
EnglishLas primeras conversaciones oficiales entre Cuba y Estados Unidos, iniciadas este 22 de enero en La Habana para hacer realidad el histórico acuerdo anunciado en diciembre pasado por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama y su contraparte cubana Raúl Castro por medio del cual las dos naciones reiniciaron sus relaciones diplomáticas después de más de 50 años, pone de nuevo en la palestra pública una serie de interrogantes de las cuales al menos tres merecen una reflexión.
¿Por qué Obama tomó esa arriesgada decisión que sin duda le da oxígeno al régimen castrista, en un momento en que éste se encuentra especialmente debilitado en virtud de que su principal salvavidas financiero —el Gobierno de Nicolás Maduro— está en camino del colapso económico?; ¿este camino estratégico de acercamiento y normalización de relaciones podrá producir realmente un cambio y una apertura política en la dictadura castrista?; y finalmente, ¿este acercamiento de EE.UU a Cuba producirá la democratización de la sociedad cubana, una sociedad que por 50 años ha vivido bajo un férreo control del Estado y bajo una ideología comunista?
Sobre el primer interrogante, luego de seis años de gestión, creo que es bastante obvio que Obama cree firmemente en la moderación diplomática y en el repliegue internacional de los EE.UU. en el actual contexto de globalización mundial. Como Jimmy Carter en su momento, el primer presidente negro de ese país está convencido que el imperio que representa está en crisis y que ya no puede imponerse como antes, sino dialogar –y hasta ceder si es necesario, para tratar de convencer con métodos del soft power, así como para lograr una recuperación de su imagen internacional que en su opinión dejó por el suelo —sobre todo en los países del tercer mundo— el Gobierno del expresidente Republicano George W. Bush.
Pero más allá de este convencimiento general, en el caso específico de Cuba, para la Administración de Obama es más importante la estabilidad interna de la sociedad cubana actual que la derrota de la dictadura castrista. En ese Gobierno prevalece la idea de que el cambio político debe darse paulatinamente, en el marco de una transición no violenta y negociada.
Obama cree firmemente en la moderación diplomática y en el repliegue internacional de los EE.UU. en el actual contexto de globalización mundial
Esta posición de Obama se alinea con la visión mundial actual frente a Cuba, especialmente la de América Latina, que considera que la política de acercamiento, negociación y ayuda económica es la que producirá un cambio democratizador en ese país en el mediano y largo plazo.
Hasta el Vaticano y Canadá, nada sospechosos de querer favorecer la continuación del comunismo en Cuba, siguen esa línea. Como ellos, Obama trata de evitar un estallido social o un quiebre político en la isla; no tiene confianza en la oposición política cubana ni para controlar una situación crítica ni para llenar un posible vacío de poder. No le falta razón. La disidencia está dividida y debilitada. El Gobierno estadounidense teme un caos social y una estampida balsera incontrolada hacia la Florida ante un cambio abrupto, no controlado, en la isla.
Por otra parte, tras la decisión de Obama existe la convicción de que la apertura económica del régimen castrista se va a dar más temprano que tarde porque es una necesidad perentoria para su sobrevivencia y que, por tanto, Estados Unidos (y muchos empresarios cubanos) no pueden quedarse al margen. De hecho, ya se encuentra en desventaja frente a otros países que vienen invirtiendo fuertemente en la isla, en particular España, Canadá y Brasil.
La estrategia obamista solo serviría para tapar los múltiples problemas económicos y sociales que enfrenta la isla debido al fracaso castrocomunista
También bajo esa decisión el Gobierno estadounidense apuesta a mejorar la imagen presidencial y la de su partido tras la derrota en las elecciones parlamentarias de noviembre de 2014 y cara a las presidenciales del año próximo, al menos en el electorado latino estadounidense. Y, ciertamente, varias encuestas de opinión pública indican que esa impactante decisión ha elevado los niveles de popularidad de Obama, que, hasta diciembre, andaban por el suelo. También han favorecido su imagen y liderazgo internacional, ya que Obama se ha plegado, como señalábamos, a la visión y corriente estratégica actual de la mayoría de los países democráticos, en particular los europeos y latinoamericanos, frente a Cuba.
Ahora bien, ¿este camino estratégico de acercamiento y normalización de relaciones podrá ayudar realmente a un cambio y una apertura política en la dictadura castrista? Ese camino no necesariamente garantiza una transición hacia la democracia en Cuba, cuyo régimen dictatorial sólo busca sobrevivir en un nuevo momento crítico.
Las políticas de apaciguamiento, acercamiento y moderación pueden o no ser exitosas. Todo depende. Sus posibilidades de triunfo son más bajas cuando van dirigidas a Gobiernos dictatoriales comunistas que en realidad no quieren llegar a acuerdos firmes ni dar concesiones, sino ganar tiempo.
De allí que sobre ese camino puede, incluso, ocurrir todo lo contrario: es decir, que políticamente se afianzará aún más la dictadura cubana y apenas se abriría económicamente, al estilo del modelo chino. Entonces la estrategia obamista solo serviría para tapar los múltiples problemas económicos y sociales que enfrenta la isla debido al fracaso castrocomunista.
Tampoco hay garantía de que esta apertura de EE.UU. a Cuba producirá automáticamente la democratización de la sociedad cubana, la cual por más de 50 años ha vivido bajo un férreo control del Estado. No cabe duda de que la mayoría de los cubanos que allí viven quieren mejoras económicas y libertades, especialmente los jóvenes, pero hay que ver si realmente le interesa un cambio democrático cuando están acostumbrados a una vida de estatismo, populismo, control y represión, sin educación y cultura democrática.
En todo caso, desde ya es evidente que el proceso de acercamiento entre EE.UU. y Cuba no será nada fácil. De la primera reunión para el deshielo diplomático que realizaron en La Habana las funcionarias Roberta Jacobson, secretaria adjunta del Departamento de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental de EE.UU , y Josefina Vidal, directora general para Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, ya surgieron discrepancias sobre puntos temáticos específicos, como el de la Ley de ajuste y la política de pies secos/pies mojados que el Gobierno estadounidense quiere mantener, mientras que el cubano no.
En su primera cita, Cuba y EE UU también tropezaron sobre el mismo tema que los ha mantenido en tensión durante décadas: los derechos humanos y las libertades fundamentales como la de expresión o reunión.
Editado por Adam Dubove.