EnglishNo es de extrañar que, a diferencia del 2006 cuando Venezuela fracasó en su empeño por convertirse en miembro no permanente del Consejo de Seguridad (CS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), esta vez el gobierno castro-chavista de Venezuela sí logre sentarse por dos años en esa importante instancia internacional, la cual ha denostado en tantas oportunidades.
Tan solo cabe recordar el discurso de fallecido Hugo Chávez Frías en la sexagésima Asamblea General del 19 de septiembre de 2005. En dicho pronunciamiento propuso no solo el cambio de sede del organismo y abogó por la expansión del Consejo de Seguridad, tanto en sus categorías permanentes como en las no permanentes, sino que también exigió la refundación de la ONU porque, según él, ya ni siquiera las reformas la pueden transformar.
Desde ese fracaso hasta el momento, el asunto ha sido prioritario en la agenda de política exterior chavista y en torno a lograr su presencia en el CS de la ONU ha afincado toda su diplomacia petrolera revolucionaria.
Así, poco a poco ha logrado someter a los Gobiernos de los países de América Latina y el Caribe y el caso es que el Grupo Latinoamericano y el Caribe (Grulac) acaba de acordar por consenso asumir la candidatura venezolana para sustituir a Argentina en el Consejo de Seguridad.
La verdad es que ningún Gobierno latinoamericano puso objeciones a la propuesta del presidente Nicolás Maduro.
La excusa del muy criticado apoyo unánime otorgado a un Gobierno visiblemente autocrático, violador de los derechos humanos y cada día más involucrado con el narcoterrorismo mundial, fue la de no haber otros países de la región postulados. Pero la verdad es que ningún Gobierno latinoamericano puso objeciones a la propuesta del presidente Nicolás Maduro.
Aun cuando la mayoría en la Asamblea General podría impedir la candidatura venezolana en vista de que esta deberá obtener el respaldo de al menos dos tercios de sus 193 países miembros en la votación que se llevará a cabo el próximo octubre, lo más probable es que esto no suceda, como bien asegura el diplomático Adolfo R. Taylhardat, exrepresentante de Venezuela en esa instancia.
En sus palabras: “Una buena e intensa campaña podría impedir que la postulación venezolana reciba la aprobación de los dos tercios de la membresía de la ONU. Esto ha ocurrido en el pasado y sucedió, por cierto, en una ocasión en la cual Venezuela era candidata, pero en esa oportunidad se trataba de dos postulaciones latinoamericanas y ninguna reunió los dos tercios. Entonces se optó por descartar esas postulaciones y presentar un tercer candidato que obtuvo la mayoría requerida. Con esto quiero decir que todavía es posible impedir que el chavo-madurismo forme parte del CS, pero reconozco que ese camino no es fácil.”
De modo que, lo más seguro es que a partir de 2015 entrante veamos al representante del Gobierno de Maduro sentado en la instancia más importante de la ONU. Y este representante hasta bien podría ser la hija del “Comandante Supremo”, Gabriela Chávez, recién nombrada como embajadora alterna en ese organismo. Se rumorea que incluso la podrían perfilar como candidata presidencial para las elecciones venezolanas de 2018, siguiendo la experiencia multilateral y la habilidad propagandística cubana.
Aunque digan lo contrario y no hagan nada para impedirlo, la verdad es que EE.UU. y numerosas democracias occidentales temen la futura presencia del Gobierno de Maduro en esa instancia clave de la política mundial.
Ellos saben que detrás de Maduro se encuentra el actual régimen cubano; que Cuba y Venezuela no conforman una simple alianza bilateral con coincidencias ideológicas, sino que constituyen una especie de matrimonio cuyo fin ulterior es consolidar el proyecto hegemónico neocomunista —ahora eufemísticamente denominado socialista bolivariano del siglo XXI— en América Latina.
Además conocen perfectamente que el enlace bolivariano pretende un poder con influencia suficiente para desestabilizar y transformar los Estados democráticos y sus instituciones internacionales asociadas.
Desde la ONU, el eje bolivariano podría lograr avances significativos en cuanto a extensión de zonas de influencia más allá del continente americano, especialmente en el Medio Oriente y Asia.
De modo que las democracias occidentales saben que esa presencia elevaría el alicaído liderazgo castro-chavista en América Latina, así como su perfil mundial. Desde la ONU, el eje bolivariano podría lograr avances significativos en cuanto a extensión de zonas de influencia más allá del continente americano, especialmente en el Medio Oriente y Asia, en el mundo islámico en particular.
Es más, echando mano de su recurrente estrategia de polarización política y su permisividad con los Gobiernos antiimperialistas y con diversos grupos terroristas, podría profundizar varios de los graves problemas de la actualidad mundial: como los conflictos entre Ucrania-Rusia y Palestina-Israel, las crisis en Siria, Irak, Irán, Afganistán, Libia y Pakistán entre otros, así como la desinstitucionalización de la propia ONU, como bien lo han hecho con organismos multilaterales latinoamericanos, empezando por la Organización de Estados Americanos (OEA).
En fin, la presencia del Gobierno chavista en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas —y por mampuesto el régimen castrista— terminará por hacer letra muerta los principios y normas de la Carta de la ONU y la credibilidad y prestigio de este ente rector mundial. Así de simple y peligroso.