Desde antes de iniciarse la sexta gira del papa Francisco por América Latina, esta ya había generado polémicas, las cuales continuaron durante su parada en Chile y Perú, y seguramente seguirán cuando deje nuestra región.
Aparte de las críticas y protestas específicas en los países visitados por asuntos domésticos y eclesiásticos, uno de los cuestionamientos más reiterados es aquel que señala que el sumo pontífice, como en otras muchas oportunidades, ha preferido no tocar asuntos políticos que ensombrezcan su viaje esencialmente pastoral, centrado en temas como el abuso de menores por parte de sacerdotes y la inmigración, además de llevar esperanza para aliviar los problemas espirituales que angustian a millones de fieles.
Para muchos, es inconcebible que Francisco omita ir a los países más críticos, como Venezuela, así como pronunciarse en forma clara y directa en contra de los regímenes dictatoriales, violadores permanentes de los derechos humanos y de las leyes nacionales e internacionales. De modo que los epítetos en su contra, tales como el de llamarlo “papa comunista, populista, izquierdoso y nacionalista”, no hacen sino proliferar.
La verdad es que las circunstancias de este nuevo viaje papal podrían estár dadas para un pronunciamiento suyo, duro y contundente. Su visita se enmarca no solo en un panorama sombrío, tanto en esos países suramericanos que visitará como en general en toda la región, sino, también, en la evidente profundización de la debacle política, socioeconómica venezolana
Solo las dos primeras dos semanas de 2018 han significado para Venezuela una creciente hiperinflación; hambruna; migraciones masivas a otros países, incluso en balsas; saqueos y protestas populares; un diálogo frustrado entre Gobierno y parte de la oposición, y hasta la ejecución del expiloto y expolicía Óscar Pérez y su grupo opositor.
Es cierto que el papa Francisco manifestó su preocupación por nosotros antes de su gira, al decir: “Pienso en la querida Venezuela, que atraviesa una crisis cada vez más dramática y sin precedentes”, pidió el respeto de los derechos humanos en nuestro país, al tiempo que expresó su deseo de que se creen las condiciones para que las elecciones previstas durante este año logren dar inicio a la solución de los conflictos existentes. Además, durante su pasado mensaje de Navidad, el pontífice le confió a Venezuela al Niño Jesús “para que se pueda retomar un diálogo sereno entre los diversos componentes sociales por el bien de todo el querido pueblo venezolano“.
Asimismo, es cierto que durante su primera estadía de su gira, en Chile, lanzó varias frases y reflexiones que podrían ajustarse a la Venezuela de hoy e interpretarse como una crítica indirecta al régimen genocida y narco-comunista de Nicolás Maduro. Tal es el caso de las palabras que pronunció durante la misa que celebró en la Araucanía chilena, frente a miles de indígenas mapuches. Allí afirmó:
“No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto es lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a violencia, la destrucción aumenta la fractura y la separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos no a la violencia que destruye”.
Pero no, el papa se ha cuidado mucho en este nuevo viaje de emitir cuestionamientos contra, y ni siquiera recomendaciones directas, el régimen de Maduro. Francisco y sus estrategas del Vaticano siguen prefiriendo no decir ni pio y dejar que sea la Iglesia católica venezolana la que emprenda esa lucha. Un prolongado combate que en estos días de visita papal se encuentra al rojo vivo, ya que los prelados venezolanos se han convertido nuevamente en blanco preferido de los improperios gubernamentales, quien ya no tiene contención ante las molestias que le producen las acusaciones de las arbitrariedades y abusos cometidos por Maduro y sus acólitos.
Así, por ejemplo, el pasado 15 de enero el dictador, totalmente endemoniado, profiriendo desde la ilegal Asamblea Nacional Constituyente, y en cadena nacional, los peores insultos y amenazas, y evidenciando una vez más el control que ejerce sobre todos los poderes públicos, solicitó a la Fiscalía, a la Contraloría y al Tribunal Supremo de Justicia “revisar las homilías” del arzobispo de Barquisimeto, monseñor Antonio López Castillo, y del obispo de San Felipe, Víctor Hugo Basabe, quienes un día antes habían celebrado misas durante la masiva procesión de la Virgen de la Divina Pastora en la capital del estado Lara.
Todo ello para verificar si los obispos cayeron en “delitos de odio” porque –en sus palabras– “Nadie cree en estos diablos con sotana”. Todos estos insultos y amenazas de posible juicio solo porque los prelados señalaron las verdades sobre las actuales calamidades de Venezuela en alta voz. El obispo Basabe, sin ambages ni filtros denunció en la catedral larense que “es la hora para decir que muchos venezolanos están con hambre, sedientos, enfermos, desnudos, presos y forasteros…”, al tiempo que pidió a los jóvenes no irse del país, pues “quien tiene que irse de Venezuela, es quien es responsable de este desastre al que nos han conducido”.
La Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) rechazó el reciente hostigamiento del régimen hacia estos dos obispos y se solidarizó con ellos. La CEV afirmó contundentemente: “podrán contar con toda la Iglesia que peregrina en Venezuela ante cualquier acción que ponga en peligro su integridad de vida y su libertad de pensamiento y de acción”.
Maduro también ha arremetido –y no solo este nuevo año, sino desde que llegó al poder siguiendo la línea de confrontación de Hugo Chávez– contra todas las valientes voces de reconocidos sacerdotes como Luis Ugalde, quien en su más reciente artículo denunció la “manipulación electoral del hambre, la enfermedad y la miseria de la población” por parte del régimen que está decidido a perpetuarse en el poder, impidiendo que se lleven a cabo, como corresponde, elecciones presidenciales transparentes y limpias.
¿Se imaginan ustedes que hubiera pasado, cómo sería el enfrentamiento, si algunas de estas palabras las hubiese pronunciado el papa Francisco en cualquiera de sus homilías o en esta nueva gira? No solo ya estaría bajo amenaza de ser sometido a investigación para un posible juicio, si eso fuese posible, sino que todos los aliados narco-comunistas actuales estarían aprovechando para hacer un nuevo show mediático nacional y global del cual beneficiarse.
La estrategia neocomunista antirreligiosa, en especial la de atacar permanentemente a la Iglesia católica y sus miembros, por todos los medios posibles, no es nueva ni tiene nada de gratis. Se trata de la aniquilación de la fe religiosa en el pueblo deslegitimando a sus sacerdotes, dividiendo a los prelados y a los fieles, creando dudas y divisiones en las iglesias y en las comunidades de creyentes.
Esa estrategia es feroz cuando se trata de países que tienen, creen y respetan a sus líderes religiosos. Y nadie en Venezuela ignora que la Iglesia católica es la institución que detenta la más sólida credibilidad entre todas las existentes desde hace años, debido al profundo sentimiento antipolítico existente y por ser la iglesia la más cercana a los problemas de la gente, sobre todo de la más humilde y necesitada, que siempre levanta su voz para denunciar los abusos y atropellos desde el poder.
Sin duda, creo que es mejor que el papa Francisco no caiga en las “revolucionarias” provocaciones; que siga evitando la posible utilización política de su persona y de la religión católica, que se mantenga callado y deje en las valientes y firmes manos de la jerarquía venezolana la lucha contra el régimen. El papa, por ejemplo, nunca podría calificar de “horrible masacre” –como hoy lo ha hecho la CEV venezolana– al más reciente operativo militar y policial en el que fueron ejecutados extrajudicialmente nueve personas, entre ellas el exfuncionario del Cicpc, Óscar Pérez, después de haberse rendido. Si lo hiciera, tendría más seguidores, pero el costo político, a la larga, sería muy alto.