Tras las elecciones legislativas y primarias del pasado domingo 11 de marzo que dejaron en claro la fuerza y popularidad del Uribismo y las debilidades de las izquierdas en particular de las FARC, junto a las más recientes encuestas que dan como líder en la intención de voto para las elecciones presidenciales de Colombia a Iván Duque, el candidato del Centro Democrático, propulsado por el ex presidente Álvaro Uribe, se despeja cada vez más el panorama político futuro de la nación neogranadina para los comicios de mayo próximo.
Según el sondeo elaborado por la firma Yanhaas y publicado hace unos días, Duque tiene el 40 por ciento en intención de voto, mientras que su contrincante más cercano, el ex guerrillero del M19 y ex alcalde de Bogotá Gustavo Petro, le sigue con una intención calibrada en 24 por ciento. Ello ha causado un gran alivio en los demócratas de Colombia y todo el Hemisferio. Incluso, se observan muchos colombianos y latinoamericanos, especialmente entre los analistas y los que se expresan en las redes sociales, muy confiados en la victoria de Iván Duque.
No es para menos. Se trata de un joven líder abogado y senador que garantizaría una mayor estabilidad y gobernabilidad nacional y regional. A lo interno, no se le ha podido probar que haya estado involucrado en delitos de corrupción, pese a las denuncias a su partido el Centro Democrático, y ha alcanzado prestigio político. No por casualidad se ha convertido en el líder de la oposición y fue escogido como el mejor representante de la Cámara del Senado en 2017. Su pensamiento económico es claro: firme defensor de la empresa privada y de la inversión de grandes capitales, tanto nacionales como extranjeros, propulsor del emprendimiento en el entendido de que es vital para el desarrollo del país y de la región.
A lo externo, Duque también ha adquirido prestigio y confianza por sus claras propuestas de democracia liberal y por no ser un político de medias tintas cuando de posiciones ideológicas se refiere. Con respecto a la difícil situación venezolana, por ejemplo, ha combatido al chavismo con dureza y esto se evidenció en que fue el único senador capaz de liderar una propuesta en el Congreso donde se cuestionó al régimen de Nicolás Maduro y se exigió la libertad de todos los presos políticos en Venezuela.
Incluso Duque ha ido más lejos en sus intenciones, toda vez que anunció que de obtener la presidencia, impulsará una investigación en contra de Maduro ante la Corte Penal Internacional, por crímenes que violan los derechos humanos de los venezolanos. En un subcontinente que pareciera despertar del largo letargo del chavocastrismo, la Colombia de Duque se convertiría en un actor clave que haría una provechosa llave con presidentes como Sebastián Piñera en Chile, a objeto de alcanzar una América Latina mejor.
Por el contrario, Gustavo Petro es un populista de izquierda. Es evidente su tendencia a hacer grandes promesas, como la de lograr que Colombia deje de depender del ingreso petrolero y del carbón, la de aumentar el gasto en educación, la de adquirir de manos de terratenientes las tierras improductivas, o la de convertirla en un país ecológico que se mueva con base en las energías alternas, como la solar o eólica. Todo ello recuerda demasiado a las promesas incumplidas de Hugo Chávez, Cristina Kirchner y demás líderes populistas de la región.
Este rosario de grandes ofertas se enfrenta con un dilema para el cual el ex alcalde bogotano no ha podido dar respuestas, como es de dónde vendrá el dinero para esas grandes transformaciones que ofrece, al mejor estilo de los populistas neocomunistas, porque de un lado ofrece acabar con el recaudo de impuestos provenientes de la minería o el petróleo, y por el otro habla de aumentar los impuestos a tierras de un solo propietario, o a los vehículos particulares, entre otras lindezas muy afectas a la izquierda latinoamericana.
Por otra parte, Petro nunca ha ocultado su admiración y respaldo al régimen chavista. De hecho fue el primero en llevar a Chávez a Colombia. Y además vienen corriendo rumores de un posible apoyo financiero del actual gobierno venezolano de Nicolás Maduro, quien ve con muy buenos ojos un potencial triunfo presidencial del ex guerrillero. Al mejor estilo chavista, Petro anunció la creación de una Constituyente para refundar la República, alrededor de la cual aspira a aglutinar todas las corrientes de izquierda del país.
Una cosa es clara no sólo para quienes se aferran al poder en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador y algunos otros, sino para los mandatarios demócratas de la región: con el ascenso de Petro a la Casa de Nariño la bocanada de oxígeno para los populistas de la izquierda del siglo XXI sería descomunal. Que Colombia pasara a formar parte de esa menguada izquierda no es cualquier tesoro. Lo vienen buscando desde siglos.
Colombia es una nación poderosa, geopolítica, económica y militarmente para todos, desde los Estados Unidos hasta Argentina. El famoso sueño castro-chavista de la Gran Colombia moderna podría renacer porque, a pesar de la debacle venezolana y la disminuida situación de los miembros del ALBA, tendrían a su favor la falta de gobernabilidad, escándalos de corrupción y demás taras de la mayoría de nuestras democracias. Solo pensemos en México (más si gana López Obrador), en Estados Unidos con Trump o sin él, en Argentina con o sin Macri y en Perú que se encuentra viviendo la renuncia forzada de Pedro Pablo Kuczynski.
Alerta contra el triunfalismo
Ahora bien, y en realidad éste es el propósito de estas líneas: me preocupa tanta confianza nacional e internacional en el triunfo de Iván Duque al menos en lo que respecta a la primera vuelta electoral, que tendrá lugar el próximo 27 de mayo. El triunfalismo es un mal amigo. Es de recordar que no hay nada seguro en la política de nuestros días y por ello las encuestas tienden a fallar cada vez más. Cualquier sorpresa de último minuto es posible.
Los casos sobran en el mundo entero. Pero recordemos dos de la propia Colombia. Como el acontecido en 2016 cuando las encuestas fallaron al no predecir la victoria del NO al Acuerdo de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC. No sólo ganó el SI, sino que el plebiscito fue la elección con menor participación en dos décadas en ese país hermano. O cuando en las presidenciales del 2010 perdió aplastantemente el candidato por el Partido Verde, Antanas Mockus, a pesar de que las encuestas lo ilusionaron sobre la posibilidad de ganar, incluso en la primera vuelta electoral.
Cierto, en la actualidad el pueblo colombiano está profundamente insatisfecho con el gobierno de Santos y con la misma izquierda moderada y radical. Pero a la vez, llama la atención que en una nación tan conservadora y después de un proceso de paz tan confuso y criticado, aún al menos un tercio consolidado de los colombianos estén dispuestos a votar por un ex guerrillero que si bien estuvo ya al frente de la alcaldía capitalina, con no muy buena gestión, nunca se ha alejado de su tendencia y ahora se muestra, y ofrece promesas, como uno de los más fieles populistas del socialismo del siglo XXI que va en decadencia.
Hasta hace un mes atrás, no podemos olvidarlo, Gustavo Petro era el rey las redes sociales y punteaba en las encuestas. ¿Quién garantiza que los votantes no cambien de nuevo de opinión y con una ayudita del ex uribista presidente Santos estos comicios presenten la posibilidad real de llevar al izquierdista a la primera magistratura?