
Aunque suene reiterativo y lo hayamos escrito en decenas de notas, lamentablemente hay que insistir con el punto. Sobre todo porque los nombres de estos programas contraproducentes hacen referencia a este error conceptual, que aparece en los artículos informativos desde el título. Los “precios acordados”, los “precios cuidados”, los “precios máximos” y todos los valores de venta intervenidos por el Estado no son “precios”. Son regulaciones administrativas, imposiciones a las empresas y comercios o “acuerdos” sectoriales, donde una de las partes tiene el látigo de la coerción.
Cuando el kirchnerismo presentó el famoso y fracasado “precios cuidados” dijo que se trató de un “acuerdo” y no de una política de precios máximos, ya que el Gobierno no había puesto en marcha la “ley de abastecimiento” de carácter coercitivo. Claro, un ladrón también puede decir que su víctima le dio voluntariamente la billetera, casi sin la necesidad de mostrar la pistola, porque las consecuencias de la desobediencia al matón son conocidas.
El periodista José Benegas distingue dos categorías claras: “precios” o “palos”. Y cuando no hay una cosa… hay otra. Los precios libres son los únicos “precios” reales de la economía. Son el idioma comunicante que permite que los agentes coordinen la asignación eficiente de recursos. Como bien anticipó Ludwig von Mises, antes de los desastres socialistas, que un modelo sin propiedad privada era sinónimo de una economía sin precios. Aquella cuestión teórica, que parece meramente técnica y menor, fue el talón de Aquiles de todos los experimentos comunistas a lo largo de la historia.
Pero no hace falta llegar al socialismo puro y duro para fracasar económicamente. Si se intervienen algunos precios, la economía mostrará falencias de coordinación, sobrantes y faltantes. Si se regulan mucho, la crisis será mayor e inevitable. A menos manifestaciones de precios reales, Mises diría que hay más dosis de socialismo, por lo tanto peor funcionará la economía. Y Argentina por estos días no hace otra cosa que incrementar los índices de socialismo en sangre.
60 días más de “precios máximos”
El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, miembro del Gabinete del sector “albertista“, confirmó que por los próximos dos meses continuará el programa de “precios máximos” que impulsó el Gobierno al momento de iniciada la cuarentena. Por aquellos días, el oficialismo aseguró que no era momento de la especulación y que por un período determinado, varios alimentos de la canasta básica mantendrían “congelado” el precio en un valor máximo. Pero, en sintonía con la extensión de la cuarentena, el eterno fracaso del programa de precios regulados también se extenderá.
Aunque la resolución saldrá publicada mañana, ya se adelantó que los únicos productos que sufrieron “retoques” son los que se vieron más afectados por la subida del dólar. Todo el resto debería permanecer como hasta ahora. Cabe destacar que, con “precios máximos” y todo, el mes pasado la inflación fue del 1,4 %.
Una política sin chances de éxito y el fantasma del Rodrigazo
Este programa, que fracasó el 100 % de las veces que buscó implementarse, tanto en Argentina como en el resto del mundo, el único misterio que puede arrojar es la pregunta sobre cuál de todos los problemas posibles veremos primero. Las únicas opciones son las siguientes:
- Productos más pequeños o de menor calidad para no cambiar el valor de venta.
- Góndolas semivacías con los faltantes en el lugar de los productos de los precios.
- Empresas que se descapitalizan, demandan menos trabajo o quiebran.
- Comercios, fábricas y distribuidores multadas y clausuradas por evadir las normativas.
Hasta ahora Argentina viene mostrando una mezcla de todos los factores mencionados: la calidad y el tamaño de los productos ya no son las de antes, la mayoría de los ítems regulados brillan por su ausencia cuando uno los busca en la góndola, las empresas que no pudieron achicarse directamente cierran y ya se registraron multas y clausuras a empresas que reconocieron no poder cumplir con la normativa gubernamental. Varios mayoristas ya trabajan con menos productos. Directamente dejaron de renovar los que están regulados, ya que no les dan los costos. Nada de todo esto debería sorprender a los argentinos que ya peinan algunas canas.
En lugar de mantener e incrementar las distorsiones, Argentina debería ir en la dirección opuesta y comenzar a sincerar la economía. Si la bomba no estalla ahora, lo único que puede pasar es que lo haga de acá a algún tiempo con una detonación aún más grande y mortífera. Lamentablemente, el fenómeno detrás del recordado “Rodrigazo” no termina de comprenderse. Muchos argentinos recuerdan que, de un día para el otro, subieron todos los precios y se derrumbó el valor de la moneda. Si vamos a Wikipedia no encontramos algo que ponga en tela de juicio esta lectura superficial:
“Se denomina Rodrigazo a una crisis económica que estalló en Argentina el 4 de junio de 1975, durante el gobierno de Isabel Perón. La crisis se originó cuando el Ministro de Economía de entonces, Celestino Rodrigo (1915-1987), dispuso un ajuste económico que duplicó los precios. Con el objetivo de eliminar la distorsión de los precios relativos, Rodrigo impulsó una fuerte devaluación del 61 % para el cambio comercial y el 50 % para el cambio financiero. La tasa de inflación llegó hasta el 777 % anual y los precios nominales subieron un 183 % al finalizar el ciclo 1975. Se produjo el desabastecimiento de gran cantidad de productos esenciales, entre ellos alimentos, combustibles y otros insumos para el transporte”.
Seguramente sería más claro si dijera: “Argentina mantuvo por demasiado tiempo una economía controlada y regulada, la olla a presión se volvió insoportable y Rodrigo la destapó”. Por ahí la cosa se entendería un poco mejor. Mientras tanto seguimos alimentando el próximo colapso, que puede llegar en cualquier momento.