EnglishPara este jueves 1 de septiembre las expectativas eran colosales. Es de admitir que, pese a decepciones anteriores, se ensanchaban las ansias de libertad de cara a la que prometía ser la marcha opositora más multitudinaria de la historia contemporánea de Venezuela, denominada la Gran Toma de Caracas.
La ruta de la manifestación era clara: miles de venezolanos iban a acudir a Caracas para exigir la realización del referendo revocatorio antes de finalizar el 2016. Además, se señaló que a la 1:30 de la tarde la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) iba a anunciar cuáles iban a ser los próximos pasos de protesta en contra del régimen de Nicolás Maduro.
A pocas horas de la Toma de Caracas las expectativas y esperanzas aumentaban, era fácil caer en la ingenuidad ocasional. Imperaba la necesidad de que el 1° de septiembre se convirtiera en un día histórico, día en el que resurgiera la sociedad civil y se exigiera la libertad secuestrada. Hace un par de años, a principios de 2014 había iniciado un movimiento ciudadano sumamente poderoso que fue apaciguado. Este movimiento debía ser levantado y no debía detenerse.
Pasaron las primeras horas de este lunes y, debe reconocerse, las expectativas y esperanzas continuaban aumentando. El ambiente era alentador, a pesar de las usuales amenazas del régimen. Con el tiempo las primeras imágenes fueron revelando la magnitud del hecho histórico: miles de personas estaban inundando masivamente las calles de Caracas. Más tarde, a través de AFP la oposición confirmaría que al menos un millón de personas acudieron a las calles de la capital a expresar el contundente rechazo a Nicolás Maduro; ¡un millón!.
No obstante, la infantil ingenuidad fue demolida por la realidad de la situación. Al llegar el momento clave de la concentración, cuando el secretario ejecutivo de la MUD, Jesús “Chúo” Torrealba, anunció las próximas acciones a tomar, se reveló que todo el evento se había convertido en una mordaz estafa.
El primer anuncio fue que la concentración había terminado, y que el siguiente paso era el toque de un «cacerolazo» (hacer sonido estruendoso con el golpeteo de ollas) en contra de Maduro. Luego, se anunció que dentro de siete días se realizará otra manifestación pacífica, y otras manifestaciones durante las semanas siguientes —imagino innecesario señalar lo absurdo de esto, además de que se reveló la estrategia al régimen.
Eso fue todo. La “histórica” concentración en Caracas se convirtió, inmediatamente, en lo que se temía: una presunción innecesaria sobre apoyo en las calles.
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La Mesa de la Unidad, con la Gran Toma de Caracas, vuelve a cometer un terrible error al plantear un mediocre “itinerario” que evidencia una clara falta de perspectiva fatal.
Cientos de personas tuvieron que atravesar obstáculos criminales: horas de caminatas, requisas forzosas, robos. Indígenas emprendieron viajes de más de 12 horas desde Amazonas. Ciudadanos en silla de rueda; un sacerdote llevó a cabo una odisea admirable. Pero ahora, deben devolverse a sus casas a golpear sus ollas porque así lo dijo la MUD.
Esto es un golpe moral, una deslealtad a los pueblos indígenas que acudieron a la protesta, a los manifestantes que viajaron y padecieron.
No se exigió, en ningún momento, la realización del referendo revocatorio. Se pidió ser escuchado; se solicitó y se envió un mensaje; pero en ningún momento se exigió nada al régimen: ¡No hay que pedir al régimen escuchar, este debe acatar! Al no entender esto se destruye la soberanía ciudadana.
Durante las últimas semanas, el régimen ha demostrado ampliamente su carácter totalitario. Frente a eso no es permisible, de ninguna manera, una respuesta a los abusos que carezca de contundencia; en cambio, ahora la MUD juega al peligroso “desgaste del gobierno”, un juego inquisidor y considerablemente cruel con el ciudadano que a diario sufre los estragos de las equívocas políticas chavistas.
Desde hace más de cuatro años ese ha sido el juego a emplear. Jugar al “desgaste político del régimen”, a la paciencia, a la «política inteligente», es una decisión criminal con quienes sufren. Hace poco la MUD aseguró que, diariamente, mueren 28 niños de hambre. Aunado a esto, pacientes con cáncer u otras enfermedades esperan trágicamente por un tratamiento. La impunidad, la criminalidad y la falta de comida se convierte en un homicidio en cámara lenta en contra del venezolano. Sin embargo, la oposición oficial jugará al “desgaste”.
