EnglishAl igual que China, el régimen autoritario ruso de Vladimir Putin, con ínfulas imperiales, tiene su mirada puesta en América Latina. Hace ya varios años desde que Rusia inició su proceso de penetración en la región y si bien no ha logrado el mismo éxito comercial que el actual gobierno chino, ni una marcada influencia política y militar –como cuando la Unión Soviética (URSS) tenía a Cuba entre sus garras y a través de ella apoyaba a los movimientos guerrilleros latinoamericanos en las décadas de los 60,70 y 80– tiene una presencia significativa, nada despreciable.
Como la de China, la presencia actual de Rusia es más pragmática que ideológica, con fuerte peso económico, pero no por ello sin intereses geoestratégicos que le puedan servir en su competencia y confrontación política, militar y diplomática con sus tradicionales adversarios de occidente, especialmente con Estados Unidos. No podemos olvidar que desde su primera presidencia (1999-2008), pasando por la de su delfín político Dmitri Medvedev (2008-2012), hasta ahora, Vladimir Putin ha buscado el renacer de Rusia como potencia mundial. Ello porque a pesar de sus múltiples problemas internos, continúa siendo el país más grande del mundo y con las mayores reservas de recursos minerales y energéticos del planeta. Y en cierta forma lo ha logrado, no sólo expandiendo su influencia a los diversos continentes –incluyendo el americano–, sino también haciéndose parte de las principales organizaciones multilaterales mediante una dinámica política exterior: Es miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y del grupo de países más industrializados, el G-8, aunque temporalmente se encuentra excluida por la crisis de Crimea y Ucrania. En todo caso, así conserva parte del aura de influencia que heredó de la URSS.
Con relación a América Latina, según cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI), “el intercambio comercial de Rusia y nuestra región alcanzó en 2013 US$13.300 millones, con Brasil y Argentina como sus dos principales socios comerciales”. Pero a la vez, el gobierno ruso ha logrado la firma de importantes acuerdos bilaterales y multilaterales en América Latina. Con los 33 países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), ha logrado un importante intercambio de productos y personas mediante un acuerdo para la no imposición de visados. Bilateralmente, ya tiene buenos acuerdos de cooperación técnico-militar, en particular con Brasil, Perú y Venezuela, y está negociando la suscripción de acuerdos sobre la instalación de sus bases militares en Cuba, Venezuela y Nicaragua, entre otros países.
De allí que hace apenas una semana –cuando Rusia y occidente viven su peor crisis desde la Guerra Fría–, justo el mismo día en que Estados Unidos y la Unión Europea lanzaron nuevas sanciones contra Moscú, el canciller ruso, Serguéi Lavrov, inició una gira por Cuba, Nicaragua, Perú y Chile para, obviamente, seguir consolidándose en la región que continúa manteniendo un buen crecimiento económico y protagonismo internacional en general. El ministro de Relaciones Exteriores ruso visitó en esta oportunidad a dos países pertenecientes de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y a dos de la Alianza del Pacífico. Con los primeros busca reforzar los acuerdos denominados ALBA-TPC en un momento en que los cubanos y los nicaragüenses se abren más ampliamente a la inversión extranjera; y con los segundos, busca negociar Tratados de Libre Comercio (TLC).
A la vez, con los cuatro países visitados, pretende mostrarle a occidente que pese a la crisis ucraniana Rusia no está aislada internacionalmente y que hasta tiene la capacidad de acercarse a las fronteras de Estados Unidos. Sin duda, como señala Rogelio Núñez, Rusia está moviendo sus palancas latinoamericanas en un momento de necesidad, cuando se encuentra al borde de una guerra con Ucrania.
Llama la atención que el canciller ruso no visitara Venezuela, con cuyo gobierno revolucionario mantiene tan buenas relaciones. El régimen chavista-madurista siempre ha considerado a Rusia como “aliada estratégica” de su proyecto socialista a la cubana y de su política internacional multipolar y antiimperialista. Rusia se ha transformado en uno de los principales proveedores de armamento y de tecnología y de otros recursos para apuntalar los planes bolivarianos en materia energética e industrial.
Aunque en realidad no era necesario, el gobierno de Vladimir Putin ha sido solidario con el de Nicolás Maduro durante la ola de protestas opositoras de los últimos tres meses en Venezuela, así como el gobierno madurista le ha dado apoyo político al ruso en la crisis con Ucrania. En parte, porque recientemente Putin le otorgó a Maduro ayuda económica y política para resistir frente a un supuesto golpe de Estado que prepara la oposición venezolana en su contra.