Cuando Tocqueville, en La Democracia en América (1835) habló de las bondades de Estados Unidos, creyó, al igual que yo, que la democracia jamás correría algún riesgo o jamás sería vilipendiada.
El éxito de la que era la democracia más sólida del mundo estaba garantizado, según Tocqueville, gracias a una sociedad completamente libre, que respetaba las libertades individuales, una sociedad compuesta por hombres públicos que ejercerían la política de tal manera que la libertad siempre estuviese presente.
Tocqueville alababa una sociedad que situaba a la libertad de prensa como un atesorado valor. Entonces, para él, una sociedad como la estadounidense estaba protegida de peligrosas aventuras, a diferencia de Europa, por ejemplo.
Hasta hace algunos años, en efecto, Estados Unidos podía ser condenado por muchas cosas, pero su democracia, su estabilidad política, siempre se encontró inmaculada de proyectos revolucionarios que, en cambio, corrompieron al resto del mundo.
Todo esto se podía garantizar, hasta el año pasado.
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Tanto Donald Trump, el millonario pseudofascista que pretende destruir a Estados Unidos con sus ideas descabelladas, como Bernie Sanders, el populista y socialista que busca acabar con la opresión y el sometimiento por los más poderosos, son síntomas de que la estabilidad política en Estados Unidos está atravesando por tiempos difíciles.
Del primero ya se ha hablado bastante y, aunque jamás se debe dejar de denunciar el peligro que podría significar Trump en la Casa Blanca, del segundo, creo yo, hay que comenzar a alertar, igualmente, de lo que significaría su presidencia.
No solamente por el surgimiento de Sanders y Trump se evidencia que la política estadounidense está trastornada. La falta de verdaderas opciones para los electores en esta próxima elección presidencial demuestra que existe un problema mayor.
Falta de opciones
Del lado republicano es un desastre, el ascenso de Trump es, en parte, justificable porque sus contrincantes dentro del Grand Old Party son, en su mayoría, unos desquiciados.
Cuando algunos pretenden presentar ciertas ideas que resultarían tremendamente oportunas, sale a relucir el lado más fundamentalista, religioso y sin sentido de los candidatos; comienzan a arrojar discursos sin ningún tipo de coherencia y a demostrar lo obsoleto que se encuentra el partido republicano hoy en día.
Por el otro lado tenemos a los demócrata. Aquí es mucho más fácil analizar el panorama: solo tenemos a Hillary Clinton y a Bernie Sanders.
En el caso de la exsecretaria de Estado, dar con el diagnóstico es sencillo. Hillary Clinton no es una buena candidata. Ha mantenido una inconsistencia tan notable durante toda su vida política, que para muchos solo es una hipócrita desesperada que arregla el discurso para lograr sentarse en la Oficina Oval.
En cambio, Bernie Sanders sí ha demostrado ser, a lo largo de su carrera, un político bastante sólido. Ha mantenido, durante toda su vida política, una marcada tendencia ideológica, y esto es lo realmente peligroso.
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El peligroso pasado de Bernie Sanders
Sanders fue un tipo que simpatizó con todos esos movimientos revolucionarios que en su momento juraron poder administrar la felicidad del colectivo.
En una entrevista en 1985, año en que el mundo entero estaba al tanto de los horrores y miseria del castrismo en Cuba, Bernie Sanders se atrevió a decir que Fidel Castro era un buen tipo porque logró muchas cosas en el área social.
Ese mismo año el senador de Vermont alabó a Daniel Ortega y su “Revolución Sandinista”. En 1988 Sanders no podía aguantar sus fetiches leninistas y, después de casarse, fue de luna de miel a la ya en estado terminal Unión Soviética.
Al regresar a Estados Unidos, el entonces alcalde de Burlington, alabó los servicios de salud y otros programas sociales que se llevaban a cabo en el totalitarismo soviético.
No hay que ser alarmista tampoco ni caer en delirios neoconservadores: Bernie Sanders no es Hugo Chávez ni Fidel Castro ni ningún déspota comunista. Reconozco que el senador puede tener las mejores intenciones y que en ningún momento tenga pensado acabar con la “sólida” democracia estadounidense.
Sin embargo, lo que realmente hay que alertar, es que lo que plantea Sanders será un completo y total desastre: En una reciente entrevista con el New York Daily News, Sanders demostró que sus propuestas van a ser una terrible aplanadora de la economía de Estados Unidos y del mundo.
Bernie Sanders no es Hugo Chávez ni Fidel Castro ni ningún déspota comunista
En la entrevista, Sanders sostiene su rechazo a prácticamente cualquier tratado de libre comercio entre el país norteamericano y las demás regiones. El senador pretende aislar la economía más grande del mundo con el fin de no perjudicar a sus trabajadores. Medidas como estas son extremadamente alarmantes, sobre todo para los países más pobres.
Sanders es un redistribucionista, un populista que pretende subir los impuestos para dedicarlos a obras sociales, buscando imponer las necesidades de una parte de las personas como obligaciones para todos.
El welfare al que espera acudir Sanders ha demostrado a lo largo de la historia terminar en fracaso. Es inconcebible, ciertamente, como una retórica de un autoproclamado “socialista democrático”, en donde pretende impulsar una “revolución política” —de aquellas de las que hablaba Carlos Rangel— sobre la lucha contra la oligarquía gobernada por los millonarios, aquella “peligrosa clase dominante”, cale tanto.
Sanders mantiene un discurso que ataca la desigualdad y apela a la lucha de clases: el intervencionismo, las regulaciones, la dependencia del Estado, la falta de libertades del mercado y el populismo incontrolable son parte de las políticas que pretende implantar Sanders a un Estado que solo verá el fracaso de tener éxito el senador.
Es normal que los corazones irracionales se dejen seducir por sus palabras. Sanders enamora a la juventud sonando a David Bowie al final de sus mítines y hablando de Jazz. Pero no entiendo, no se explica cómo algún latinoamericano —especialmente algún venezolano–, actualmente sea capaz de apoyar un proyecto tan peligroso como el que plantea Sanders.
En general, esta “lenta primavera” que atraviesa Latinoamérica da esperanzas de que cada vez se va apagando más la progresía en la región. Los venezolanos y latinoamericanos contamos con una ilustración histórica que nos demuestra que proyectos como el de Bernie condenan a sus pueblos al fracaso y a la miseria.
No niego su buena voluntad y aprecio su incansable lucha por los derechos civiles; pero es hora de alertar el peligro de una aventura política producto de la inestabilidad que atraviesa Estados Unidos.
Es en estos momentos, durante estas crisis, es que proyectos tan nocivos se perfilan para obtener el poder. Nuestra experiencia nos debería, de hecho, dirigir a la condena inmediata de las ideas que se debaten en el lado Demócrata. No concibo, en lo absoluto, cómo puede haber apoyo de este lado de la región: The world should stop feeling the Bern.