Argentina, como está, no tiene arreglo. Lamentablemente ya no es cuestión de “corregir” el rumbo. El país, como en otro momento histórico fundacional, necesita repensarse desde cero. La insistencia del Gobierno con la “contribución solidaria a las grandes fortunas” y el intento de aumentar otra vez el impuesto a las ganancias, dejan en evidencia que ya no estamos para un tratamiento de recuperación. Con todo el dolor del mundo hay que reconocer que hace falta morir para reencarnar y nacer de nuevo. En términos políticos esto es ajustarse el cinturón y esperar el peor de los colapsos.
Paradójicamente, si no caemos al último de los infiernos, es poco probable una política de formas duras como las que el país necesita. La clase política ya demostró que está absolutamente desconectada de la realidad y ya no le importa que medio país (como en 2001) haya caído por debajo de la línea de pobreza, ni que la clase media agonice o que a la gente la maten por la calle para robarle un celular o una mochila impunemente. Mientras le quede una gota de jugo a esta naranja casi seca, la casta burócrata parece seguir obstinada en estrujar y apretar.
El fracaso del estatismo es más que evidente, pero, aunque más del 60 % de los chicos vayan a ser pobres muy pronto, el único camino que recomienda la dirigencia es el aumento de impuestos y la regulación cavernícola de la economía.
Tenemos un cuchillo clavado y no queda otra que sufrir el dolor insoportable. Esperar una solución mágica es sinónimo de morir desangrados.
Este panorama desolador presenta una situación capciosa. No es al kirchnerismo al que debemos mirar ni del que tenemos que ocuparnos. El trabajo es en ordenar a la oposición y conducir a su discurso para el momento inevitable del hundimiento. Para con el Gobierno, lo único que hay que hacer es resistir el autoritarismo. La evasión impositiva ya no es una cuestión moral del libertario que no quiere regalarle sus pocos recursos al fisco para que dilapiden los políticos. Ya es una cuestión de solidaridad con las pequeñas y medianas empresas y comerciantes que no pueden cumplir ni por casualidad con la mitad de los requisitos abusivos gubernamentales.
Las violaciones a la propiedad privada estarán a la orden del día y deberemos promover la resistencia. Los propietarios de terrenos ocupados en todo el país saben bien de lo que hablo. Esa resistencia no es solamente política e incluye, lamentablemente, el uso de la fuerza. Lo importante es que ya no vale ni la pena discutir con la improvisada alianza de Gobierno. Están enloquecidos, desbocados y nos llevan a un colapso de la mano de un proyecto liberticida, probablemente sin precedentes para la historia argentina, repleta de colapsos de todos los colores.
Toda la energía política y las fuerzas del debate deben estar orientadas en pensar un país de la nada y no tienen que haber límites en los sueños. Todas las reformas que hoy parecen inviables políticamente serán opción cuando el país esté sumergido en el desastre al que nos acercamos a pasos agigantados. Dedicarse a discutir con el autoritarismo atolondrado del peronismo es inútil y contraproducente. Los esfuerzos tienen que estar en escribir las bases de una nueva Argentina, que puede ser posible antes de lo que creemos.
Es muy triste que la oportunidad venga de la mano de lo que será como una bomba atómica, pero el estallido ya es inevitable. O trabajamos en la reconstrucción desde ahora, o dejaremos pasar una oportunidad sin precedentes.
Es evidente que Mauricio Macri y la oposición parlamentaria de Cambiemos no están en condiciones de liderar ese proceso conceptualmente revolucionario. No solo carecen de agallas, sino que les faltan sueños. Para lo que viene hace falta mucha valentía, patriotismo y voluntad. Actitudes como la de Ludwig Erhard, al momento de eliminar la regulación de precios ordenada por las potencias ganadoras de la Segunda Guerra Mundial, serán lo mínimo e indispensable para la reconstrucción nacional.
Las elecciones parlamentarias de 2021 serán el escenario ideal para esta lucha de ideas, que deberá ser absolutamente radical. Cabe destacar que lo de “radical” es en términos argentinos, ya que lo que tiene que hacer el país sería avalado por cualquier socialdemocracia medianamente inteligente y civilizada del mundo.
Los próximos comicios deben poner las ideas de la libertad arriba de la mesa y si a este espacio no le da el cuero para plantear una candidatura presidencial, al menos que tenga la fuerza necesaria como para mover al macrismo en la dirección correcta. Si a los abanderados del fracaso 2015-2019 les toca estar al mando una vez más, que en lugar de congraciarse con el progresismo (para el que gobernaron permanentemente) tengan que rendirle cuentas a un bloque parlamentario que los corra “por derecha”.
Si los liberales no logran la unidad y un buen desempeño electoral el año próximo, y el colapso peronista devuelve a Macri al sillón de Rivadavia, otra gestión timorata, sin agenda y sin mandato será sin dudas una catástrofe.