El Banco Central de la República Argentina (BCRA) es, sin ningún lugar a dudas, el ladrón más grande (por escándalo) de la historia del país. Curiosamente, además de seguir impune, casi nadie percibe su accionar. Todo lo contrario. En el imaginario popular, la entidad aparece como el elemento fundamental para que existan el dinero y las transacciones comerciales.
Desde su creación, el peso suprimió 13 ceros y en la próxima reforma monetaria perderá algunos más. Cabe destacar que para 2001, un billete de 100 valía su equivalente en dólares y al día de hoy no se puede comprar con ese monto en el mercado negro ni una unidad monetaria emitida por la Reserva Federal.
Aunque su maquinita de imprimir billetes, que tiene como finalidad cubrir el déficit fiscal del Estado, no haga otra cosa que devaluar el poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones de los argentinos, la gente sigue buscando la solución al problema en los lugares equivocados: controles de precios y salarios, regulaciones de alquileres y otros tantos absurdos forman parte de las recetas nacionales para combatir la inflación.
Como si el daño que le genera el monopolio monetario al peso no fuera suficiente, el BCRA se dedica también a ponerle palos en la rueda a las personas que pueden ahorrar algo de su ingreso en monedas más estables. El duro control de cambios y las restricciones al efectivo (para que la gente no tenga liquidez para el mercado negro) forma parte de la actividad secundaria de la entidad. La principal es, sin dudas, la destrucción constante del poder adquisitivo de la moneda.
Ante esta dura realidad, cualquier especialista de un país serio se preguntaría qué espera el Central para una reforma monetaria sustentable, que revierta el patético desempeño que tuvo desde que fue creado. Pero no. En el BCRA están en otra cosa.
El equipo de comunicación de la entidad presentó hoy con bombos y platillos su manual de “recomendaciones de lenguaje inclusivo”, para que nadie se sienta dejado de lado en la comunicación oficial y en el trato diario. Cómo se sienten los argentinos con la moneda basura que emiten, parece no ser una preocupación importante para el monopolio monetario nacional.
A partir de hoy, por ejemplo, se dejará de decir “los usuarios” para hacer referencia a “las personas usuarias”. Si en algún documento se llega a hacer referencia a algún descubrimiento importante, en lugar de decir “el hombre ha creado” se dirá “la humanidad ha creado”. En caso de tener que informar que fueron “convocados los jefes” de determinadas áreas, la forma correcta de hacer esa referencia es mencionando a “las jefaturas”.
También los puestos de las mujeres (de nacimiento, opción o “autopercepción”, claro) tendrán sus nombres exclusivos. La que maneje un vehículo será mencionada como “choferesa”. También serán reconocidas con sus nuevos títulos las “mayordomas” y “oficialas”.
Especialistas en idioma español, en contra del “lenguaje inclusivo”
La profesora y especialista en escritura y literatura por el Instituto Nacional de Formación Docente, Ana Tamagno, considera que la implementación del lenguaje inclusivo no es correcto, adecuado ni útil.
“El género gramatical es eso: gramatical. Puede guardar relación con el género sexual en palabras como chico y chica o gato y gata, que son sustantivos que se corresponden con seres sexuados, en una relación muy lineal en la cual las terminaciones ‘o’ y ‘a’ indican el masculino y el femenino respectivamente. Pero, en muchísimos otros casos, la terminación no tiene nada que ver con cuestiones de sexualidad, por empezar, porque los sustantivos nombran muchas cosas, no sólo seres sexuados. Incluso, en ciertos casos, necesitamos de ambas terminaciones no para pensar el género sino para diferenciar significados”, señaló.
En diálogo con PanAm Post, Tamagno resaltó que tenemos las definiciones “chica” y “chico”, pero no “dentista y dentisto”. “¿Es el lenguaje tal como lo conocemos la razón o fundamento de una sociedad heteropatriarcal y opresiva? ¿Cambiar el lenguaje acabaría con la violencia hacia la mujer?”, cuestionó la docente argentina.
La especialista también se manifestó en contra de “terminar todo con e”, ya que hablar y comprender esa estructura gramatical “requiere un grado de abstracción que muy pocas personas manejan”. En su opinión, esta alternativa “no es espontánea y requiere pensar, interrumpiendo algo que haríamos de forma fluida”. “Que desde el PAMI (Programa de Atención Medica Integral) se dirijan así a sus afiliados mayores es aberrante”, concluyó.