Los Estados Unidos y otros gobiernos democráticos vienen lanzando fuertes declaraciones en contra del dictador nicaragüense Daniel Ortega. Inclusive han surgido voces que claman por mayores sanciones; una de ellas la del canciller del gobierno español, Josep Borrell, justo días antes de celebrarse la nueva edición de la Cumbre Iberoamericana en Guatemala, este 15 y 16 de noviembre.
Toda una osadía que tiene sorprendido a más de uno dada la defensa del gobierno de Pedro Sánchez al chavismo venezolano y al castrismo cubano. ¿De qué quiere resarcirse o qué esconde bajo la manga Sánchez y el PSOE con esta nueva posición?
En todo caso, después de más de 300 fallecidos por la cruel represión gubernamental en los últimos seis meses, de más de 2.000 heridos y cientos de presos políticos en condiciones infrahumanas en las cárceles nicaragüenses, realmente no se entiende qué esperan aún los países de la región para actuar con mayor concreción y energía frente al arbitrario y despótico régimen de Ortega y su esposa, la estrafalaria vicepresidenta Rosario Murillo, sin cuyas órdenes directas no se hubieran teñido de sangre las calles del pequeño país centroamericano.
Cabría preguntarse si serán necesarias las dos décadas de desastre chavista-madurista, como en Venezuela, y de miles de nicaragüenses abatidos, encarcelados o exiliados para que los países latinoamericanos y de otras latitudes comprendan finalmente la terrible tragedia que la pareja presidencial ha infringido a su desvalido país, con su desmedida ambición de poder, que los ha convertido, como bien señala Amnistía Internacional en su informe del pasado octubre, en “una dictadura marcada por la corrupción y el nepotismo”.
Si bien las masivas protestas que comenzaron el 18 de abril de este año tuvieron como punto inicial el rechazo al aumento decidido por el gobierno en las contribuciones al seguro social de los trabajadores y un obligatorio aporte de los jubilados, pronto se hizo evidente que el descontento del pueblo iba más allá, que también es en contra del sistema autoritario, dinástico y anti democrático instaurado por la pareja Ortega- Murillo. De allí que a las revueltas se sumarán los estudiantes a quienes no les afectaba directamente esas medidas, que luego fueron echadas para atrás.
Y ante esta nueva situación que al parecer tomó algo desprevenido a Ortega, según algunos, la respuesta gubernamental fue una represión desmedida contra estudiantes desarmados, a quienes enfrentó no sólo con la policía, sino que tomando ejemplos cubanos y chavistas, también con paramilitares y mercenarios que arremetieron contra los jóvenes como si de una guerra se tratara. Y como a enemigos, las fuerzas policiales y militares dispararon a mansalva.
Por ello no son pocos los analistas que alertan sobre la actuación de Ortega y la forma como están entrenando a los policías que enfrentarán las protestas que se presume continuarán, no sólo ya por el descontento ante el gobierno, sino por el desmejoramiento de la situación económica, puesto que, según datos del Fondo Monetario Internacional, Nicaragua será el único país centroamericano cuya economía decrecerá en 2018, con una tasa negativa en este campo de -4%.
Se ha hecho evidente que ante el creciente descontento social y político en Nicaragua, el régimen de Ortega se prepara para enfrentar a los opositores como si fueran a la guerra. Militares retirados que se encuentran en el exilio, como Roberto Samcam, alertan acerca de fuerzas policiales que han militarizado y a quienes entrenan, con discursos llenos de odio y resentimiento, al mejor estilo del utilizado por Nicolás Maduro.
Según este ex militar: “Se entrenan para ir a una guerra, hablan como si enfrentaran a un enemigo armado y les meten la idea de que quien se oponga a Ortega, es el enemigo a vencer”. De igual forma, hay serias denuncias de aumento en compra de armas de guerra para enfrentar a los opositores.
No se puede olvidar que Daniel Ortega está en la presidencia de Nicaragua en varios periodos, primero entre 1985 y 1990, con el Frente Sandinista de Liberación Nacional y luego desde 2007, con dos reelecciones consecutivas, en 2011 y 2016, utilizando opacas enmiendas constitucionales, manipulación electoral y la la incapacitación política de los ciudadanos, entre otras medidas de amedrentamiento, lo que ya colma la paciencia de sus ciudadanos.
La reacción internacional ha sido cautelosa, un poco menos lenta que con el caso Venezuela, donde se le permitió a Hugo Chávez llegar hasta donde quiso a costa de la población y sus libertades individuales, pero aún no se hace sentir con fuerza. Tanto es así que Laura Chinchilla, expresidenta de Costa Rica, refiriéndose a la crisis en Nicaragua solicitó recientemente y con tono de desesperación: “Hay que pasar de la condena a los hechos”. Pues es de esperar que no sea demasiado tarde para perder a Nicaragua, como al parecer está ocurriendo con el país de Bolívar.
Por lo pronto, ante las peticiones opositoras de adelanto de las elecciones presidenciales previstas para 2021 para el próximo año 2019, el régimen orteguista negó tal posibilidad y al mejor estilo de su aliado Maduro, hace ofertas de diálogo y paz que no concreta al tiempo que recrudece la represión -que ahora se da en las iglesias- y se arma como para una guerra. A la par, la falta de liderazgo por parte de la oposición nicaragüense facilita las cosas para el gobierno. No es de extrañar que ya se cuentan por miles los nicaragüenses que intentan irse del país, mientras centenares de jóvenes son acusados de terrorismo y condenados a 20 o más años de cárcel.
Es el triste espejo venezolano en el cual se refleja cada vez más el país que un día se alegró de la llegada de los sandinistas al poder.