Hace algunos meses llegó a mis manos “Del buen salvaje al buen revolucionario” gracias a mi madre. Antes de eso ya tenía un tiempo buscando el libro de librería en librería. Sentía una suerte de admiración por Carlos Rangel antes de haber ojeado algo de su autoría y sin conocer mucho sobre el periodista, por ello quería leer su «gran obra».
Carlos Rangel nació en 1929, fue un destacado periodista, diplomático y académico venezolano; pero quizá lo más notable de él es que fue uno de los pocos venezolanos que se atrevió a abrazar el liberalismo y se convirtió en uno de los principales difusores de la libertad en Venezuela.
En Del buen salvaje al buen revolucionario (1976), Rangel lanza una crítica inquisidora al progresismo latinoamericano, convirtiendo a la obra en un libro indispensable para comprender el origen de nuestros estragos como sociedad latinoamericana y venezolana.
Carlos Alberto Montaner, quien se encargó de escribir el prólogo para la reedición de 2005, catalogó al libro como «una bandera» y señaló que no concibe cómo una sociedad que contó con la advertencia de Rangel en 1976, haya caído “voluntariamente en las redes del chavismo”. Para Montaner, la respuesta es que “el ensayo fue concebido como una argumentación ideológica sin conexión con la realidad nacional”, sin embargo, la realidad es que la obra era “una severa advertencia contra el aventurismo político de la izquierda colectivista antioccidental”.
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Cuando Del buen salvaje al buen revolucionario vio la luz, hizo escándalo. Era un libro incómodo para las ideologías arraigadas en los corazones venezolanos. Una de las situaciones que más incomodó a Rangel sobre el rechazo a su obra, fue una quema de su libro que se llevó a cabo en la casa de estudio más importante de Venezuela para entonces, la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Los venezolanos, como el resto de América Latina, dice Montaner, “tenían una visión populista del poder y de la sociedad. Suponían que la visión del gobierno era planificar y mandar, y no obedecer las leyes y las instituciones. Pensaban que el objetivo de gobernar era distribuir las riquezas existentes sin potenciar las condiciones para que la sociedad creara riquezas. Fomentaban la dependencia y no la responsabilidad individual. Cultivaban el clientelismo político de una ciudadanía que esperaba dádivas y privilegios del partido de gobierno, ratificándole a la muchedumbre (…) un mensaje en el que se les aseguraba que era víctima del maligno despojo de unos bienes que supuestamente le pertenecían por derecho propio y de les que era inicuamente privada (…) a los pobres se les comenzó a llamar desposeídos. Alguien, el capitalismo, las clases medias, los americanos les había quitado lo que era suyo”.
Bajo esta justificación, los discursos nacionalistas y revolucionarios se elevaron sobre el «pueblo» engañado con el mito antiimperialista. La búsqueda de un caudillo se convirtió en la manera en que la política venezolana y latinoamericana debía funcionar. Aquel hombre fuerte, con botas bien amarradas que nos defendiera de la garra yanqui y que además cuidase a su pueblo como un padre a un hijo. Carlos Rangel intentó desmontar los mitos de espíritu de inferioridad y el martirio con que nuestra sociedad justificaba la miseria; esto, por supuesto, no agradó.
En uno de los primeros capítulos del libro, Rangel, citando a Carlos Fuentes, intelectual hispanoamericano, se pregunta: “¿seremos un vasto continente de mendigos? ¿Será la nuestra una mano tendida en espera de los mendrugos de la caridad norteamericana, europea y soviética? ¿Seremos la india del hemisferio occidental? ¿Será nuestra economía una simple ficción mantenida por la filantropía?”.
Para Rangel, Latinoamérica era un fracaso, un fracaso no producto del subdesarrollo económico, sino del subdesarrollo político. Una de las razones del fracaso latinoamericano es la ebullición del mito del “buen salvaje”, aquel hombre bueno y puro que fue corrompido por la dominación europea. Bajo ese pretexto, acudiendo a la idea de reivindicar al maltratado indígena, los independentistas buscaron obtener poder luchando contra la corona española. A partir de este momento, Latinoamérica se convirtió en un continente víctima de la brutal colonización europea que, a toda costa, rechazaría cualquier influencia que provenga del “viejo mundo”.
“Por causa del mito del buen salvaje, Occidente sufre hoy un absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de haber corrompido con la civilización a los demás pueblos de la tierra, agrupados genéricamente bajo el calificativo de “Tercer Mundo”, los cuales sin la influencia occidental habrían supuestamente permanecido tan felices como Adán, y tan puros como el diamante”, dice Rangel.
