EnglishCuando el juez de la Suprema de Corte de Estados Unidos Antonin Scalia falleció, inmediatamente surgieron interrogantes sobre quien sería su sucesor, y si el saliente presidente Barack Obama nombraría a un candidato antes de abandonar la Casa Blanca.
Los republicanos que controlan el Senado, cámara del Congreso encargada de confirmar al reemplazo del juez Scalia, inmediatamente dijeron que el nombramiento lo debe hacer el próximo presidente que salga electo en las elecciones de noviembre. Como era de esperarse, esto generó un debate político sobre si era moralmente correcto o no que un presidente saliente nombrara un juez del máximo foro judicial de la nación en un año electoral.
Obviamente, en un año electoral y con un Senado controlado por republicanos, se le haría difícil al presidente Barack Obama lograr que su candidato sea confirmado. La Suprema Corte es un foro que puede ser responsable de grandes cambios para la nación, ya sean positivos o negativos, y es por eso que se debe tener mucho cuidado (si se es senador), a la hora de votar por la nominación de un candidato. La historia de John Marshall debe ser una buena razón para ello.
John Marshall vivió entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Para la época de su nominación, gobernaba la nación el presidente John Adams, miembro del partido Federalista, quien sería derrotado en las elecciones presidenciales del año 1800, las cuales Thomas Jefferson apodó como la “Revolución de 1800”.
Adams ya era un presidente derrotado, pero cuyo partido aún controlaba el Congreso. A pesar de eso y de que él aún estaba en el poder Ejecutivo, era un presidente políticamente débil, debido a que su derrota electoral dos meses antes de la nominación significaba que el pueblo no lo apoyaba ni a él, ni a las políticas de los Federalistas en pro de un Gobierno central fuerte.
John Marshall ocupaba la Secretaría de Estado en el momento tanto de la derrota de Adams como en su nominación como juez presidente. Era un Federalista moderado, pero con una fuerte creencia nacionalista. Era del agrado de muchos, ya que era veterano de la Revolución Americana, diplomático, congresista, abogado y por ultimo, miembro del gabinete presidencial, hoja de vida que los defensores de su nombramiento usaban para defender su nominación.
El tiempo dirá si la nominación del juez Garland sería repetir la historia de John Marshall
Pero a pesar de ese gran historial, la derrota de Adams no convertía su nombramiento en algo moralmente correcto. Para complicar aún más las cosas, el sucesor de Adams aún no había sido confirmado, ya que tanto Thomas Jefferson como Aaron Burr habían recibido la misma cantidad de votos electorales republicanos y la Cámara de Representantes en ese entonces, controlada por los Federalistas, tenía que decidir la contienda como lo estipula la Constitución. Al final lo hicieron a favor de Jefferson, pero a pesar de que aún no se conocía al sucesor de Adams en el momento de la nominación, lo que sí era claro es que el pueblo había rechazado democráticamente tanto a Adams como a los Federalistas; y que, fuera quien fuera el presidente electo confirmado por la Cámara de Representantes, el próximo presidente sería republicano.
Nada de esto detuvo a Adams de nominar a su secretario de Estado, un federalista creyente en las ideas “Hamiltonianas” de un Gobierno central fuerte, que ya habían sido derrotadas en las urnas dos meses antes en las elecciones presidenciales. A Adams no le interesó la voluntad del pueblo y aún sin conocer a su sucesor, pero con su partido derrotado, el Senado confirmó a Marshall de manera unánime, solo cinco semanas antes de la inauguración del nuevo presidente.
Marshall tenía 45 años de edad en el momento de su confirmación como juez presidente de la Suprema Corte y, aunque fue confirmado en el último momento de los Federalistas en el poder, se mantuvo en la Corte por 35 años, dirigiendo el máximo foro durante cinco administraciones presidenciales. Desde la Suprema Corte con sus decisiones judiciales, Marshall transformó jurídicamente a la nación: pasó de ser una confederación de estados con un Gobierno central débil y unos estados de la Unión con gran autonomía, a una poderosa nación con un Gobierno federal fuerte a expensas de los estados. El mismo Adams dijo poco antes de su muerte que “el acto de más orgullo en su vida era el regalo de Marshall al pueblo americano”.
[adrotate group=”8″]Marshall es el ejemplo más extremo del poder que tiene un presidente para cambiar la política nacional por años, después de abandonar el cargo. Lleva 180 años muerto, pero posiblemente es la razón más poderosa por la cual los republicanos que controlan el Senado deben oponerse a la nominación del juez Merrick Garland.
A pesar de que, a diferencia del caso del presidente Adams, las elecciones aún no se han llevado a cabo, no cabe duda de que el presidente Obama está siguiendo un precedente. Solo me llega a la mente la imagen de un John Adams orgulloso, aplaudiendo a Obama, sabiendo que al igual que él lo hiciera dos siglos antes, Obama busca el fortalecimiento del Gobierno central a expensas de los estados. La diferencia es que hoy el Gobierno federal es demasiado fuerte y buscar aumentarlo aún más sería desmantelar la Constitución; y es precisamente la Suprema Corte la que debe velar porque se respete dicha Constitución.
La nominación de Marshall como juez presidente de la Suprema Corte es una sombra que dos siglos después, arropa la historia política de la nación. El tiempo dirá si la nominación del juez Garland sería repetir ese acontecimiento histórico.