English La semana pasada, la oficina de Administración y Presupuesto de Estados Unidos presentó el presupuesto federal para el próximo año, propuesto por el presidente Barack Obama. Este se dispone a gastar alrededor de US$4 billones durante el 2016, los cuales aumentarían gradualmente hasta $6 billones en 2025. Esto traerá un montón de problemas, pero hay uno que es especialmente preocupante: el plan de un nuevo impuesto para los aproximadamente $2 billones en activos que tienen empresas estadounidenses en otros países.
Esta propuesta “innovadora” consiste en un 14% de gravamen “transitorio” sobre las ganancias existentes en el exterior, combinado con una reducción en la tasa corporativa —que pasará del 35% al 19%— y la eliminación de las lagunas tributarias sobre las ganancias futuras en el extranjero, sin importar dónde se encuentren.
La magnitud de los fondos que actualmente tienen las compañías estadounidenses en el extranjero es debido al peculiar sistema impositivo hostil del país. Estados Unidos es una de las pocas naciones en el mundo que obliga a las empresas a pagar impuestos sobre dinero generado en otros países, aunque ya tengan que pagarlos a Gobiernos extranjeros.
Por lo tanto, muchas empresas mantienen su dinero fuera del alcance del Gobierno estadounidense. Evitan pagar el impuesto corporativo actual del 35%, uno de los más altos en el mundo, aplicable cuando los fondos entran al territorio estadounidense. Así lo asegura el Índice Internacional de Impuestos y Competitividad 2014 de la Tax Foundation, que muestra que Estados Unidos pecha las ganancias corporativas peor que los demás países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).
Este cambio del impuesto corporativo reduciría temporalmente la tasa del impuesto nacional para alentar a las empresas a repatriar los $2 billones, incentivando el pago del gravamen del 14%, que de otra forma no tendrían que cancelar. El Gobierno de EE.UU. luego utilizaría esos ingresos para nuevas inversiones en infraestructura.
Los defensores han presentado la propuesta como una exención impositiva. En realidad, se trata de un nuevo impuesto sobre ganancias ya obtenidas por empresas con sede en Estados Unidos.
En última instancia constituye una simple expropiación, y no es mejor que acciones más directas tomadas por líderes populistas alrededor del mundo.
La mayoría de los países, incluyendo europeos y latinoamericanos, no utilizan este sistema “extraterritorial” de tasación impositiva. Esto significa que las empresas estadounidenses están en desventaja respecto a muchos de sus competidores extranjeros. Por lo tanto, hacen lo que pueden para evitar este sistema, al mantener su dinero fuera de las fronteras de su país. A menudo utilizan estos fondos para expandir sus operaciones en el extranjero.
En efecto, el Gobierno de Estados Unidos no solamente grava las ganancias afuera, sino que ahora está tratando de gravar activos que ni siquiera habrían entrado nunca a Estados Unidos.
Y aquí es donde surge el problema. Al buscar gravar activos actualmente en el extranjero, en lugar de ganancias futuras, Obama busca gravar la riqueza de las corporaciones estadounidenses. En última instancia esto es una simple expropiación, que no se diferencia en mucho de acciones más transparentes tomadas por líderes populistas alrededor del mundo.
Este impuesto haría especialmente lucrativo que las empresas estadounidenses trasladen completamente sus sedes al extranjero. La tendencia de “expatriaciones corporativas” que se inició el año pasado solo se aceleraría.
La muy cuestionada práctica implica la compra de competidores extranjeros, y con ello mover la sede oficial de las empresas fuera de EE.UU. Así se vuelven capaces de tomar ventaja de los impuestos más bajos afuera, y evitan la carga impositiva extraterritorial del Gobierno de Estados Unidos, porque siendo empresas extranjeras no estarían afectadas por este nuevo impuesto. Los empresarios podrían también evitar que los políticos intenten repetir este supuesto “impuesto único” cuando necesiten dinero en el futuro.
Hay muchas propuestas específicas acerca de cómo promulgar este impuesto sobre el patrimonio. El porcentaje varía desde tasas más altas en el presupuesto de Obama a otras más bajas propuestas por los miembros del Congreso.
No obstante, la creciente aceptación de dichos impuestos es preocupante, e incluso el senador Rand Paul (R-KY) ha apoyado una de las propuestas más moderadas. A pesar de las consecuencias a largo plazo, los políticos prefieren tomar la opción fácil, antes que enfrentar los recortes dolorosos o el incremento de impuestos al ciudadano común.
Muchos son los beneficios de crear una compañía en Estados Unidos. El sólido sistema jurídico protege los derechos corporativos mejor que pocos otros en el mundo. El capital humano disponible es difícil de igualar y el mercado local es lucrativo. Sin embargo, la carga impositiva es real, y si esta es lo suficientemente alta, hará que las costas extranjeras luzcan más atractivas.
No podemos imponer cargas mayores a nuestros propietarios de empresas y esperar que no traten de aligerarlas. Eventualmente, los nuevos impuestos y regulaciones simplemente empujarán a las empresas muy lejos. Me preocupa que la propuesta actual haga que muchos de ellos tomen la decisión de alejarse de EE.UU.