La imagen de la gestión del Frente de Todos se derrumba. De la misma manera que la economía le marcó la salida de la Casa Rosada a Mauricio Macri hace menos de un año, la continuidad del desastre va cerrando el cerco sobre Alberto Fernández.
Encuestas publicadas esta semana muestran que, de ser mañana las elecciones legislativas del 2021, el peronismo sufriría una paliza descomunal. Los números no mienten: del 80 % norcoreano de apoyo (por abultado, pero también dudoso) al principio de la cuarentena, el jefe de Estado hoy tendría en el bolsillo poco más del 30 %. El tercio tiene sentido. A grandes rasgos y a número de verdulero, tenemos el espacio kirchnerista, que apoyará aunque caigamos en desastre bolivariano; el macrista, que cuestionará hasta las cosas que le perdonaba a Cambiemos y ese tercio del ticket de oro que votó en un sentido en 2015 y en otro en 2019. Esos votos se le escapan al oficialismo como agua entre los dedos.
La pérdida de los moderados es un problema para Cristina Fernández de Kirchner (CFK) como para Alberto. El núcleo duro de ella es inamovible. Él no tiene voto cautivo. Veamos lo que pasó desde el comienzo de la cuarentena:
Según un estudio de Synopsis, para abril CFK tenía un 27 % de imagen positiva. El presidente superaba el 53 %. En junio ella subió al 32 y su compañero de fórmula mermó al 49. Este mes ella sigue más o menos firme con su 29, pero Alberto se derrumbó al 37. Al día de hoy, un 56 % cuestiona duramente al mandatario. A ella lo repudia el 63 %.
Las necesidades de la dupla son muy parecidas a las del momento de la elección: ella tiene su platea fiel, pero no le alcanza para mantener el poder. A CFK sola le alcanza para ser la principal fuerza de oposición, pero sin los moderados que creyeron en el Alberto dialoguista ella está condenada a eso, a ser oposición. Y en el caso de perder el poder, no formar parte del Gobierno puede ser la “condena” menos importante que sufra. A buen entendedor, pocas palabras…
Por lo tanto, Kirchner necesita a Fernández controlado, pero vivo. La destrucción del mandatario es sinónimo de la suya. Sus suertes, por ahora, están atadas.
Pero, aunque es una de las dirigentes políticas más lúcidas del país (uno esté de acuerdo o no con ella), Cristina no puede con su genio. Nunca pudo, ni cuando era legisladora.
En las últimas horas se multiplicaron los rumores del conflicto interno por el manejo de la crisis económica. Esta semana habrían tenido lugar dos tensas reuniones. Una, cena mediante, y otra que ni siquiera llegó a eso. Ella está enojada con él por algo que sería inevitable: el desastre económico del país.
Pero como Kirchner no está dispuesta a llevar a cabo un plan económico racional (sus seguidores son tan ciegos que hasta la respaldarían en un programa liberal ortodoxo vendido con retórica peronista), ella asocia el desastre en la opinión pública a cuestiones menores: la comunicación oficial, algunos nombres en el gabinete y otras cosas absolutamente intrascendentes, que nada tienen que ver con la raíz del problema. La situación sería exactamente igual si gobernara ella o si gobernara Macri. Como decimos a diario desde estas columnas, la situación es de reformas o colapso absoluto.
Según fuentes cercanas a la Casa Rosada, el último encuentro, que no llegó al vino y a las pastas como en otras oportunidades, terminó casi abruptamente antes de las ocho de la noche. Se dice que Alberto se animó incluso a contradecirla en algunos de sus planteamientos. Ella, absolutamente equivocada, sigue pensando que el camino que impuso es el correcto, pero que hay que trabajar en cuestiones de comunicación y en darle una lavada de cara al gabinete. Ahí se incrementan los cortocircuitos, ya que Fernández no quiere grandes cambios. El ministro de Economía (que podría irse diciendo que ya consiguió el canje de deuda) y el titular del BCRA pueden ser discutidos. Donde Alberto no cede es con Santiago Cafiero, su jefe de Gabinete.
Sin ser adivinos, es claro que la situación está lejos de la paz. La economía seguirá cayendo, y de la mano con eso, la imagen de Fernández continuará en declive. La única chance de que el presidente remonte eso es con un programa económico, que sería el divorcio con ella. No hay nada para pensar en esta posibilidad como un escenario concreto. Y aunque ella suba algún puntito más en las encuestas de los ilusos y desesperados que buscan soluciones mágicas, CFK sabe que bajo ningún punto de vista puede llegar a seducir a la mitad más uno de los votantes necesarios para mantenerla en el poder y la impunidad.