Los argentinos tenemos una soberbia innegable. En las dosis medidas y adecuadas forman parte de una personalidad que nos hace únicos en el mundo. Pero cuando hay un nivel elevado en sangre es peligroso e indignante. Muchos de mis compatriotas, lamentablemente, se creen que pertenecemos a una especie de pueblo elegido y que de ninguna manera podríamos sufrir en carne propia los dramas que vivieron los hermanos venezolanos de la mano del chavismo.
Parece que no nos entra en la cabeza que, tranquilamente, podemos llegar a tener un serio desabastecimiento que nos lleve a enfrentarnos a golpes de puño por un pollo o un cartón de leche. Es cierto que las instituciones políticas y la gente han demostrado que no están dispuestos a suicidarse con una aventura como la que le propuso en su momento Hugo Chávez a su país. Cuando los laderos que la Cristina presidente propusieron debatir una reforma de la Constitución, eso significó la puerta de salida. El mismo peronismo le mostró el camino por donde encontrar el way out. Contamos con ciertas defensas (por ahora) de las que podemos hacer alarde. No muchas, claro. Podemos conformarnos con el hecho de que hasta lo peor de la política comprende que no es buen negocio el abismo.
Sin embargo, la grave situación económica del país, sumada a la pandemia y la cuarentena casi total sí podría sumergirnos en un desastre absoluto, donde nos puede faltar incluso la comida. Al menos como la conocemos ahora los afortunados que comemos todos los días.
En el marco de una entrevista televisiva, los panelistas le preguntaron al economista Javier Milei qué le recomendaba a la gente ante el panorama desolador de la economía nacional que acababa de describir. “Si yo les tuviera que recomendar algo a las personas… yo les sugeriría que, enfáticamente, acumulen alimentos”. Las caras de pánico mezclado de repudio no tardaron en llegar y, luego de un segundo de silencio incómodo, una periodista le repreguntó si estaba recomendando que la gente se dirija inmediatamente a los supermercados para comprar todo y Milei no dejó dudas: “Compren todo lo que puedan”. Al instante comenzó el murmureo y hasta se escuchó a una comunicadora indignada señalar que lo que decía el economista era “una locura”. Definitivamente, el consejo que le pidieron, fue muy mal recibido por la mesa.
Pero como existe la costumbre argentina de la soberbia, que junto a la ignorancia forma un mal combo, también hay otra nefasta, tan improductiva como infantil: la de matar al mensajero cuando lo que no nos gusta es el mensaje. No nos costó nada hace un par de semanas, cuando el mundo todavía era otro, decirle “loca” a Angela Merkel por sugerir la posibilidad de que la mayoría de los alemanes, eventualmente, podría llegar a infectarse del coronavirus (COVID-19). Pero, tarde o temprano, la realidad nos toca la puerta. Si no abrimos entra sola.
Claro que podemos tildar de irresponsable al economista liberal y dejarlo de invitar a los programas de televisión para que no promueva el pánico. Pero, definitivamente, eso no va a contribuir en nada cuando las góndolas, de los pocos mercados disponibles, a los que se acceda con restricciones y sistemas de racionamiento, estén vacías.
La terrible profecía de Milei no tiene que convertirse en realidad necesariamente. Aunque, lamentablemente, hay que reconocer que si no se cambian algunas variables, allí es a donde vamos. Antes de la pandemia y la cuarentena los que pensamos que el Gobierno de Alberto Fernández tiene menos problemas ideológicos que el kirchnerismo duro (lo que no es gran consuelo), nos preguntábamos una cosa: ¿hasta cuándo iban a insistir con el delirio de la emisión descontrolada y los precios máximos? Desde que cambiaron el país y el mundo, ambas políticas se intensificaron al extremo.
Hoy hay algunas escenas que preocupan tanto como la explosión con la heladera vacía: las imágenes de las impresoras de billetes trabajando a todo vapor y los comercios clausurados por el Estado por el incumplimiento de los “precios” regulados. De más está decir que muchos pequeños almacenes ya decidieron cerrar hasta nuevo aviso de motu propio. El control de cambios y el apoyo de algunos supermercadistas que respaldan al Gobierno (mientras desaparece la competencia) terminan de pintar un cuadro nefasto.
Si el Gobierno de Fernández piensa seguir con esta emisión monetaria descontrolada y se toma en serio el control de precios, lo mejor que puede hacer la gente es tener más alimentos no perecederos que pesos en el banco o el colchón. No depende de Milei, depende de lo que hagan las autoridades.
Como comunicador, yo comprendí perfectamente lo que sintió más de un periodista en esa mesa durante el incómodo momento. Lejos de pensar que ellos tienen alguna responsabilidad en todo esto (y sí la tienen), su ceño fruncido en el programa en vivo dejó en evidencia que se estaban preguntando si hacían bien en “darle pantalla” a alguien que garantiza rating, pero que podría estar sembrando el pánico en la población. Aunque no lo comprendan, ni estén listos para entenderlo, esas opiniones son las que tienen que estar hoy en el debate público. Sin embargo, el problema son ellos cuando contrastan estas opiniones, de las que desconfían, con sus pedidos constantes de más controles de precios y “Estado presente”. Ellos son los que, junto a los políticos irresponsables e inescrupulosos, terminarán vaciando las góndolas de los supermercados.
Claro que si el Gobierno no cambia el rumbo y esto termina ocurriendo, tanto los funcionarios de la secretaría de Comercio que clausuran locales, como los comunicadores estrella, más preocupados por el maquillaje y su discurso políticamente correcto, que por entender algo de economía, tendrán las alacenas repletas de comida.
Como dice el analista de mercados Carlos Maslatón… “las advertencias fueron debidamente presentadas”.