En la Argentina fallida hay un momento de quiebre cuando varios de sus gobernantes perdieron el contacto con la realidad. Algunos, en medio del colapso de su estatismo de turno, se dieron cuenta que había que dar un paso al costado, como cuando Raúl Alfonsín adelantó la entrega de mando en paz a su sucesor, Carlos Menem.
En la historia reciente recordamos casos como el de Fernando de la Rúa, que le pidió la renuncia a Ricardo López Murphy, luego que el ministro liberal presentara el único plan razonable que podía ponerse en marcha. El expresidente radical eligió los espejitos de colores de Domingo Cavallo, que le prometió “salir sin ajuste” de la crisis. La explosión se los llevó puestos a los dos.
Luego llegó Néstor Kirchner, que pagó un precio más caro que su carrera política. El pingüino pensó que podía reeditar el modelo de patrón de estancia que tuvo como intendente y gobernador de Santa Cruz y dejó su vida en el intento fallido. Más allá que el kirchnerismo lo venda como el prócer que sacrificó su salud por la patria, lo cierto es que, a pesar de sus millones, fue un pobre hombre que enloqueció en el intento imposible de una consolidación de poder inviable en el largo plazo. Le tocó irse de este mundo a los 60 años por complicaciones cardíacas. De haber aceptado un solo mandato, la Argentina que no distingue la foto de la película, lo hubiera recordado como uno de los presidentes más exitosos de la historia. Se desconectó de la realidad y lo viable, y pensó que podía intercalar con su mujer períodos para una construcción eterna. No llegó ni al final del primer mandato de Cristina.
CFK, al quedarse sin relevo, buscó sin éxito imponer una reforma constitucional que generó tanto rechazo popular, que ni siquiera se pudo presentar formalmente. Pero el extravío no se limita al radicalismo o al peronismo. Mauricio Macri, primer mandatario surgido por afuera del bipartidismo tradicional, se perdió de la misma manera que los políticos profesionales de toda la vida. En una primera instancia, se mostró completamente alejado de la realidad, cuando en la segunda parte de su mandato, la realidad lo pasó por encima. Cambiemos perdió dos años, luego de ganar las elecciones de medio término, poniendo parches contraproducentes a una economía que pedía a gritos las mismas reformas estructurales que hoy. Aquel Macri desconectado de la realidad se fue de la peor manera, dejándonos la peor de las herencias. Hablamos de algo peor que la deuda externa y es el retorno del kirchnerismo. Aunque en privado muchas personas, a las que vale la pena escuchar, le dijeron que desista de su intento de reelección, el capricho pudo más y el líder de Cambiemos se lanzó a una batalla perdida de ante mano. Ni siquiera tuvo la dignidad de apoyar a otro candidato luego de las primarias, cuando el resultado ya estaba cantado. Su obstinación se tradujo en un incendio que, lógicamente, el peronismo incrementó echando más leña al fuego.
Alberto Fernández, hoy, tiene, como se dice por aquí, el “boleto marcado”. En una nueva jornada negra para la economía, todas las variables fueron malas: cayeron los bonos del canje, subió el riesgo país y las acciones locales en el exterior retrocedieron un 7 %. Ante el sombrío panorama y las pocas chances de que algo cambie, la ensayista Beatríz Sarlo reconoció un grave error en su último gran diagnóstico político. En una entrevista televisiva reconoció que no pensaba que el presidente iba a “rifar” su destino político por una obediencia total a los mandatos de su vicepresidente. “Me equivoqué”, aseguró la escritora argentina.
En lo personal siempre supe que de Fernández se podía esperar cualquier cosa. Una grata sorpresa era tan viable como el más desastroso colapso. Lo que no me imaginé como posibilidad era esta pasividad absoluta ante este colapso gradual. La moneda al aire que giraba para mi tenía dos caras antagónicas: la sorpresa de un nuevo peronismo reformista como el de Carlos Menem o la entrega absoluta del poder a su vicepresidente. No hizo ni una cosa ni la otra. Evitó las reformas que la economía necesitaba y se dedicó a sucumbir ante las exigencias de Cristina, pero internalizando todo el costo político. Su imagen se derrumba y la vicepresidente no dice ni una sola palabra. De manera insólita, Alberto eligió ponerle el pecho a las balas para cuidar su alianza con una mujer que en el fondo lo desprecia y utiliza.
El 12 de agosto de 2019 escribí, luego de las PASO, que Macri tenía una única oportunidad de salvarnos del kirchnerismo. Patear el tablero requería el suicidio político patriótico. Las opciones podían ir desde apoyar a Roberto Lavagna o de anunciar su renuncia al momento de asumir una eventual victoria, para que Miguel Ángel Pichetto llame a un Gobierno de unidad no kirchnerista. Su desconexión de la realidad y su capricho pudo más.
Hoy, Alberto está en una encrucijada semejante, pero, lamentablemente, parece que tampoco percibe lo que está ocurriendo fuera de la Casa Rosada y Olivos. Si decide continuar con el oscurantismo económico mientras le cuida las espaldas a su vice, con su agenda de impunidad, Fernández puede que no llegue ni a terminar su mandato. Seguramente no tenga chances de ser reelecto, pero al menos puede darle al país una oportunidad. La oposición lo respaldaría si decide hacer lo que tiene que hacer. Él sabe lo que tiene que hacer. Todos sabemos lo que tiene que hacer. Pero como muchos de sus predecesores, el presidente argentino está completamente dormido y con poco contacto con la realidad.