EnglishEl pasado 18 de octubre, se cumplió un año desde el comienzo de las negociaciones entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno de Juan Manuel Santos, buscando poner fin al conflicto armado de mayor antigüedad de ese país y de toda la región latinoamericana. Las negociaciones comenzaron en Oslo, Noruega, y luego pasaron a La Habana, Cuba, donde aún continúan.
En un principio, la riesgosa decisión de iniciar un nuevo diálogo de paz con las FARC resultó ventajosa para el Presidente Santos. Las encuestan revelaron inmediatamente que, aunque había sectores escépticos frente a una posible resolución del conflicto dados los numerosos intentos fallidos del pasado, la mayoría de los colombianos respaldaban las negociaciones. Solo con el anuncio de las mismas, la entonces alicaída imagen presidencial subió, y la iniciativa contó con una buena acogida en la comunidad internacional. ¿Cómo no saludarla? Después de 40 años de guerra, Colombia merece la paz y cualquier esfuerzo para alcanzarla es bienvenido.
Hay que reconocer además que el Presidente manejó bien la situación. Por una parte, acalló las lógicas críticas y dudas garantizando que su gobierno seguiría llevando a cabo las operaciones militares dentro del territorio incluso durante el proceso negociador. Así, ante la primera solicitud de la guerrilla de un cese al fuego, Santos se negó inmediatamente. Por otro lado, la agenda de seis temas acordada para la negociación fue en general positiva, aunque vaga en ciertos puntos, y el equipo de negociadores nombrado por parte del gobierno y comandado por el veterano ex presidente Humberto de la Calle, fue de primera línea.
No obstante, a un año de comenzado el proceso, se ha llegado solo a acuerdos parciales en el primer tema de la agenda. Los diálogos avanzan con demasiada lentitud y las partes se recriminan mutuamente esta situación. Inclusive, y aunque no haya sido expuesto oficialmente en la mesa de negociaciones, parece que unos días atrás el presidente Santos planteó al interior de los partidos partidos de su coalición la posibilidad de suspender los diálogos durante las dos campañas electorales que tendrá el país en el 2014: los comicios legislativos de marzo y las elecciones presidenciales de mayo.
Los puntos de discusión que más resistencia han provocado en las FARC han sido los que tienen que ver con los derechos de las víctimas, la justicia transicional y la participación política de las guerrillas. Les ha causado también malestar el proyecto de ley –ya aprobado en la Cámara de Representantes del Congreso colombiano- que permitiría realizar un referendo para avalar los eventuales acuerdos a los que lleguen el gobierno y la guerrilla el mismo día en que se realicen las elecciones.
Pero las guerrillas no están apuradas por llegar pronto a un acuerdo. Se encuentran profundamente debilitadas y deslegitimadas, y el proceso de paz les da respiro, así como presencia internacional. Tal vez por eso hacen propuestas cada vez más desproporcionadas y poco realistas, como la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente que transforme los compromisos de La Habana en una nueva constitución, junto a la realización de reformas profundas en el Estado y en el modelo económico del país.
De La Calle, el negociador del gobierno, ha reclamado en varias oportunidades por la lentitud y falta de voluntad de la delegación negociadora de las FARC y les ha recordado que los diálogos no tienen como fin negociar el programa político de la guerrilla, sino finalizar el conflicto. Sin embargo, la guerrilla se resiste a fijar plazos y se defiende diciendo que la consecución de la paz “es algo que merece todo el tiempo necesario”.
Es pues evidente, que es al gobierno de Santos al único que realmente le interesa la rápida conclusión de las negociaciones, con la perspectiva de dos elecciones claves por delante, para así satisfacer uno de los mayores anhelos de la sociedad colombiana. Pero lo más probable es que lleguen esas elecciones sin que el tan ansiado acuerdo de paz se haya logrado, lo cual sin duda afectaría la reelección de Santos, en el caso de que, como todo parece indicar, éste finalmente se decide a competir.