La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) muestra graves síntomas de deterioro. Era de esperarse, porque desde su nacimiento, bajo la égida de Brasil y Venezuela, ese organismo —que en la práctica ha adquirido más peso político que la ALBA, el Mercosur y hasta la Celac—, se alineó hacia la izquierda política y defendió sólo los intereses de los Gobiernos de turno.
Ningún organismo multilateral puede realmente tener real permanencia y poder si no protege, defiende y promueve sus principios y normas de forma neutral y objetiva, no politizada, y no solo tomando en cuenta las peticiones e intereses de sus Estados miembros, sino también las de los diversos sectores de las poblaciones civiles de una comunidad que dice representar. En este caso, la suramericana.
Y la Unasur nació y continúa politizada, por más que traten sus miembros de hacerse ver neutrales y equilibrados. Su actitud favorable hacia el Gobierno venezolano de Nicolás Maduro así lo demuestra.
Los ejemplos sobran. Recordemos la decisión grupal de 2014 de condenar, a pedido del Gobierno de Maduro, la iniciativa legislativa de Estados Unidos para sancionar a Venezuela, por supuestamente vulnerar el principio de no intervención en los asuntos internos de un Estado.
La Unasur ya está mostrando una pérdida de poder de influencia que se irá profundizando en la medida que vayan cambiando los Gobiernos del sur del continente
Luego está, en marzo de este año, la posición común que adoptó la organización frente a la decisión del Gobierno de Barack Obama de calificar a Venezuela como “un problema para su seguridad”, exigiéndole además revocar las sanciones contra siete altos responsables de seguridad y justicia del régimen madurista, a los que EE.UU. señaló como “responsables de la erosión de los derechos humanos” en el país desde las protestas sociales y estudiantiles de febrero y marzo de 2014.
Eso fue una aberración. La que verdaderamente intervino en los asuntos internos de un país fue la Unasur, al condenar decisiones soberanas e independientes del Congreso y el Ejecutivo estadounidenses. Fue evidente en esas oportunidades que esos 12 miembros del bloque, además de politizados, irrespetaron el propio principio de no intervención y pasaron por alto lo que significa una política exterior de Estado.
La reciente actuación abiertamente politizada del ente regional, sucedió hace pocos días cuando la secretaría de la Unasur, en manos del expresidente colombiano Ernesto Samper, aseguró en un comunicado que respeta la sentencia judicial que condenó —sin pruebas y violando el debido proceso—, al líder opositor venezolano Leopoldo López a 13 años y 9 meses de prisión por los hechos violentos ocurridos al final de una marcha antigubernamental el 12 de febrero de 2014.
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Y lo peor es que ese comunicado sale mientras varias cancillerías suramericanas, como las de Chile, Perú y Paraguay, expresaban su preocupación por la injusta condena a López y solicitaban que se le garanticen al opositor preso sus derechos a la defensa en las instancias superiores de justicia.
Por otra parte, la tibieza y parcialidad con que ha respondido la Unasur y su secretario general Samper —quien hasta respaldó las denuncias de Maduro contra supuestos grupos paramilitares colombianos— al actual conflicto fronterizo entre Colombia y Venezuela, ha dado como resultado que varias personalidades y políticos colombianos, como el expresidente César Gaviria, hayan solicitado al Gobierno colombiano que se retire del organismo. Según Gaviria, por ejemplo, es obvio que la Unasur está “entregada” a Venezuela.
De hecho, el propio presidente colombiano Juan Manuel Santos desistió de acudir al organismo regional y recurrió a la OEA. Muy diplomáticamente, Santos lo ha tratado de dejar al margen de los esfuerzos para solucionar la crisis fronteriza.
Por el contrario, el Gobierno de Venezuela es el que ha promovido, mediante los gobiernos de Ecuador y Argentina, que sea la Unasur y no otro el organismo regional encargado de mediar en el conflicto colombo-venezolano y también de propiciar que un diálogo directo entre Nicolás Maduro y Juan Manuel Santos.
Está por verse si realmente Venezuela lo logra con la ayuda de sus aliados suramericanos. Pero aunque así sea, la Unasur ya está mostrando una pérdida de poder de influencia y negociación que se irá profundizando en la medida que vayan cambiando los Gobiernos del sur del continente y se vayan alejando del radicalismo del régimen militar madurista y de los otros que se autodenominan “socialistas del siglo XXI”.