EnglishMientras el gobierno de Barack Obama en Estados Unidos y la Unión Europea ponen toda su atención en el afianzamiento de la crisis en Ucrania y Siria y se distraen con la supuesta apertura y negociación con la Cuba castrista, el gobierno chino continúa campante y confiado en su penetración e influencia en América Latina, área que ha pasado a ser un objetivo geoestratégico fundamental de su política exterior. No por casualidad, un 13% de su inversión en el extranjero es destinada a nuestra región.
Así lo demuestra la reciente gira del canciller chino Wang Yi del 18 al 27 de abril por Cuba, Venezuela, Brasil y Argentina, que además fue preparatoria de la visita programada para julio próximo del presidente chino Xi Jinping a Brasil, con motivo de su participación en la cumbre del grupo BRICS, conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
Pero como bien afirma el analista Rogelio Núñez, la visita ha servido fundamentalmente “para reafirmar las alianzas regionales chinas, en especial con Cuba y Venezuela, donde los intereses económicos y la cercanía ideológica se unen”.
Con Cuba, el régimen chino busca insertarse al supuesto proceso de apertura y reforma y así competir con los intereses europeos y norteamericanos que desde ya están presentes en la isla. Con Venezuela, busca asegurarse el pago de deudas millonarias y proteger las múltiples inversiones y acuerdos bilaterales suscritos. China y Venezuela han invertido unos 12.000 millones de dólares en un fondo para desarrollar proyectos conjuntos en los campos energético, petrolero, minero, industrial, comunicacional, construcción, infraestructura y científico-tecnológico, y han firmado más de 300 acuerdos. En marzo pasado se aprobó la entrada de la tercera renovación del tramo “A” del fondo conjunto chino-venezolano por 5.000 millones de dólares. Y paralelo al fondo, las autoridades chinas han autorizado préstamos a Venezuela por más de 30.000 millones de dólares que el gobierno venezolano está pagando con petróleo.
En los últimos trece años el comercio entre los dos países se ha elevado constantemente, desde unos US$358 millones en 1999 hasta los actuales casi US$20.000 millones, pasando el país asiático a consolidarse como el segundo socio comercial de Venezuela, por detrás de Estados Unidos. Mientras, Venezuela está posicionado como el quinto socio comercial de China en América Latina y el Caribe.
Pero la reciente visita del ministro de Relaciones Exteriores de China a Venezuela el pasado 21 de abril en la segunda escala de su visita latinoamericana, no fue motivada exclusivamente por consideraciones comerciales. También hubo interés político. Fuentes confidenciales informan que en las reuniones que el canciller chino sostuvo con su homólogo Elías Jaua, habló de la preocupación de su gobierno por la inestabilidad que vive Venezuela. Aunque se dice que apoyó al gobierno en sus políticas de orden y seguridad hacia los estudiantes y otros actores de la oposición venezolana que protestan contra el régimen, también le recomendó afianzar el diálogo con la oposición facilitado por la UNASUR. Todo sea por la gobernabilidad de Venezuela y la estabilidad del gobierno de Nicolás Maduro.
Si esto no es cierto, es bastante probable que haya sucedido. El diplomático Wang Yi declaró públicamente en Venezuela que “somos amigos y socios. Comprendemos y apoyamos el socialismo del siglo XXI”, pero “Como país amigo, naturalmente China está atenta a la evolución de la situación aquí en Venezuela”, confiando que las discrepancias entre gobierno y oposición se solucionarán “por la vía del diálogo político”.
Esta manifestación política no sólo se debe al característico pragmatismo chino para salvaguardar sus intereses económicos. También forma parte de su interés de potencia emergente que quiere lograr poder político en un área de tradicional influencia estadounidense. Quiere ser un nuevo actor en el tablero geoestratégico latinoamericano y con ello poner en jaque a las potencias occidentales. De eso no tengamos duda. Nunca olvidemos que la política exterior china está influenciada por el pensamiento realista de las relaciones internacionales, el nacionalismo y el marxismo-leninismo, y por la competencia sino-estadounidense. El gigante asiático por ahora ejerce su ambición imperial de forma comercial y subrepticia, pero llegará el momento que será abiertamente política e ideológica.