Por estas horas más de uno dice que la gestión del Frente de Todos es el “peor Gobierno de la historia”. Técnicamente podría ser. La crisis le está explotando en la cara a Alberto Fernández a tan solo nueve meses de haber asumido. Pero limitar el análisis al proceso vigente, más allá del eslogan político, es discutible. Con el desastre que vivimos por estas horas fracasa Alberto, pero también fracasa Macri y, lógicamente, Cristina. Lo que colapsa es un sistema estatista agotado y es preocupante que muchos argentinos piensen que todo esto se soluciona con un cambio de figuritas. Es decir, con el retorno de Cambiemos o con la toma del poder formal por CFK. No entendieron absolutamente nada.
A nadie le puede llamar la atención que en la jornada de ayer se hayan confirmado las nuevas restricciones a la compra ya limitada de dólares. Tampoco debería haber sido llamativo que esta mañana los bancos no abrieron la jornada cambiaria con una excusa técnica. Mucho menos debió tomarnos por sorpresa la escalada del dólar blue a 145. La noticia que complementó el desastre vinculado al mercado cambiario llegando el mediodía fue la salida del país de Glovo. Según adelantaron sus ejecutivos en una reunión interna, Argentina es inviable y prefieren concentrar sus inversiones en destinos como África… sí, África. ¿Se acuerdan cuando hacíamos chistes de que terminaríamos peor que un país africano? ¿Cuándo mirábamos con aire de superioridad a los paraguayos que llegaban al país para mejorar su porvenir? Hasta hace poquito insistíamos con que Uruguay era una provincia nuestra. Bueno, el estatismo nos hizo menos viable que el Congo, un guaraní para nosotros ahora es como una libra esterlina y ya miramos al otro lado del charco como si fuera Suiza.
Esta semana Chile ya nos convirtió en el ejemplo de lo que no hay que hacer. Uno de los spots de la campaña en contra de la reforma constitucional muestra a un taxista argentino advirtiéndoles a dos pasajeros chilenos sobre el riesgo del camino populista. Ver el corto es angustiante y doloroso. Pero la verdad es que es absolutamente inapelable.
A todo esto el Gobierno está aturdido. El titular del Banco Central salió a responsabilizar a los narcos y a los traficantes de armas por la suba del dólar libre y Alberto brindó un discurso bochornoso. Esta mañana, con la escalada predecible del blue el presidente argentino dijo que los dólares sirven para producir y no para guardar. Imposible no recordar sus presentaciones en los medios luego de abandonar a Cristina, cuando la cuestionaba por la emisión monetaria y el déficit fiscal. En su cara se nota la derrota. Tiene la misma expresión de Mauricio Macri cuando, hacia el final de su mandato, tenía que justificar los programas de “precios cuidados” y subsidios como importantes políticas de Estado. No pudieron, no supieron, no quisieron. Pero como terminó la gestión de Cambiemos terminará la de Alberto. El problema es que, como se vienen precipitando las cosas, el presidente argentino parece no llegar ni a las elecciones de medio término del año que viene. En la calle el clima ya se siente pesado y hay un dato importante: el peronismo tradicional y el kirchnerismo hacen silencio de radio. Son los primeros en oler sangre y en separarse de proyectos fallidos. Con el correr de las horas, parece que los únicos que dan la cara por el oficialismo son el jefe de Estado y su jefe de Gabinete.
En los próximos días serán más las empresas que se irán del país y la noticia recurrente será el incremento del spread entre el dólar libre y el regulado, que irá desapareciendo en su disponibilidad. Las protestas salariales se multiplicarán y el sector privado irá reduciéndose todavía más, mientras que el público apelará a una emisión descontrolada que terminará en una grave crisis inflacionaria. El estallido es cuestión de tiempo y la mecha ya está encendida.
¿Se puede hacer algo entonces? Claro… discutir el ambicioso programa de reformas para la reconstrucción. Poner en agenda desde hoy la inimaginable plataforma política que nos vuelva a hacer potencia. Soplar la mecha de la dinamita es en vano y si no aprovechamos la situación para correr el eje del debate hacia la dirección correcta nos quedaremos con el estallido y sin el programa para cuando llegue el momento perfecto de plantearlo.