Si algo pone en duda la veracidad del último índice de inflación de Argentina, que indicó que abril registró un 1,5 % de aumento, es el plan de lanzar un nuevo billete que quintuplique el valor nominal del de máximo poder adquisitivo en la actualidad.
Por estas horas, el de mil pesos (que equivale a siete dólares en el mercado libre) es el de más alta denominación. Hace ya varias semanas que se confirmó que el Banco Central y la Casa de la Moneda tienen faltante de papel para cubrir con las demandas del Poder Ejecutivo.
Los juegos de la emisión descontrolada y la posterior aspiradora de circulante mediante los “pases” de las letras de liquidez se suceden una y otra vez en una economía cada vez más distorsionada. Mientras los voceros del Gobierno escriben artículos delirantes sobre supuestas refutaciones a las teorías monetarias más básicas, trascendió una imagen de lo que sería el nuevo billete de cinco mil pesos.
Acompañando a la doctora Cecilia Grierson, en el marco de la pandemia del coronavirus (COVID-19) aparece otro médico importante de la historia nacional: el doctor Ramón Carrillo. El problema es que el médico neurocirujano y sanitarista, que vivió entre 1906 y 1956, era un admirador de Adolfo Hitler y su régimen nacional socialista. Durante los años del primer peronismo (período plagado de historias vinculadas al nazismo), Carrillo fue uno de los pilares fundamentales en el diseño del sistema de salud pública del país.
Apenas la imagen del billete en cuestión comenzó a dar vueltas por las redes sociales, la comunidad judía puso el grito en el cielo. Desde el Centro Wiesenthal advirtieron que rechazan “enfáticamente” la elección y recordaron que además de las teorías nazis del “soldado ideal” que defendía Carrillo, el médico también era partidario de “tratamientos” insólitos de género para “curar” a los homosexuales.
El debate fue mayor y el Gobierno hizo silencio de radio. Informalmente, los voceros de Alberto Fernández dijeron que el modelo y el lanzamiento estaban solamente en evaluación y que no hay nada en concreto. Sin embargo, el analista político Jorge Asís aseguró que los billetes ya están impresos y alrededor del presidente no saben qué hacer con el problema que se compraron.
La paradoja de la moneda de un peso
El peso argentino, que en 1991 tenía el valor de un dólar norteamericano, ya no es lo que era. Seguramente si nos encontramos con un ejemplar de esta moneda en el piso caminando por la calle haremos una seria evaluación costo-beneficio para ver si vale la pena el esfuerzo de agacharse y levantarla. Necesitaríamos hoy 128 más para comprar un dólar.
A la fecha, fabricar una de estas moneditas tiene un costo más alto del valor nominal que indica cada unidad. El Estado argentino tiene que gastar, solamente en materiales y sin contar la mano de obra, 1,75 pesos por cada una. Las de dos y cinco pesos salen a lo mismo y por ahora “cubren el costo”. Hay que ver por cuánto tiempo, claro. En la vida real, ya en las calles el redondeo del cambio en las transacciones de efectivo comienza a dejar de lado la utilización de estas monedas. Los 10 pesos de a poco se convierten en la primera unidad considerable de un mínimo valor.