EnglishEste miércoles se conmemora el Día de la Tierra, la fiesta internacional del medio ambiente destinada a celebrar el medio natural y la preservación del mismo. Muchos han llegado a usar este día para exigir aún más gestión ambiental con enfoque “de arriba hacia abajo”. Deberían solicitarla con precaución.
El Gobierno Federal de Estados Unidos tiene una larga y trágica historia cuando se trata de custodia del medio ambiente. De todos los días, el Día de la Tierra es uno en el que todos los ciudadanos estadounidenses deben evaluar el horrible daño ambiental que ha sucedido como consecuencia directa de la acción federal.
Como he señalado en este espacio antes, el Gobierno Federal de Estados Unidos es uno de los más grandes, si no el más grande, contaminador del planeta. Esta contaminación proviene tanto de forma directa, por parte de entidades gubernamentales que dañan por sí mismas la calidad del medio ambiente, como indirectamente, gracias a políticas que inducen a la contaminación.
¿Cómo puede un Gobierno que espera que las empresas y el público cumplan con una enmarañada red de leyes de protección del medio ambiente hacer tanto daño por cuenta propia?
Esto ha ocurrido porque gran parte de la burocracia ambiental está casi totalmente fuera del control de los políticos y del público en general. Un ejemplo de ello es el Departamento del Interior, un organismo diseñado para administrar las tierras federales, que ha provocado regularmente escándalos ambientales desde hace más de 100 años.
La agencia ha estado históricamente protegida por el hecho de que parece ser una de las dependencias más aburridas y menos interesantes de la burocracia federal. Una eventual reforma del Departamento de Interior no es un tema con el que un político pueda hacer campaña fácilmente. En todo caso, lo que haría sería alterar intereses creados, lo que podría costarle a ese político más votos de los que ganaría.
Este es un ejemplo clásico del concepto de beneficios concentrados y costos dispersos; donde unos pocos son los que se benefician con la reforma, como los contribuyentes, solo serían mínimamente ayudados, mientras que ciertos grupos, como los ganaderos, madereros, o los usuarios recreativos, pueden llegar a perder mucho. Una mala política, una vez implementada, persistirá durante años por simple inercia burocrática.
Por otra parte, tenemos el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, que ha sido conocido por sus proyectos de ingeniería, tales como diques y represas a lo largo de los ríos y el mantenimiento de los puertos de la nación. Ha destruido más hábitats sensibles que casi cualquier otro grupo, público o privado, en la historia de la nación. Como también ha destruido innumerables zonas de humedales en el nombre de la canalización de ríos como el Mississippi. Sus obras de ingeniería se han combinado con el Programa Nacional de Aseguramiento contra Inundaciones de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) para animar a la gente a vivir en zonas costeras ecológicamente frágiles.
Y aún faltan por describir las políticas contraproducentes. En casi todas las áreas, es fácil encontrar ejemplos de políticas que estimulan la destrucción del medio ambiente. ¿Comercio? Los aranceles al azúcar han fomentado el cultivo de caña de azúcar en muchos kilómetros de los humedales de Florida y perjudicado a las granjas. ¿Agricultura? Los subsidios al agua para los agricultores promueven el cultivo en tierras marginales y los cultivos intensivos en uso de agua en California.
¿Defensa? Las bases militares a menudo contaminan masivamente, y la incapacidad de los políticos para cerrar las bases militares excesivas mantienen los daños durante décadas. ¿Transporte? El transporte masivo-intensivo en uso de energía, como el ferrocarril, es una forma costosa de reducir las emisiones, si no francamente contraproducente. Incluso nuestros parques nacionales no son inocentes, ya que su fracaso histórico en cobrar tarifas de acceso lo suficientemente altas a sus usuarios significa hacinamiento y daños en algunos de los tesoros medioambientales de la nación.
Tanto los perjuicios directos, como las fallas en políticas, muestran que el Gobierno Federal no es un ángel medioambiental. En todo caso, su labor equivocada puede hacer más daño que bien. Esto no quiere decir que los agentes privados no contaminen, pero como mínimo se les considerará responsables por los daños que causan. Esto rara vez ocurre cuando el Gobierno Federal tiene la culpa.
Mientras nos detenemos a celebrar el Día de la Tierra, es hora de que el Gobierno rinda cuentas por las políticas contraproducentes que promulga y el daño directo que sigue produciendo. Ningún grupo, público o privado, debe salirse con la suya haciendo tanto daño. Simplemente porque es el Gobierno el que contamina, no por ello es menos perjudicial para las personas, el medio ambiente o el planeta en su conjunto.