
Cuando el próximo 1 de enero de 2015 la presidente de Brasil, Dilma Rousseff, inicie su segundo mandato por cuatro años, lo hará frente a un país muy distante de aquel que comenzó a gobernar en 2010. Luego de dos cuatrienios, el expresidente Lula da Silva, también del Partido de los Trabajadores (PT), logró colocar a su país entre las principales potencias emergentes mundiales y, definitivamente, como la nación más próspera e influyente de América Latina.
Y es que el reto que tiene por delante la primera mujer presidente del gran gigante sur americano es enorme. Además de tener que vencer situaciones económicas y financieras de gran dimensión, debe doblegar al mayor flagelo que hoy por hoy corroe no solo a Brasil, sino a buena parte de los países tanto desarrollados como emergentes: la corrupción.
Esta plaga ha llegado a tales niveles que Rousseff se vio obligada a despachar a ministros de su gabinete y a otros funcionarios menores, al tiempo que la justicia pone entre rejas a presidentes y directores de las principales empresas brasileñas, hasta llegar incluso a la mayor y más importante del país —la petrolera estatal Petrobras— acusada de millonarios sobornos para conseguir contratos. Todo esto era exigido por el pueblo desde que en 2013 comenzaron las recias protestas callejeras con motivo de los faraónicos gastos por el Mundial de fútbol.
Luego de las elecciones la presidente anunció medidas que parecen copiadas del programa de Gobierno de su principal oponente, Aécio Neves, un defensor del libre mercado
Para enfrentar la fuerte crisis económica que ha llevado a Brasil a casi una recesión —cuando hace cuatro años exhibía un crecimiento anual de 7.5 %— Rousseff ha tenido que modificar su enfoque económico y tal como lo anticiparon sus opositores del partido socialdemócrata, luego de las elecciones de finales de octubre la presidente anunció medidas que parecen copiadas del programa de Gobierno de su principal oponente, Aécio Neves, un defensor del libre mercado y contra todo rumbo estatista.
Adicionalmente, ya se destapó el nombre del casi seguro ministro de Hacienda, que era la pieza faltante para dirimir la dirección que tomará el Gobierno brasileño. La prensa menciona a Joaquim Levy, quien ocupa un cargo importante en el segundo banco privado del país, Bradesco, y es graduado de la Universidad de Chicago. Estos antecedentes no han hecho feliz a la base del partido oficialista de tendencia progresista. Con este nombramiento, Rousseff busca recuperar la confianza de los inversores y reactivar el crecimiento económico del país.
El segundo frente económico que deberá afrontar Dilma Rousseff es la lucha contra la inflación, que este año, según indicadores, podría llegar hasta a un 7%. Esto ha minado el poder de compra de la clase media emergente que ha visto caer su nivel de vida.
La presidenta anunció recientemente recortes en el presupuesto para el 2015, que ya se ha sido perjudicado por la baja producción industrial, la merma en las exportaciones por la caída del mercado chino y por la disminución en el precio de las materias primas. Este conjunto de medidas podría poner en peligro algunos programas de corte social que lleva adelante Brasil desde el período de Lula.
En el plano internacional no se esperan grandes cambios en las relaciones de Brasil con el resto de países. En América Latina, todo hace prever que los acercamientos con Venezuela, Argentina, Cuba, Nicaragua y otros países seguirán el mismo curso iniciado por Lula da Silva y continuado por Rousseff durante su primer período. También se mantendrá el apoyo a los grupos de integración regional, tales como el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
Específicamente con relación al Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, que se hunde en una crisis sin precedentes y es mundialmente criticado por serias violaciones a los derechos humanos, el Gobierno brasileño continuará con su relación especial —el ala izquierda del PT continúa dominando la política exterior—, aunque será más cauteloso y moderado.
Rousseff estará abocada fundamentalmente a la resolución de la enmarañada situación económica y financiera, y a resolver los asuntos de corrupción de su Gobierno.
Esto explica, por ejemplo, que a mediados de noviembre el canciller brasileño Luiz Alberto Figueredo le haya exigido en duros términos al Gobierno de Maduro una explicación por el reciente viaje que hizo a Brasil, sin notificación alguna, el exministro de Relaciones Exteriores de Venezuela y actual ministro para las Comunas y Movimientos Sociales, Elías Jaua. El canciller expresó que “lo ocurrido podría ser visto e interpretado como una injerencia en los asuntos internos de Brasil”.
A pesar de todo ello, Jaua logró firmar una serie de acuerdos en las áreas de formación y desarrollo de la productividad comunal entre el Gobierno venezolano y el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil (MST), en Guararema, Estado de San Pablo.
Tampoco se observa un mayor acercamiento posible con Estados Unidos pese a los saludos diplomáticos del presidente Barack Obama a Rousseff tras su reelección. Las relaciones se distanciaron fehacientemente a raíz de las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje masivo de la Agencia de Seguridad Nacional, aun cuando “Brasil es el octavo socio comercial de EE.UU., que es el primer inversor extranjero en el gigante emergente; mientras que EE.UU. es el segundo destino de las exportaciones brasileñas”, según el Departamento de Estado.
Demasiados son los problemas con los que deberá lidiar la presidente para abrir nuevos frentes en lo internacional. Rousseff estará abocada fundamentalmente a la resolución de la enmarañada situación económica y financiera, y a resolver los asuntos de corrupción de su Gobierno, si quiere salir airosa de su segundo mandato. No lo tendrá fácil.
Editado por Elisa Vásquez