EnglishLos populistas van en aumento en Estados Unidos. Hace un año, la idea de que Donald Trump o Bernie Sanders podrían tener algún grado de éxito en las urnas causaba risas en los partidos en Washington.
Trump quedó en segundo lugar en el caucus de Iowa y Sanders casi empató a Hillary Clinton en votos. Estos candidatos, populistas por excelencia (sean de izquierda o derecha), realmente podría ganar la presidencia. La última vez que ocurrió algo similar fue en la reelección de Woodrow Wilson, en 1916.
Durante el siglo pasado, los estadounidenses estuvieron aislados de las olas populistas que sacudieron el mundo. Estados Unidos nunca vio el socialismo de la clase que gobernaba casi todos los otros países del mundo en algún momento del siglo XX.
Nuestras industrias pueden haber estado reguladas, pero nunca fueron nacionalizadas. Podemos haber tenido ciertos programas de vivienda social, pero nunca llegó a la escala de las principales ciudades europeas. De hecho, parte de la razón por la que Estados Unidos creció tan rápidamente durante tanto tiempo es porque se escapó de la dañina extracción económica necesaria para financiar los Estados de Bienestar populistas.
La democracia norteamericana era especial, pues su federalismo es mucho más complejo que los regímenes parlamentarios unitarios de otros lugares. Hacer grandes cambios era difícil. Se necesitó de una crisis de la escala de la Gran Depresión para construir el marco legal para el Estado Benefactor limitado que tenemos hoy en día.
Esta elección marca un cambio. Ross Douthat, en el New York Times, acertadamente califica esta ola como “revuelta contra la decadencia“. Es una revuelta en contra de la forma tradicional de “salir del paso”, sostiene.
Los estadounidenses están aburridos de una sociedad que cambia a un ritmo muy lento. Ellos quieren más de algo, incluso si no pueden determinar exactamente de qué se trata. Demandan acciones más audaces. Cualquier tipo de acción, en realidad. Podrían ser medidas en contra los inmigrantes, o en contra de los principales bancos, o una nueva guerra en el Medio Oriente.
La gente está aburrida de esperar el “momento adecuado” para traer cambios radicales al país. El país está hastiado, y los pueblos hastiados han buscado durante mucho tiempo un cambio radical.
Sabemos que la opresión no es suficiente para engendrar un cambio revolucionario en sí mismo. En muchas democracias, alguien, sea socialista de izquierda o un hombre fuerte de derecha, promete liberar a la población del estancamiento y la miseria. Cuando las cosas se ponen lo suficientemente malas, estos son elegidos, aprueban reformas, y redistribuyen las rentas que sus economías generan a sus partidarios. Y así el ciclo se repite una y otra vez. Esa es la historia económica de muchos países de América Latina, tales como Chile, Argentina y Venezuela.
[adrotate group=”7″]Sin embargo, aún hay esperanza, que viene en el mismo sistema contra el que los populistas se rebelan. Una sola persona no puede cambiar unilateralmente toda la democracia estadounidense. En una presidencia de Sanders, sin mayorías importantes en ambas cámaras del Congreso, no serían aprobadas ninguna de las grandes expansiones del Estado de Bienestar.
Trump nos podría llevar a otro enredo militar, pero Ted “el bombardero” Cruz o Marco Rubio parecen estar igual de dispuestos. Aunque los controles se han erosionado desde la fundación del país, el poder Ejecutivo en Estados Unidos tiene sus límites.
Hacer cambios en la democracia estadounidense es un proceso complejo. Se necesita más que la presidencia, sea que los ciudadanos gusten o no. El Tea Party demostró lo que sucede cuando una ola populista golpea el Congreso, pero incluso eso ha fracasado en unos pocos años. Occupy Wall Street, por el contrario, ni siquiera eligió a un miembro del Congreso.
Tomar el control y hacer los cambios “audaces” que los populistas desean, requiere de una especie de control único que el federalismo estadounidense rara vez otorga. Lo más probable es que, en algún momento en el proceso político, alguien estará allí para echar arena en los engranajes de cualquier esfuerzo de reforma. Nosotros “nos las arreglamos”, porque eso es lo que hace que la democracia estadounidense sea especial.
El federalismo estadounidense es uno de los sistemas políticos más complejos del mundo. Su dependencia de los gobiernos estatales y locales para ejercer el poder real tiene pocos paralelos fuera de Canadá y Suiza. Sin embargo, a diferencia de estos países, la burocracia federal también tiene un dominio masivo.
Esta combinación de un fuerte “cuarto poder” del Gobierno y de una compleja estructura federal creó el crecimiento económico casi sin precedentes en el siglo XX; y aisló a la nación del daño provocado por la extracción política masiva de los recursos económicos de los ciudadanos. No obstante, eso vino con un precio que pagar.
Los estadounidenses desilusionados, cuya ascendencia va a ser la historia del 2016, deben entender esto. Nosotros “salimos del paso”, no porque eso sea mejor que experimentar olas de expansión y recesión, sino porque eso es lo que permite nuestra democracia.
Y deberíamos estar agradecidos por ello, pues, hasta el momento, parece haber funcionado.