El régimen de Nicolás Maduro y sus asesores cubanos esperaron justo el inicio del debate general del 73º período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas del presente año, para lanzar la manida maniobra mediática guerrerista que denominaron con el pomposo título de “Operación Estratégica Combinada Integral” y la camuflaron bajo el supuesto objetivo de combatir actividades ilegales a lo largo de los 2.219 kilómetros de frontera entre Colombia y Venezuela.
En efecto, el 26 de septiembre, un día después que en la cumbre de Nueva York una buena cantidad de oradores –entre ellos los presidentes de EE.UU, México, Brasil, Perú, Ecuador, y Argentina– se refirieran con crudeza y dureza nunca antes vista a la dictadura venezolana y sus perversos efectos internos y externos, el jefe del comando estratégico operacional venezolano, almirante Remigio Ceballos, confirmaba que las Fuerzas Armadas habían desplegado un contingente militar de unos 100.000 efectivos venezolanos, además de una cantidad de militares chinos, cubanos y rusos, cantidad que aún no ha sido ni cuantificada ni confirmada.
Así, con intimidación y amenaza, con un supuesto y burdo “ejercicio militar combinado”, el régimen madurista respondía al inocultable, legítimo y necesario apretón que le hiciera la comunidad internacional, el cual incluyó, además de discursos fuertes, tres hechos históricos, sin antecedentes: la solicitud de seis estados ante la Corte Penal Internacional (CPI) para que se inicie una investigación a Nicolás Maduro por crímenes de lesa humanidad; la votación favorable del Consejo de Derechos Humanos de la ONU para que prácticamente se le exija al régimen venezolano que acepte recibir ayuda humanitaria, y la decisión mediante votación de 95 países miembros de la ONU a que se discutiera la aplicación del relativamente novedoso principio de “responsabilidad de proteger” al caso venezolano, lo cual en un futuro podría abrir las puertas a una intervención humanitaria en Venezuela.
Esta respuesta castrochavista denota, una vez más, que el régimen no quiere (o ya no puede) dar marcha atrás, como quisiera la comunidad internacional; que su compromiso con las fuerzas del crimen organizado y con estados totalitarios es tan profunda que pasó hace tiempo la barrera del retorno y, por tanto, que debe morir con ellos. Pero, por otra parte, también esa reacción gubernamental venezolana pone de manifiesto el miedo que tienen por una cada vez más posible intervención militar, colectiva o unilateral, en su contra.
Aun cuando saben el alto costo político, económico y de imagen, es decir, lo difícil que es poner en práctica una acción de esa naturaleza y que por ahora solo se trata del ejercicio diplomático de la amenaza y la disuasión, al régimen lo tiene asustado el insistente barajeo de acciones de fuerza que ha confesado la administración Trump y otros en relación a la situación venezolana.
De allí la puesta en escena del teatro de guerra fronterizo, que no es nuevo en la historia de la política exterior del castrochavismo hacia su más importante vecino, Colombia. ¿Recuerdan, por ejemplo, cuando en 2008 el fallecido Hugo Chávez ordenó la movilización de 10 batallones a la frontera con Colombia, luego de la soberana acción militar colombiana en contra del entonces jefe de las FARC Raúl Reyes en Ecuador?
Pero bien hizo el presidente colombiano Iván Duque al salirle inmediatamente al paso a lo que calificó como una nueva provocación venezolana, porque a la hora de la verdad no es más que una bravata mediática, sin asidero en la realidad y que es difícil que llegué a algo, como igualmente pasó en 2008. Pues ahora más que en ese año, el gobierno castrochavista no tiene la capacidad material ni humana para realizar esa acción por más que diga lo contrario. En una posible confrontación entre Venezuela y Colombia, la primera sale perdiendo y más- como seguramente sucedería- si tiene el apoyo de los Estados Unidos.
En cambio, el gobierno de Maduro se encuentra solo a pesar del supuesto apoyo e intereses en Venezuela de sus amigos chinos, rusos, iraníes, cubanos y terroristas. Hasta un ex guerrillero del ELN aseguró que esta organización retomaría las armas y participaría en una guerra civil si se presentara una intervención militar extranjera en Venezuela.
A la hora de las chiquitas, como dicen algunos, todos ellos saben bien que nuestro país se encuentra en la zona estratégica histórica de los Estados Unidos y de Occidente y que una defensa militar seria les acarrearía problemas grabes en el tablero de poder internacional actual. Rusia y China bien disfrutan con el juego retórico que supone situarse al lado del régimen venezolano frente a su par norteamericano, pero en momentos bélicos límites dudo que asuman el peligroso desafío de meterse a pelear de frente con los EE.UU. Ni siquiera creo que se atrevan a amenazarlo con bombas y misiles como sucedió en plena guerra fría, el siglo pasado.
De modo que Iván Duque acertó en no caer en las provocaciones maduristas, así como en recordarnos a los demócratas colombianos y venezolanos que no se debe entrar en el juego del discurso belicista vecino “porque ese es el típico mensaje que la dictadura quiere siempre aprovechar para crear un demonio y valerse de su existencia para aferrarse al poder”. Y en efecto, ¡es impresionante cómo lo está haciendo Maduro y sus asesores cubano aunque la debilidad institucional y el desastre venezolano sea pavorosa!
Así, mientras el dictador y sus voceros repetidores hablan de guerra y moviliza tropas, sus funcionarios cierran con más furor y rapidez medios de comunicación social, y empresas de todo tipo; persiguen y torturan a líderes políticos y cívicos, estudiantes y periodistas, y continúan a marchas forzadas la redacción de la nueva constitución comunista para Venezuela por parte de la oficialista Asamblea Nacional Constituyente (ANC), la cual según uno de sus propios redactores, el abogado Hermann Escarrá: “será más severa para castigar a quienes incurran en el delito de traición a la patria”, delito que sin duda se aplicará en cualquier ejercicio legítimo de protesta.