EnglishLos recursos naturales son considerados tradicionalmente como una bendición para cualquier país. Son piscinas de valor “libre” que pueden ser extraídas y vendidas, a menudo bajo la promesa de ayudar a toda la población.
Sin embargo, sabemos que los recursos no son un boleto dorado a la prosperidad: algunas de las más pobres y miserables naciones del mundo han sido bendecidas con valiosas reservas de minerales recuperables y combustibles fósiles.
De los 19 países que produjeron más de 1 millón de barriles de petróleo por día en 2013, solo tres de ellos podrían ser considerados como sujetos de “buenos” Gobiernos: los Estados Unidos, Canadá y Noruega.
El resto, incluyendo a Arabia Saudita, Venezuela y México, han soportado décadas de un solo partido o de Gobiernos autocráticos, con un débil desarrollo en otros sectores de la economía, y dependencia general sobre los ingresos del petróleo para una parte importante de los gastos del Estado.
La teoría de la “maldición de los recursos“, ha sostenido durante mucho tiempo que los países con dotación de recursos naturales, como petróleo o minerales, tienden a tener peores resultados de desarrollo que los que no los tienen. Hay muchas razones para ello, desde las tasas cambiarais (el llamado mal holandés) hasta el hecho de que los ingresos de los recursos son muy dependientes de los volátiles precios del mercado mundial.
Aunque los temas de la moneda o la volatilidad son muy reales, yo diría que hay algo más insidioso que ocurre en los Estados dependientes de los recursos.
¿Dinero por nada?
Se retoma la idea de tratar a los recursos como inherentemente dotaciones “nacionales”. Cuando los recursos son tratados como si ellos deben beneficiar a todos los miembros de una nación, se alienta al Gobierno a utilizarlos como un medio para proporcionar donaciones a la población en general, y reclamar el crédito por los servicios prestados.
Al construir una cultura alrededor de las “rentas” producidas por la extracción de recursos naturales, los que de otra manera serían malos Gobiernos pueden parecer exitosos en proveer bienes y servicios públicos que jamás podrían suministrar sin el “dinero gratis” de la minería o la extracción petrolera.
Sin embargo, esto no se puede mantener indefinidamente. La búsqueda de más recursos naturales es una parte importante del proceso de producción a largo plazo: los Gobiernos no pueden simplemente sentarse y dejar que el dinero entre.
Y así comienzan los problemas. Cuando los Estados demandan porciones significativas y crecientes de la renta de las empresas que trabajan en su país, desalientan a las firmas a buscar más reservas de recursos. Esto significa que extraer rentas a los recursos a corto plazo, hace que sea más difícil mantener estas rentas en el largo plazo.
El malestar mexicano
Hemos visto que esto sucede en la última década en México, un petro-Estado que pocos parecen reconocer que es tan dependiente del petróleo como lo es.
En 1938, el Gobierno mexicano expropió los activos de petroleras extranjeras y estableció lo que se convertiría en Petróleos Mexicanos (Pemex).
Se necesitaron más de 60 años, y la maduración de los mercados mundiales del petróleo, por los problemas de la extracción de rentas, la burocracia, y la caída de las reservas, para finalmente ponerse al día con las autoridades mexicanas.
En esos 60 años, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernó la nación sobre las espaldas de los perforadores en los campos del Golfo de México. Sin embargo, 60 años de mala inversión causaron eventualmente que las reservas y producción cayeran.
El año pasado, la nación finalmente fue obligada a terminar con el monopolio de Pemex y a reformar la empresa, con el fin de detener la hemorragia fiscal causada por años de ineficiencia y subinversión.
¿Qué lecciones podemos sacar de este ejemplo? Los países no pueden esperar que los recursos de cualquier clase duren para siempre, y en el corto plazo su uso para el gasto sólo empuja a recortes de gastos o a aumentos de impuestos a futuro, haciendo más doloroso el proceso.
En los EE.UU., los legisladores estatales han pensado en impuestos de extracción como una fuente de ingresos fáciles para financiar las metas de gasto a corto plazo. Si lo hacen, podría terminar perjudicándose en el largo plazo, como lo ha hecho en México. Los legisladores tienen que entender que agredir a las empresas petroleras con impuestos adicionales no es un boleto dorado para la prosperidad, y cuanto más alto sea el impuesto, mayor es el riesgo de que algo vaya mal y ponga al Estado en riesgo de situaciones más dolorosas.
Así que sí, los recursos de hecho pueden ser una maldición. Pero esa maldición que puede ser controlada, simplemente con mantener separada la “bendición de los recursos naturales” de la política. Los Gobiernos desafían esta advertencia bajo su propio riesgo.