EnglishEn Caracas no se siente ambiente navideño. No hay ánimos para villancicos, gaitas marabinas o aguinaldos. Es tradicional que ya en esta época la gente empiece a desbordarse entre las compras de regalos o los tradicionales estrenos. Este año, sin embargo, algo parece ser diferente; la Caracas de estos tiempos es una ciudad triste y algo lúgubre.
Ha sido un año difícil para los venezolanos, a fin de cuentas no solo sufrimos de la inflación más alta de la región sino que, además, hemos sufrido largos meses de escasez y carestías que hacen que nuestra vida cotidiana sea en extremo complicada.
Uno podría decir que nos han robado la navidad. Al final de la historia los que habitamos esta tierra no tenemos mucho que celebrar en las actuales circunstancias.
Un país sin esperanzas
Uno entiende que la función primordial del Gobierno no es la acumulación desmedida de poder, ni el control social de la población civil; quienes ejercen la rectoría de los destinos de un país tienen bajo su cargo la construcción de condiciones que permitan garantizar el bienestar colectivo, la comprensión de la sociedad como una totalidad inclusiva, en fin, la definición de oportunidades mínimas para la realización de las aspiraciones que cada quien tiene acerca su vida y de su felicidad.
Nos han robado la navidad en la misma medida en que nos han robado las esperanzas por un futuro mejor.
Por ahora eso no está pasando en Venezuela. Uno tendría incluso que decir que no estamos en tiempos de arbolitos navideños, ni de luces de colores. En realidad nos han robado la navidad en la misma medida en que nos han robado las esperanzas por un futuro mejor.
Las cosas no pasan por casualidad. Hablamos de un país en el cual muchos jóvenes profesionales emigran de manera descontrolada en busca de nuevas oportunidades. Al contrario de lo que sucede en otros países de la región, nuestros emigrantes han terminado sus estudios universitarios e incluso han hecho algún postgrado. Se trata de la descapitalización de la inteligencia.
Paradoja de la abundancia
Tampoco es casualidad que tengamos que importar petróleo liviano para poder comercializar el nuestro en el exterior. A fin de cuentas en los últimos cien años Venezuela ha desarrollado su política petrolera en función de la explotación de crudos semipesados y pesados —los que tenemos en abundancia—, para ello se compraron o construyeron refinerías en el exterior, en particular las de Citgo. Pero la decisión de cambiar de clientes se hizo sin tomar en consideración que las refinerías chinas no tienen capacidad para procesar este tipo de crudos. Ahora importamos petróleo para ‘rebajar’ la viscosidad del nuestro y hacerlo ‘consumible’ para nuestros nuevos compradores. Es absurdo cambiar de caballo a mitad del río sin haber tomado las previsiones del caso.
En ese contexto tampoco es casual que nos encontremos ante una escasez de la gasolina y de gasoil. Esto es un asunto crítico en un país que se mueve sobre ruedas. Uno puede observar en algunas regiones un buen número de gasolineras cerradas por falta de insumos, mientras que en la región capital persisten las largas colas de vehículos con conductores que intentan llenar el tanque armados de paciencia.
Es por supuesto paradójico que el país con los recursos petróleos más importantes de la región no tenga capacidad para producir y distribuir de manera eficiente ese derivado.
¿Acaso los intereses externos son más importantes que el bienestar de los venezolanos de a pie, quienes hacemos vida en este país?
Esto por no hablar del cacareado, y al parecer ya decidido, aumento del precio de venta de la gasolina. Digamos que estamos de acuerdo con el aumento; digamos que reconocemos que los venezolanos pagamos muy poco por llenar el tanque; alguien tendría que explicar en medio de esta crisis que nos solicita un sacrificio, ¿cómo es que se mantienen los subsidios del precio del crudo a los socios de Petrocaribe?
¿Cómo es que se le vende petróleo a futuro a China, en una transacción que no es más que la hipoteca de nuestro futuro? ¿y por qué no se controla suficientemente el contrabando de extracción de estos recursos? ¿acaso los intereses externos son más importantes que el bienestar de los venezolanos de a pie, quienes hacemos vida en este país?
No es casualidad que el resultado de la Habilitante sea un conjunto de leyes que pechan de manera inmisericorde el bolsillo del consumidor, al mejor estilo de los programas de ajuste estructural tan duramente criticados por este Gobierno. Las reformas no son más que un intento por llenar el inmenso déficit fiscal que sufre nuestro sector público. Según analistas el mismo podría estar por encima del 20% del PIB. Este es un intento por solventar el déficit de divisas que enfrentan nuestras finanzas públicas, el cual afecta la capacidad para garantizar el funcionamiento de nuestra economía de puertos.
Empeño por dividir a la sociedad
El panorama es terrible y todo parece indicar que el Gobierno alargará las políticas populistas con las que mantiene bajo su control a los sectores populares. Especialmente de cara a las elecciones parlamentarias del año próximo.
El Gobierno habla constantemente de guerra económica, de saboteo, de conspiraciones. Es cómico pensar que atribuyen capacidades subversivas a una oposición desorganizada y débil, con pocas ideas y con poca voluntad para ponerse de acuerdo, como la que lamentablemente tenemos en este país. Según el Gobierno, nuestra oposición puede hacerlo todo, menos ganar elecciones o parecer seria.
Nuestro problema está lejos de ser conspirativo. Por el contrario, tiene que ver con el empeño gubernamental de mantener la polarización, de evitar el consenso, de reducir al polvo cósmico al inversionista privado, de establecer la desconfianza como norma. Nuestro problema tiene que ver con el empeño policíaco de controlarlo todo, de investigar a todo el mundo, de evitar que florezca el pensamiento en las universidades, y de escamotearle recursos a los alcaldes y gobernadores de la oposición.
Hay muchas formas de construir muros, algunos son de concreto armado y otros simplemente ideológicos; ambos causan daños, separan, y dividen a la sociedad entre buenos y malos, leales y sospechosos. En esas condiciones es imposible crecer, es imposible pensar en el futuro, es imposible celebrar las pascuas de diciembre, el nacimiento del niño o darse un feliz año nuevo. Yo creo que este año el niño Jesús vendrá flaquito, flaquito.
Editado por Elisa Vásquez y Daniel Duarte