodoxas y ortodoxas, pero siempre en bien de la Argentina“. Desde entonces, su gestión se mantuvo en este equilibro. Dice una cosa (como dar vuelta la página de los setenta) y luego asegura que lo mal interpretaron (y se reúne con la fundadora de Madres de Plaza de Mayo). Ataca a Bolsonaro, pero luego pide que las relaciones entre los países estén por encima de las cuestiones personales entre los presidentes. Protesta contra la deuda, pero el objetivo principal de su gestión es el acuerdo con el FMI y los privados.
Por ahora, el presidente argentino sigue transitando con éxito la soga en las alturas mientras el circo argentino mira el espectáculo. Pero a diferencia del equilibrista clásico, aquí no hay punto de llegada, tampoco hay una red de contención debajo de la soga.
Al final del camino, Fernández deberá elegir de que lado está. Hebe de Bonafini, con la que discutió y luego se fotografió, ya le advirtió lo mismo.