“El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”.
La carta abierta que Rodolfo Walsh depositó en varios buzones de las calles de Buenos Aires, al cumplirse el primer aniversario del último gobierno militar argentino, pudo haber precipitado su muerte. Es decir, no hay error al afirmar que Walsh murió, durante la dictadura y con motivo de su ejercicio periodístico. Pero la realidad de la década del setenta argentina merece un análisis un poco más detallado.
Ante la noticia de la extradición de Gonzalo Sánchez, miembro del grupo de tareas que habría terminado con la vida del autor de Operación Masacre el 25 de marzo de 1977, el nombre de Walsh volvió a las primeras planas. Sin embargo, todos los medios limitaron la noticia al “represor” y al “periodista”. Como dijimos, no hay error conceptual en esto. Estamos hablando efectivamente de un represor y de un periodista… un gran periodista, al que en el oficio, la gran mayoría de nosotros no le llega a los talones.
Pero terminar con la descripción y el detalle aquí le permite continuar a la izquierda con el relato mentiroso sobre los años de la guerra sucia. La nueva historia oficial del golpe de 1976 que llegó para implantar un modelo “neoliberal” y que masacró a una juventud ejemplar que luchaba por la democracia y la justicia social.
Como dijimos en más de una oportunidad, la violencia política en Argentina no empezó en 1976, el peronismo fue el que comenzó con el terrorismo de Estado (que Videla solamente continuó), no hubo ningún plan económico liberal o como se llame y la juventud maravillosa masacrada no era demócrata ni socialmente comprometida: eran grupos terroristas que buscaban el socialismo y de haber alcanzado el poder hubiesen dejado a los carniceros del Proceso de Reorganización Nacional como bebés de pecho.
Claro que en el repudiable accionar terrorista del gobierno ilegítimo habrán existido víctimas inocentes. Lamentablemente, todavía no podemos mirar hacia nuestro pasado porque gran parte de la dirigencia del país sigue con la historieta mentirosa de los 30 mil desaparecidos. Y los que no, no se animan a cuestionarla. Repudiar la cobarde represión y accionar del Proceso es una obligación para cualquier persona bien nacida. Pero hay que hacerlo desde el cuadro completo. Teniendo presente a los jueces y fiscales asesinados, al temor del sistema formal de accionar contra los subversivos, a los atentados que eran noticias a diario y a todos los muertos inocentes que cayeron bajo las bombas y escombros del accionar guerrillero.
El talentoso escritor y miembro de la agrupación Montoneros tiene suficientes virtudes como para recordarlo permanentemente por su talento. Pero no hay motivo para una relectura de su vida mentirosa, que deje de lado su participación en una organización terrorista. Incluso en su última carta abierta refuta el relato progresista sobre lo que se dice hoy de los setenta. Le habla a la “Junta Militar” y no a la “dictadura”, reconoce la “guerra” que tuvo lugar por aquellos años e incluso el rol de los “guerrilleros”:
“Cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas”, escribió en aquella oportunidad. Cabe destacar que las agrupaciones terroristas celebraron la llegada de la Junta Militar en marzo de 1976. En un error de cálculos, la extrema izquierda consideró que el hecho generaría un respaldo popular para el proyecto socialista. No hace falta decir que se equivocaron. Fueron masacrados ante un país que miró para otro lado. Muchos que se enteraban de las desapariciones decían en privado…”algo habrán hecho”.
Ojalá una futura generación acepte el pasado y a los hombres que lo hicieron como fueron, con sus luces y sombras. Lamentablemente hoy somos pocos los que disfrutamos la obra de Walsh, pero reconocemos el proyecto autoritario que buscaba implementar en el país. Hasta el día de hoy, los pocos que podemos mirar hacia atrás sin prejuicios ideológicos ni mentiras lidiamos con dos clases de argentinos miopes: Por un lado, los que por el rechazo justificado a las ideas políticas y al accionar de Montoneros ningunean a Walsh y le niegan el lugar que merece en la historia. Por otro, los que se limitan a hablar del gran escritor y periodista y se niegan cualquier debate, porque en el fondo ellos también siguen soñando con la pesadilla que proponían los Montoneros.