EnglishPocas empresas están tan arraigadas en la conciencia de una nación como Petróleos Mexicanos (Pemex) lo está en México. Es un símbolo de la unidad nacional, y muchos celebran el aniversario de la expropiación de las compañías petroleras extranjeras y la creación de Pemex como un día de fiesta en el 10º mayor productor de petróleo del mundo.
La compañía ha sido durante mucho tiempo un gran empleador de mano de obra no calificada en el país, y paga aproximadamente la mitad de sus ingresos en concepto de impuestos al gobierno. Pemex es, y siempre ha sido, un extraño brazo cuasi privado del gobierno, propenso a la intromisión y el soborno político, una especie de híbrido entre el servicio postal de Estados Unidos y PDVSA de Venezuela.
Y todo esto está a punto de cambiar.
Tras un raro triunfo del sentido común sobre las apelaciones populistas, el gobierno mexicano aprobó una reforma en los últimos meses que sacudirá a la empresa hasta su núcleo. El Washington Post señaló recientemente algunos de los detalles de la reforma. Se promulgaron aumentos de impuestos sobre la renta y el consumo con el objetivo de reducir la dependencia del gobierno de los ingresos petroleros. Esto es importante, ya que la producción petrolera del país ha caído en los últimos años, y la producción en el campo supergigante Cantarell continúa debilitándose.
El segundo cambio importante implica el fin del monopolio absoluto de Pemex en la producción de hidrocarburos y la venta de gasolina en México. Agobiado por los altos impuestos, este sector ha sufrido durante mucho tiempo una escasez de inversión en exploración y producción, lo cual esta liberalización contribuirá a remediar. Al permitir las asociaciones con empresas extranjeras, el dinero y el conocimiento fluirán al sector de petróleo y gas en México. Por otra parte, tal como lo reconocen tanto la Administración de Información sobre Energía de Estados Unidos y el Washington Post, se cree que hay vastas reservas sin explotar de gas y petróleo de esquisto, y las empresas estadounidenses al otro lado de la frontera tienen una amplia experiencia explotando este tipo de petróleo.
El único aspecto extraño de las reformas señaladas en el artículo del Washington Post es la decisión de destinar miles de millones en ingresos fiscales para ayudar a apuntalar las capacidades de exploración y producción de Pemex. Esta es una movida extraña toda vez que el objetivo parece ser el de desatar a la empresa del Estado gradualmente en el tiempo. Si bien esto es cierto, es muy posible que sea el único pago necesario para empujar los aspectos más amplios de la reforma.
A pesar de este gasto, las reformas ayudan a poner en marcha el gradual desmantelamiento de una de las más grandes empresas estatales en América Latina. Si bien las reformas parecen estar dirigidas a apuntalar la empresa, probablemente abran la puerta a un creciente nivel de competencia en el sector energético mexicano. Al romper el monopolio de la gasolina, los consumidores podrán elegir por primera vez en décadas, mientras que la participación privada en la exploración de petróleo y gas debilitará el acaparamiento de la compañía de la producción “aguas arriba”.
La trayectoria es clara: Pemex se debilitará con el tiempo a medida que las protecciones tradicionales se desmoronen. La única pregunta es si la empresa será capaz de reformarse y transformarse para tener éxito en la economía moderna de los hidrocarburos. Empresas como la brasileña Petrobras y Ecopetrol de Colombia han tenido éxito después de esfuerzos de semi-privatización, pero el margen de error es estrecho.
Para tener éxito en la economía de los hidrocarburos de hoy, Pemex debe despojarse de su papel como brazo del Estado y actuar como sus competidores. Debe ser capaz de desprenderse de los trabajadores en caso necesario, de reducir costos, y de no pagar impuestos exorbitantes. Si esto no sucede, la empresa puede debilitarse a medida que sus competidores más eficientes en costo se coman su cuota de mercado. Y puede que eso sea algo bueno.
La transformación del sector energético mexicano va a ser difícil. Las personas perderán sus puestos de trabajo, y los contribuyentes se verán obligados a sentir el costo de los servicios públicos que reciben. Los políticos ya no tendrán oportunidades de empleos no calificados para ofrecer a sus partidarios. Pero todo esto es para bien. El status quo anterior era insostenible. La producción estaba cayendo sin esperanza de recuperación bajo el monopolio de Pemex.
Si los ciudadanos mexicanos quieren obtener el máximo valor posible de su dotación de recursos naturales no sólo es imprescindible que estas reformas se mantengan, sino que se profundice el proceso de privatización. Las vastas reservas de petróleo de la nación son un regalo para el pueblo de México, y ellos merecen algo mejor que lo que Pemex ha les ha proporcionado durante sus más de 76 años de historia.