EnglishHasta hace poco, la hegemonía política de la izquierda latinoamericana parecía incuestionable. Lentamente se fue posicionando un discurso que planteaba la reivindicación de lo social en un continente en el cual, ciertamente, existía una profunda inequidad en la distribución del ingreso y un número importante de excluidos de los procesos productivos.
Se trató de un proceso de que construyó desde las necesidades de los pueblos, que en mayor o menor medida implicó la construcción, a veces artificial, del resentimiento social como mecanismo de integración de lo político. Así, se utilizó a los pobres y a la pobreza como elementos de integración social alrededor de proyectos reivindicativos.
Quizás uno podría decir que el diagnóstico desde el cual se definió la actividad política en nuestros países era correcto. Sería necio negar que existía una importante distancia social entre nosotros, también lo sería afirmar que las oportunidades estaban distribuidas de manera equivalente entre todos.
La verdad es que no, que hay muchos casos de gente en situación de pobreza crítica, que forman parte de las favelas y los barrios más pobres de nuestras sociedades, que no reciben educación, que no tienen acceso a los servicios de salud o que viven al margen de la vida civilizada.
Puestos en el dilema de la decisión pública, es necesario recordar que la eficiencia de las cuentas a veces no se corresponde con las necesidades de la gente
La existencia de estas personas y sus condiciones de penuria han servido de justificación para una izquierda que en la mayoría de los casos ha utilizado lo social para justificar formas perversas de autoritarismo, que han impuesto el control del Estado sobre el espacio de la sociedad, que han limitado el discurso público y la libertad de expresión, que han impuesto el populismo como mecanismo de integración y que le han dado un cariz utilitario a la participación política. Se trata de la muerte de lo político como factor de integración de los esfuerzos colectivos.
Es interesante ver la manera como, en muchos casos, se utilizó el discurso reivindicador para justificar la imposición del poder y la coacción de la sociedad. Uno no podría decir que se trata de casos aislados encontramos muestras del fenómeno a lo largo de la región. Es interesante la manera como se fue coartando el funcionamiento libre de los medios de comunicación en Ecuador, o la manera perversa como se fue garantizando la continuidad en el poder en la Argentina de los Kirchner, o la manera como se ha ido imponiendo el autoritarismo rudo en el caso venezolano.
Uno podría decir que el diagnóstico que hizo la izquierda era una respuesta adecuada a la “ola liberal” de la década de los noventa del siglo pasado. No es cierto que la mejor política social sea una buena política económica. Puestos en el dilema de la decisión pública, es necesario recordar que hablamos de gente y no de números, que la eficiencia de las cuentas a veces no se corresponde con las necesidades de la gente, que el equilibrio macroeconómico necesita garantizar eficiencia en el consumo y el buen funcionamiento de la lógica microeconómica.
El problema es que las acciones de la izquierda no se corresponden con la calidad de la evaluación inicial. No se trata, por ejemplo, de que el Programa de Hambre Cero de Lula no haya funcionado, pero lo hizo en el contexto de un importante proceso de crecimiento económico y de inversión innovadora. Pero ciertamente las acciones de la izquierda están rodeadas de ineficiencia y corrupción. Pero más aun el problema es que las condiciones de vida de los pobres apenas han mejorado luego de más de una década de Gobiernos de izquierda.
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Esto explica, sin lugar a dudas, esta vuelta de tuerca que podemos observar en la región. El discurso de izquierda se ha vaciado de contenido, la gente parece entender que la simple redistribución de la renta es insuficiente para motorizar el aparato productivo. El puro discurso es insuficiente para garantizar la permanencia de un proyecto político. Como dice el dicho: “Deseos no preñan”. Es interesante el giro que han dado las cosas. El Gobierno de Dilma Rousseff está tremendamente debilitado, en tanto que se abre la oportunidad para un giro en Argentina que ponga fin a la hegemonía del peronismo.
De igual manera la izquierda perdió la alcaldía de Bogotá. Algo pasa que la gente ha perdido la confianza en las promesas vacías de contenido. Transitamos hacia una lógica en la cual esa dicotomía entre la izquierda y la derecha parece haber perdido sentido. No es posible pensar en Gobiernos que funcionen si no son capaces de equilibrar el desarrollo económico y el social. Hemos vivido frente a un falso dilema. Estamos frente a la hora de los ciudadanos, lo que requiere claridad en las cuentas, eficiencia en el desempeño y valentía en las acciones.