Por supuesto, como ya numerosas personas aseguran, el triunfo del opositor Mauricio Macri en las recientes elecciones presidenciales argentinas trae un aire positivo, de cambio democrático, no sólo para ese país, sino para toda la región latinoamericana, y para Venezuela en particular, donde, en los últimos tres lustros, ha dominado o influenciado fuertemente la izquierda radical, populista y autoritaria.
Esto no quiere decir que el cambio esté garantizado ni que sea perentorio, porque cada país tiene su ritmo y depende de sus propias características y especificidades, pero sí será más estimulado y presionado desde el exterior. Y cabe recordar que el papel de la comunidad internacional —si bien no es una condición decisiva para cambios democráticos y de regímenes dictatoriales—, sí es necesario; y una valiosa ayuda en el mundo de globalización en el que vivimos.
El nuevo Gobierno argentino emprenderá, como ya lo expresó con contundencia el recién presidente electo, una defensa activa y clara de la democracia venezolana y regional. La primera acción será la anunciada suspensión de Venezuela en la próxima Cumbre de Mercosur del 21 de diciembre, en la que solicitará que se aplique la cláusula democrática contra el régimen madurista “por los abusos en la persecución a los opositores y a la libertad de expresión”.
Dados los tiempos cambiantes y el desprestigio de la élite “revolucionaria” venezolana, en esta oportunidad podría hasta encontrar el esperado apoyo de los otros socios de Mercosur, incluido el Gobierno de Brasil, que si bien se ha negado a hacerlo hasta ahora, bien podría cambiar a objeto de mantener buenas relaciones comerciales con su vecino en una época de dura crisis económica, así como neutralizar las fuertes críticas que interna y externamente le vienen haciendo por sus relaciones especiales con el Gobierno chavista en los últimos 10 años.
Luego de ver su abierto apoyo a la oposición venezolana durante su campaña —hasta Lilian Tintori, esposa del dirigente encarcelado Leopoldo López, fue invitada a estar presente en el comando de campaña del candidato Macri en las recientes elecciones argentinas—, no es de extrañar que el próximo mandatario continúe abogando con fuerza a favor de los presos políticos y en contra de la deriva autoritaria venezolana, en sus relaciones bilaterales y multilaterales regionales.
Las relaciones con Venezuela serán ineludibles en la agenda diplomática del nuevo mandatario; de obligatoria revisión y cambio
En particular, podría ser activo en la OEA, donde ya el secretario general Luis Almagro ha tomado un claro viraje hacia la defensa democrática continental. Ello, sin duda, facilitaría una posible instrumentación de la Carta Democrática Interamericana contra Venezuela, lo que hasta ahora ha sido imposible a causa fundamentalmente de la debilidad y el pragmatismo de los países miembros ante la diplomacia petrolera venezolana.
Es más, bajo el mandato de Mauricio Macri es muy posible que toda la política exterior argentina hacia América Latina muestre una transformación. Ya lo anunció el propio líder de la alianza conservadora Cambiemos durante su primera rueda de prensa tras su triunfo electoral: va a construir “buenas relaciones y previsibles relaciones”, tanto con los “hermanos de Latinoamérica” como con el resto del mundo, porque “la Argentina debe mostrarse coherente frente al mundo”.
Esto quiere decir que buscará el diálogo, el entendimiento y la integración latinoamericana, pero bajo las claves del verdadero respeto mutuo (no el amañado bajo un interesado principio de no intervención), la defensa y promoción de las libertades democráticas y del libre mercado con signo social.
[adrotate group=”7″]En el ámbito bilateral, su prioridad será Brasil, su principal vecino, cuyo Gobierno socialista en crisis será el primero en visitar formalmente. Macri no lo ha asegurado en público, pero seguramente en esa visita no dejará de plantear la necesidad de un reacomodo serio y realista entre ambos y entablar conversaciones en la que seguramente se discutirá, entre otros asuntos, la negociación de un tratado de libre comercio de Mercosur con la Unión Europea, que no ha sido posible en los últimos 16 años, y el problema que hoy en día representa Venezuela para la estabilidad y progreso regional.
Las relaciones con Venezuela serán ineludibles en la agenda diplomática del nuevo mandatario; de obligatoria revisión y cambio. Son numerosos los acuerdos bilaterales de cooperación firmados, así como los negocios y las compañías mixtas existentes, entre Argentina y Venezuela en los últimos tres lustros; muchos de ellos están signados por la opacidad y falta de transparencia.
En su primera comparecencia ante los medios de comunicación en su calidad de presidente electo, Macri ha asegurado que será implacable con la corrupción gubernamental de la última década. De modo que, si cumple con esta promesa, allí entrarán los escándalos de corrupción entre los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, y Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Sin duda, Mauricio Macri estará condicionado por las serias dificultades económicas, sociales e institucionales domésticas que hereda del kirchnerismo. Pero si logra realmente una política exterior diferente hacia sus vecinos y ante los organismos internacionales, signada por los principios de democracia representativa, libertad económica y en favor de problemas endémicos como la corrupción, la pobreza, el terrorismo y el narcotráfico, bien podría encarnar el liderazgo democrático positivo que muchos esperan en Latinoamérica; y también contribuir a que el péndulo regional termine de inclinarse hacia la centroderecha no populista que, con todos sus defectos, ha resultado ser más beneficiosa para el desarrollo social, económico y político del continente americano.
La primera prueba de su contribución serán las elecciones legislativas venezolanas del próximo 6 de diciembre; no por su intervención directa en ellas, sino por el ejemplo de su lucha y victoria democrática que podrían animar a la población venezolana a salir en masa a votar.