Partiendo del buen salvaje, de esa necesidad tan dañina en donde los indios, reducidos a la servidumbre, fueron integrados a la sociedad, surge el buen revolucionario, aquel “Don Quijote del comunismo”.
Para Rangel, la necesidad de arreglar los problemas domésticos recurriendo a la revolución, es un mal que irrumpe con el imperio de la ley, y es el origen de nuestra inestabilidad política.
Imperialismo y subdesarrollo
Bajo el título de “Imperialismo y subdesarrollo”, Rangel describe la continua frustración latinoamericana por fracasar en nuestro intento de alcanzar algún grado satisfactorio de desarrollo económico. “En cada una de estas áreas los latinoamericanos nos sentimos frustrados, insatisfechos; y en cada caso tenemos una inclinación irresistible a culpar a los Estados Unidos por nuestros fracasos”.
“En el momento latinoamericano actual, nadie se arriesga a ser contradicho si afirma que es el imperialismo norteamericano quien ha obstaculizado las transformaciones necesarias, económicas y políticas, en los otros países del hemisferio; y esto para empobrecerlos, succionando la riqueza que ha servido al auge económico de los Estados Unidos”, dice Rangel para luego ir, poco a poco, destruyendo la máxima: “Ellos son ricos porque nosotros somos pobres”, que se ha convertido en “verdad oficial” de todos los dirigentes latinoamericanos.
Más adelante en el libro, Rangel sentencia: “Cabría preguntarnos si EE.UU. con su existencia y sus actos no han contribuido en forma positiva al destino global de América Latina, y si más bien los efectos benéficos de la influencia norteamericana, que son muy grandes, no los hemos podido y sabido aprovechar y sacarles todo partido posible por fallas inherentes a la sociedad latinoamericana, y que preceden por mucho toda relación entre nosotros y los Estados Unidos. Fue de ellos que recibimos las doctrinas y las aspiraciones políticas y sociales de las cuales estamos tan orgullosos”.
Rangel continúa afirmando que “ha sido sobre todo de los norteamericanos que hemos recibido la ambición y los estímulos hacia la modernización y el desarrollo”.
A lo largo de todas sus obras, Rangel desmonta todos los mitos, creencias, modelos y pensamientos inherentes a nuestra clase política desde hace casi un siglo, sin importar de qué parte del espectro venga nuestra dirigencia. Todas las causas de las crisis que en nuestra historia hemos padecido, arraigadas al pensamiento de aquella única tendencia izquierdista, independientemente sea el Estado o la oposición en el momento, sufren un colapso en el trabajo de Rangel.
El mito antiimperialista, los controles, la dependencia del Estado, las políticas populistas, el intervencionismo estatal, la falta de libertades en el mercado, el rentismo petrolero y todas aquellas calamidades que ningún político venezolano, aún siendo opositor, se atreve a criticar o incluso a nombrar, son desmanteladas por Carlos Rangel.
Desde que existe la democracia, Venezuela ha estado inmersa en diferentes crisis, una tras otra. Rangel dijo, durante un discurso, que aquellos, incapaces de no ser izquierdistas, aseguran que el fracaso venezolano se dio porque se ha ensayado la economía liberal y esta ha fracasado, que la economía de mercado falló y la solución es el intervencionismo. Sin embargo, Rangel sentencia: “La verdad es lo contrario (…) En Venezuela nunca hemos tenido una economía libre”.
Las palabras de Carlos Rangel fueron una advertencia en su momento. Cuando pocos se atrevían a defender la responsabilidad individual y los verdaderos principios de la libertad, Rangel lo hizo con valentía y nos dejó una obra que antes fue un aviso, pero que hoy es imprescindible para despojar al país de aquellas enfermedades radicadas en nuestra sociedad y en nuestra dirigencia, que han sido las causantes de la mayor crisis de Venezuela.
No hablo de una crisis económica, humanitaria o política; sino de algo que va más allá, una crisis que comenzó en el Siglo XX con la democracia. Una crisis más bien ideológica, que, sin darnos cuenta, es y ha sido la causante de las demás crisis. Tal vez sea la mayor crisis que padece nuestro país. Ni los controles, ni la liberación de precios, ni la producción de medicinas, ni la importación o exportación de algún producto nacional, ni siquiera que algún salvador surja de los calabozos o de algún partido político «justiciero» solucionará la crisis que padece Venezuela. La única solución, que yo veo, es leer a Carlos Rangel.