
Me uno al regocijo de danzar sobre las lágrimas del progresismo y la izquierda mojigata. De verdad, vigoriza ver el predecible fracaso del rojerío mundial —Schadenfreude le llaman. No puedo ocultar que coincido con amantes reaccionarios de la libertad como Sánchez Dragó cuando endilgan dicha en sus columnas por «las pataletas» de los correctos y de los del martillo y la hoz. Pero hay algo que no estoy dispuesto a celebrar.
Se me es imposible festejar, como lo hacen algunos supuestos amantes del gran valor, el auge de un movimiento que se perfila, no como un reivindicador del liberalismo, sino como enemigo de las libertades fundamentales.
Escribe acertadamente el economista de la Escuela Austriaca Steven Horwitz que “demasiados libertarios odian más a la izquierda de lo que aman a la libertad”. Es eso precisamente lo que estamos presenciando al ver cómo un cúmulo de liberales se postran tras el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para ofrecerle un cálido espaldarazo —solo porque, al mismo tiempo, padece la progresía.
La verdad es que oponerse a Trump es, también, amar la libertad.
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El magnate lleva menos de quince días en el cargo y ya ha demostrado, como continúa Horwitz en un imprescindible artículo, que es “un aspirante a dictador, sin una onza del conocimiento respecto a los límites constitucionales del Gobierno, que amenaza las instituciones fundacionales del orden liberal”.
“Cada vez que Trump abre su boca, la amenaza fundamental a la libertad que él y sus seguidores encarnan, lo abruma”, continúa el economista para luego señalar que “ahora más que nunca los libertarios necesitan personas de buen corazón y de mente abierta para tener a la izquierda como aliado en un intento de preservar las cosas en las que estamos de acuerdo”.
“Nunca debemos dejar que nuestras frustraciones con la izquierda se vuelvan más importante que la preservación del orden liberal”, dice acertadamente Horwitz.
Por otra parte, escribe el economista: “Una respuesta a mi rechazo a Trump que he escuchado es que ‘¡Obama / Clinton era /habría sido peor!’. No, realmente no era peor y no creo que lo hubiese sido. Sí, es cierto, ellos pudieron haber ampliado el estado regulador, pero no habría un reavivamiento de la tortura, ni un muro, ningún registro, ni guerra comercial, ni un intento de amordazar a los medios de comunicación”.
Todo eso, ciertamente, lo hemos presenciado en estos días.
Los liberales que creemos en las fronteras abiertas y en la fundamental libertad de circulación, debemos contemplar, con dolor, cómo el líder estadounidense hoy evoca lo contrario a la defensa de ese gran valor.
En su discurso inaugural confirmó lo temido con una deprimente retórica: proteccionismo, nacionalismo y populismo. “Ni una alusión a la libertad”, como apuntó el economista y presidente de Freemarket Corporative Intelligence, Bernaldo de Quirós.
Debemos, además, observar la actitud autoritaria del «payaso de pelo zanahoria», según escribe Sánchez Dragó. Es el alzamiento de un muro fronterizo y la declaración de una guerra económica, una trágica muestra de que se avecina un vendaval alarmante.
“Los medios deberían cerrar la boca”, dijo Steve Bannon, el asesor de un presidente que la ha declarado la guerra, además, al periodismo desvergonzado.
La prensa jamás y de ninguna forma, debe ser censurada. Puede ser criticada, insultada y aborrecida; pero jamás censurada como hoy sugiere la administración republicana. De ocurrir lo contrario, ahí, cuando se censura la prensa, se deja el espacio libre a la tiranía. Alababa ya Tocqueville, en el siglo XIX, los males que es capaz de evitar, más que los beneficios que podría producir.
Por último, estamos hoy en presencia, también, de una orden ejecutiva diseñada para violar las libertades más fundamentales.
Ha Trump prohibido la entrada —cómo en algún momento también hizo Obama, pero con menor contundencia y cobertura— a Estados Unidos a los nacionales de siete países islámicos, incluso si son titulares del visado que otorga la residencia permanente (green card) —restricción que fue retirada luego de una fuerte presión mediática.
Escribe el director y socio fundador del Instituto Juan De Mariana, Juan Rallo, que el magnate se ha, de esa manera, arrogado la “competencia de arrebatarles el derecho de residir legalmente en el país a 500.000 personas, no porque hayan cometido ningún acto criminal, sino por su nacionalidad”.
Y, aunque “ciertamente ninguna sociedad debería acoger a aquellas personas que violen la ley (…) resulta altísimamente peligroso cercenar los derechos de residencia ya consolidados por la posibilidad —sin ninguna prueba— de que los titulares no se ajusten a los valores fundacionales de EE.UU”.
“Debe resultar inadmisible —incluso para un partidario de las fronteras cerradas— que el Gobierno recorte sin condena firme la libertad de movimiento de aquellas personas que ya son ciudadanos legales en Estados Unidos”, continúa Rallo.
Por lo tanto, aunado a su retórica general, “la escalada antiinmigratoria de Trump es un ataque directo al fundamento último del pensamiento liberal: la presunción de libertad, esto es, el respeto escrupuloso a la libertad de las personas salvo que existan fundados y comprobados motivos para limitarla”, espeta el economista del Instituto Juan de Mariana.
Aunque no debemos ceder a la hipocresía de la izquierda que hoy condena medidas tomadas por el magnate, pero que anteriormente habían sido llevadas a cabo por administraciones Demócratas o por regímenes autoritarios cómplices del rojerío; debemos esgrimir, contra el aborregado amor que suscita Trump por provocar el llanto zurdo, que el presidente republicano es un peligro para la libertad. Es una amenaza para la libertad individual.
Podría Trump continuar derogando libertades fundamentales si no es detenido. Por eso debemos condenar esta orden ejecutiva y someter a la inquisición cualquier voluntad de contrariar los principios del orden liberal.
Por eso, ¡qué siga la prensa jodiendo y no se detenga! Que presione y que “pare los pies a las aberrantes y liberticidas extensiones de las competencias gubernamentales” que Trump evoca.
Hoy impresiona como, por Trump “irritar a la izquierda, hay una derecha descerebrada que le aplaude”, como muy bien esgrime Bernaldo de Quirós.