EnglishPocos eventos inspiran tanta pasión y fervor nacional como los campeonatos deportivos internacionales. Cada cuatro años observamos un ciclo: Las Olimpiadas de Verano y de Invierno, el Mundial, y un sinfín de eventos más, como los Juegos de la Mancomunidad (en Gran Bretaña). Y siempre vemos, sin falta, la misma rutina de gasto masivo en complejos deportivos, alfombras rojas para las élites deportivas, y una montaña de deuda que se echa sobre las espaldas de los contribuyentes.
La justificación para estos grandes eventos deportivos siempre ha sacado provecho del populismo y nacionalismo latentes que existen en cada país. El público en general ama ver a los jugadores de su equipo competir contra los de otras naciones. Los gobiernos aman el hecho de que los juegos enfoquen la atención del mundo en sus países. Esto es especialmente cierto sobre naciones que de otra manera jamás llegarían a captar ni una pizca de atención del resto del mundo. ¿Acaso sabríamos de Sochi si las Olimpiadas de Invierno no hubiesen sido allí?
Aun más preocupante es la idea errónea que los juegos ayudan a impulsar la desmoronada economía del país sede. La evidencia de los beneficios económicos de ser anfitrión de eventos deportivos internacionales es, en el mejor de los casos, dudosa. En el 2009, Victor Matheson, economista de la Universidad de Holly Cross, notó que los beneficios económicos de estos juegos son frecuentemente exagerados por sus simpatizantes al usar multiplicadores económicos inflados. A Montreal le tomo 3 décadas pagar los US$990 millones de deuda adquirida por ser la sede de los Juegos Olímpicos de 1976, y para poder hacerlo tuvo que aumentar los impuestos.
Después de ser anfitriones de estos mega eventos, las naciones tienen que lidiar con el problema de mantener enormes instalaciones deportivas a las que no se les puede sacar provecho más allá del evento para el que fueron construidas. Internet está lleno de imágenes de instalaciones deterioradas, sea en Saravejo, Atenas o Beijing. Las organizaciones deportivas internacionales como el Comité Olímpico o la FIFA exigen la construcción de instalaciones que no hubiese tenido sentido edificar para ningún otro propósito, y que por lo tanto no serán usados en su máxima capacidad, o no tendrán uso en absoluto, después del mega-evento.
Hasta aquí no hemos dicho nada sobre los efectos nocivos de construir estas flamantes instalaciones deportivas. En Brasil serán desalojadas hasta 200.000 personas para construir las instalaciones del Mundial y las Olimpiadas. Le pido al lector que se tome un segundo para pensar en lo que esto significa: En nombre de un evento deportivo internacional, 200.000 personas podrían perder su casa, serán evacuadas a la fuerza debido a que su país se ofreció a hacerse responsable de organizar el Mundial y las Olimpiadas. Como lo reportó Dan Wetzel de Yahoo, ¿acaso sorprende que se escuchasen gritos de “[Insulto], Sra. presidenta” en el estadio Arena Corinthians durante el partido inaugural de Brasil? Los manifestantes están en las calles, y tienen muy buenas razones para estarlo.
La buena noticia es que el populismo y nacionalismo que alimenta a estos eventos deportivos se está desvaneciendo, y rápido. El mes pasado salió a la luz pública que el número competidores por convertirse en la sede de los Juegos Olímpicos del 2022 ha disminuido. Los votantes manifestaron su oposición a las ofertas de Cracovia, Polonia, y Estocolmo, Suecia. La lista, otrora bastante larga, se redujo a dos candidatos: Beijing, China, y Almaty, Kazakhstan. Y más recientemente, la adjudicación de Qatar como la sede del Mundial 2022 ha sido fuertemente cuestionada debido a acusaciones de corrupción.
Estos eventos internacionales representan una pérdida para las personas del país anfitrión. Y hay claras similitudes entre el proceso de toma de decisiones en los eventos deportivos internacionales y en los locales. Los políticos frecuentemente pregonan los beneficios económicos que los nuevos estadios deportivos supuestamente traerán a la economía local. Se apoyan en la pasión de los fans por su equipo, amenazando que sin los millones gastados en esas instalaciones, el equipo de sus amores podría irse.
Sabiendo lo fuertemente enraizados que están los equipos en la cultura local, los dueños de los equipos saben que pueden sacar provecho de ello para obtener fuertes beneficios económicos de los contribuyentes, independientemente del deteriorado estado fiscal de algunas ciudades. Incluso la quebrada Detroit, Michigan, gastará cientos de millones de impuestos en un nuevo estadio para los Alas Rojas, su equipo de hockey. Hogares y negocios fueron arrebatados para construir el estadio de los Nets de Brooklyn, un equipo de baloncesto de la NBA. Y algo parecido ocurrirá en beneficio del DC United, un equipo de la liga de fútbol de EE.UU.
La política y los deportes tienen una relación complicada que es difícil de resolver. Los mega-eventos deportivos son extremadamente populares, pero los contribuyentes están en todo su derecho de no querer pagar la cuenta de su patrocinio. Por otro lado, los políticos aman la atención que reciben por ser anfitriones. Ambos partidos han usado por mucho tiempo el nacionalismo y el populismo para extraerle rentas económicas a la población. Esto sigue siendo cierto, pero las manifestaciones contra estos eventos, incluyendo las protestas contra el Mundial Brasil 2014, demuestran que la población ya está cayendo en cuenta de que son ellos los que siempre terminan pagando la cuenta.