La verdad es que, en todos estos años, la verdadera fuerza política que se ha desgastado es la oposición. A pesar de que hoy representamos ampliamente a una mayoría y hemos alcanzado un importante triunfo electoral recientemente; y, a pesar de la cruenta crisis económica, política y social, Nicolás Maduro disfruta hablar libremente en la Avenida Bolívar de Caracas y aún goza de cierta estabilidad. Asimismo, es importante que hoy se reconozca, completamente, al ciudadano. Hoy son los héroes que fueron embaucados. Demostraron que aún existe una ciudadanía consciente; pero abandonada.
Por otra parte, continuar con el mediocre intento de demostrar que somos mayoría resulta innecesario. Impera la necesidad de entender con qué nos enfrentamos. A la dictadura, a estas alturas, no le importa carecer del espaldarazo popular. Es un régimen con carácter totalitario, actúan por la violencia y gracias a nuestra falta de poder —a pesar de que tenemos todas las herramientas para demostrar lo contrario.
Llevamos tres años, con sobradas ocasiones, en las que se demostró que somos mayoría, ¿cuántos más hacen falta? De querer demostrar una realidad, que es innecesario volver a confirmar, fácilmente se pudo haber acudido a encuestas.
Hoy, con la Toma de Caracas, se envió un mensaje claro pero innecesario. Innecesario, tanto para nosotros como para la comunidad internacional. Es evidente que el respaldo popular lo recibe la alternativa al chavismo, pero mientras no se tomen acciones contundentes, nadie intercederá por nosotros.
Asimismo, el gobierno también aprovechó la ocasión para enviar mensajes. Es notable cómo, pese a las múltiples amenazas y al extremo armamento bélico, sólo hubo pequeños vestigios de represión y una que otra escaramuza.
Durante el discurso de Nicolás Maduro, el presidente aprovechó la ocasión para felicitar al pueblo opositor y para reconocer la participación cívica. Ese fue el mensaje: en Venezuela hay oposición y puede, “libremente” —entre tácitas comillas—, ejercer la protesta.
Claro, denunciar todo esto conlleva el estigma desgastado de «radical» y «divisionista». En eso se convirtió la exigencia. Venezuela continúa llevando, como un peligroso estandarte, la necesidad del caudillismo. En este país no existe y no se permite la exigencia al liderazgo opositor, mucho menos la disidencia y la diferencia de opiniones. «A toda costa hay que defender al liderazgo oficial», por lo que es necesario decir que, en quien no haya, siquiera, cierto escepticismo en torno a la MUD, es inadmisible, ahora, cualquier crítica al fanatismo que la oposición suele encontrar en el chavismo.
La Gran Toma de Caracas ha terminado. Impera la necesidad de reflexionar sobre qué se logró hoy. Concretamente, qué victoria se obtuvo que no se hubiese demostrado anteriormente (el evidente mensaje de que somos mayoría).
Un ejercicio a realizar es ver las pancartas de los manifestantes. Ver qué exigía la sociedad civil y la razón de la decepción. Hay que recordar que, según se señaló, este 1° de septiembre salieron a las calles, al menos, un millón de personas y, pese a eso, no se logró ningún cambio político real.
Seguramente para descalificar cualquier comentario de esta tendencia se acuda a la estúpida afirmación de que uno está pidiendo sangre. Esto, ciertamente, demuestra una alarmante ignorancia histórica y una falta de perspectiva fatal. Se deben recordar eventos como la Revolución egipcia de 2011 —la protesta en la Plaza Tahrir—; más recientemente el ‘Euromaidán’ en Ucrania y, más cercano a nosotros, el espíritu del 23 de enero de 1958 en Venezuela.
Todas estas son evidencias de que, cuando el ciudadano se empodera, sobrepasa cualquier violencia criminal que provenga del Estado y es capaz de imponer las solicitudes cívicas. Es necesario relatar la verdad, salirse de la posición cómoda y ser capaz de romper con el establishment impuesto (cuando éste se equivoca). Hoy es necesario, a pesar de todo el dolor que admitir estas palabras acarrea, decir que la Gran Toma de Caracas no fue un éxito… Desearía, al final del día, ser el equivocado.