Isela Costantini renunció a Aerolíneas Argentinas luego de menos de un año de gestión. Puede decirse que su gestión fue definitivamente mejor que la de su predecesor Mariano Recalde. De una pérdida anual de USD$520 millones en 2015, Costantini pasó a tener una pérdida de USD$340 millones en 2016.
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Durante su presidencia los vuelos despegaron y el servicio mejoró. Los USD$180 millones que logró ahorrar no afectaron el funcionamiento de la compañía.
Pero aún liberados de la gestión de Recalde, Aerolíneas Argentinas sigue perdiendo USD$340 millones anuales.
Peor que este dato es la excusa de quienes defienden a la empresa estatal. Mientras algunos justifican su existencia con el argumento emocional de la línea de bandera, el resto lo hace repitiendo la gran mentira que la gestión anterior se ocupó de promocionar: Aerolíneas Argentinas permite comunicar a los argentinos que viven en el interior del país. ya que al ser los tramos que dan pérdida, ninguna otra compañía estaría dispuesta a cubrirlos.
El periodista Diego Cabot publicó un informe en la Nación en junio de 2016, mostrando que las pérdidas más importantes de Aerolíneas Argentinas fueron generadas por sus vuelos al exterior y no por sus vuelos al interior. De hecho, se mostraba que las rutas con más ganancias fueron las que comunicaban a Buenos Aires con Resistencia, Comodoro Rivadavia, Ushuaia, Salta, Neuquén, Bariloche, Tucumán, Montevideo, Trelew y Río Grande.
Las rutas con mayor rojo fueron, en cambio, las que unían Buenos Aires con Nueva York, Miami, Madrid, Roma, Barcelona, Bogotá, San Pablo, Cancún, Río de Janeiro y Caracas.
Este informe revela que cada pasajero que voló ida y vuelta a Nueva York recibió un subsidio de USD$572, aquel que viajó a Miami recibió uno de USD$540 y el que fue de visita a Madrid uno de USD$328 dólares. Los fieles que fueron a encontrarse con al Papa, recibieron un subsidio de USD$550.
En pocas palabras: los pasajeros de cabotaje y todos los argentinos a través de sus impuestos, terminamos subsidiando a los viajeros internacionales.
Vamos ahora a analizar el argumento emocional de muchos argentinos que señalan al cielo cada vez que pasa un avión de la empresa y dicen: “Ahí la tenés. Tu bandera en el cielo. ¿No vale la pena la pérdida? ¿Todo pasa por el dinero?”
Estamos quitando coercitivamente USD$340 millones de los bolsillos de las personas que podrían ser utilizados en algo que ellos realmente desean. Frédéric Bastiat sabiamente hablaba de “lo que se ve y lo que no se ve”. Podemos cobrar un impuesto y con él hacer un lindísimo monumento en la principal avenida de Buenos Aires y, una vez finalizada la obra, destaparla y mostrarla con orgullo. Eso es lo que se ve.
Lo que nunca podrá verse, en cambio, es al zapatero ampliando su fábrica y contratando a un empleado nuevo, porque el dinero que “Juana” hubiera gastado en comprarse varios pares de zapatos, debió usarlo para pagar el monumento que nunca pidió. Podría seguir con los ejemplos, pero como dice la frase, para muestra basta un botón.
Mantener Aerolíneas Argentinas significa hacer desaparecer fábricas, productos, servicios, empleos y sueños de millones de argentinos.
Por último, supongamos que la principal razón para mantener Aerolíneas Argentinas fuera realmente facilitarle el transporte a gente que vive en lugares remotos. ¿Esto justifica que sacrifiquemos al resto? ¿Quién tiene la autoridad moral para decidir que el tiempo que ahorraríamos a algunos por viajar en avión en vez de en tren, es más valioso que los días de trabajo extras que ahorraríamos al resto al no obligarlos a pagar ese viaje en avión? Salvo que aceptemos que en este país haya ciudadanos de primera y otros de segunda clase.
¿Qué se puede hacer entonces con Aerolíneas Argentinas? ¿Privatizarla, ponerla a competir, liberar los cielos?
Liberar los cielos, desde ya. Ponerla a competir esperando que mejore su performance es como creer en milagros. En una empresa pública la plata que se pierde es de todos, y eso es casi equivalente a decir que no es de nadie. Lo que no es de nadie, no se cuida. Las posibilidades de que venga alguien dispuesto a manejar la compañía como si fuera propia son mucho menores a que venga alguien a quien no le importe demasiado perder lo que no le duela.
Privatizarla podría ser una buena opción si Argentina fuera un país donde se respetara el derecho de propiedad. Pero nuestra historia no nos otorga esa credibilidad y es posible que mañana se decidiera nacionalizarla nuevamente si el gobernante de turno considerara políticamente conveniente tomar dicha medida.
No, hoy privatizar Aerolíneas Argentinas es volvernos a poner bajo la espada de Damocles. La mejor opción que tenemos es ofrecerle un lindo funeral y dedicarle una lápida con la siguiente inscripción: “Acá yace el logo más caro de la historia argentina. Por todos los días de trabajo robados a millones de argentinos, perdió su lugar en el cielo. Salud!”
Lamentablemente, el gobierno de Macri decidió hacer otra cosa y simplemente reemplazó a Isela Costantini por Mario Dell’Acqua.