Los judíos no tenemos el problema de los católicos con el Vaticano. Al carecer de entidad central representativa, nos evitamos la asociación política con la orientación del representante de turno. Esto aplica para todas las corrientes. Hasta hace poco los cristianos progres sufrían a Ratzinger y hoy los más conservadores se agarran la cabeza con mi compatriota Bergoglio. En lo religioso nos damos el gusto de disfrutar de una descentralización y una diversidad bastante liberal. Hasta tenemos templos reformistas que conviven con la ortodoxia que decide vivir prácticamente como hace miles de años. Incluso los no practicantes tenemos el carnet exclusivo de pertenecer al “pueblo elegido”, ya que el judaísmo se determina por vientre materno, y no tenemos que hacer mucho más.
Pero esto no quita que no tengamos inconvenientes, claro. Las organizaciones que pretenden representarnos, a pesar de no tener la entidad política vaticana, pueden llegar a ser un dolor de cabeza. Un ejemplo es el de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), que ayer emitió un comunicado bochornoso.
El motivo fue una declaración de Elisa Carrió, quien aseguró que una senadora kirchnerista parecía un soldado del nazismo. La dirigente y fundadora de Cambiemos aseguró que Anabel Fernández Sagasti «no tiene conciencia, tiene fanatismo y obediencia, es como un soldado de Hitler».
Como era de esperar, la DAIA, que hace tiempo buscó un acercamiento y una tregua con la exmandataria y vicepresidente, salió a repudiar los dichos de Lilita en las redes sociales mediante un comunicado oficial.
La historia de la Shoá no puede ser banalizada por nuestra sociedad.
Frente a los dichos de Elisa Carrio, la DAIA quiere realizar un llamado de conciencia a la dirigencia política en su conjunto para dejar de lado este tipo de expresiones. ➡️
— DAIA (@DAIAArgentina) September 8, 2020
Además de progres son básicos. Parece que no les dio ni siquiera el mínimo análisis político para interpretar los dichos de la dirigente opositora. Carrió hizo referencia al fanatismo y a la falta de conciencia, que se reemplaza por la obediencia absoluta. Esta patología, si se permite el término, es exactamente lo que permitió la existencia de procesos autoritarios en el mundo como el Nacional Socialismo. Los loquitos pueden ser los Hitler y los Goebbels, que murieron en su ley y se cargaron hasta sus hijos y sus mascotas en el marco de su delirio hacia el final de la guerra. Pero el engranaje no funciona sin los hijos de puta como los Himmler y los Eichmann, que son los que utilizaron las estructuras fascistas para beneficio propio, pero que en otra circunstancia podían haber hecho cualquier otra cosa de sus vidas.
Lo que es indiscutible es que el sistema funciona gracias al aporte de un ejército de fanáticos, que han suprimido por completo su pensamiento crítico y su individualidad, en pos del mandato del líder. Estas personas están en todos los regímenes de todos los colores. Aplica para el nazismo como para el estalinismo. Cuenta para los guerrilleros que en los setenta ponían una bomba en un edificio para matar a un militar, mientras se cargaban a toda la familia, y también cuenta para los militares que tiraban gente al río dormida por la orden clandestina de un superior, desconociendo por completo el contexto de la cobarde ejecución que estaban realizando.
Uno puede discutir con un peronista, con un comunista, con un radical o con un macrista. Pero al menos uno tiene idea de lo que puede recibir del otro lado. El kirchnerista cambia permanentemente y justifica cualquier cosa que indique la jefa ese día. A ella, más de uno, incluso legisladores, la llevan tatuada en la piel. ¿Qué clase de persona puede tener a un político tatuado? Alguien a quien la propaganda goebbeliana se le metió por los poros y le hizo estragos en el cerebro.
Lamentablemente, un sector importante de la sociedad argentina ha renunciado al criterio personal y lo ha cambiado por los dictámenes de Cristina, a la que idolatran.
Otro denominador común con el nazismo y con otros procesos autoritarios ha sido la comunicación kirchnerista basada en el odio y el resentimiento. ¿Qué es el kirchnerismo? ¿La derecha de Berni? ¿La izquierda de Grabois? No importa, alcanza con señalar lo que no es: el chivo expiatorio ficticio de turno, como el clásico “neoliberalismo”. Claro que según los mandatos esquizoides que surgen de las necesidades de CFK, el chivo puede cambiar o mutar, pero siempre debe haber uno. Si los judíos no entendemos este funcionamiento y estructura, podemos volver a serlo en cualquier momento.
La DAIA pide no “banalizar” el holocausto. Carrió no solamente no lo hizo, sino que realizó la advertencia exacta y necesaria que la supuesta organización representativa judía no hace. No necesitamos tildar de nazis exclusivamente a los que quieran meternos en un campo de concentración, gasearnos y quemarnos. Necesitamos asociar al nacional-socialismo a lo que lo generó: el fanatismo ciego, la obsecuencia absoluta y la falta de individualismo de personas que aceptaron renunciar a pensar por sí mismas.
Los autoritarismos serán viables con la proliferación de personajes con las características de la senadora en cuestión. Que quede claro, esto no es personal. Es, lamentablemente, un peligroso comportamiento humano. Ni Fernández Sagasti sospecha nada de todo esto. Lo más grave es que, en su ignorancia, ella debe pensar que el “facho” soy yo.
Banalizar la Shoá es asociarla exclusivamente con Hitler, con una esvástica, con la Alemania nazi y con un campo de concentración. Tenemos que analizar el fenómeno de fondo que llevó a esa manifestación concreta de autoritarismo, que mañana puede tener otra forma y discurso. Si no comprendemos la raíz del problema, lamentablemente la historia puede repetirse con los judíos, los negros, los homosexuales, los inmigrantes, los empresarios o con cualquiera. Con esta triste y superficial actitud, la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas es la que banaliza el holocausto.
La entidad en cuestión puede horrorizarse, y está bien que lo haga, si aparece una esvástica pintada en una pared. Pero si no comprendemos, por ejemplo, que ese símbolo representa la simbiosis entre el partido, el Estado y el Gobierno, no entendimos nada. ¿Queremos darnos cuenta lo que representa una esvástica conceptualmente? ¿Estamos dispuestos a discutir la suma del poder público? Si damos ese debate, los primeros que tendrá un serio dolor de cabeza serán los judíos kirchneristas.