No estoy a favor de imponer el silencio. La censura es solo un apéndice de la opresión y la sumisión. Se enquista en la libertad, el máximo valor, la alabanza a la valiosa capacidad de expresarse. No hay duda de que las opiniones incómodas son necesarias. Pero, aquellas que son peligrosas no deben disfrutar de la apreciación general.
Por un momento Milo Yiannopoulos fue entretenido. Evidentemente, un homosexual que apoya a Trump y se atreve a atacar a la comunidad LGBT, es interesante. Además de que hay muchas virtudes en torno a su fenómeno.
Yiannopoulos ha colaborado con la exposición del rojifascismo de Estados Unidos —aquel que es enemigo de la libertad de expresión y acude a la violencia para imponer la mordaza. Ha dicho verdades, ciertamente. Ha esgrimido la incomodidad como estandarte y había aparentado, hasta hace poco, tener un discurso libre.
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Pero, mi problema con Milo no es que diga infernales disparates. El problema es que Milo no es alguien serio, y alguien así no merece ser escuchado.
Solamente tres días después de aparecer en el programa de Bill Maher, Yiannopoulos comenzó a padecer el abandono. Los conservadores se comenzaron a dar cuenta del daño que hace un tipo cuya única función y voluntad es la de ser un provocador.
Luego se dio su forzosa renuncia del medio Breitbart, en el cual él era editor. Todo esto porque se publicó una grabación en la que Milo parecía estar aprobando la pedofilia: “La atracción sexual por alguien de 13 años que es sexualmente maduro, no es pedofilia”, dijo.
Su editorial lo abandonó; los conservadores lo abandonaron; sus colegas en Breitbart lo abandonaron, y ya es momento de que el resto del mundo lo abandone.
Es evidente que Milo Yiannopoulos es capaz de esgrimir cualquier barbaridad con el fin de ser incómodo. De molestar y agredir. Como señalé, ha dicho verdades; pero ha cruzado el límite y ha exhibido su peligrosa insensatez.
El problema ahora es que, como se lee en el medio Reason, “muchos republicanos creen que al invitarlo a hablar en universidades de todo el país están tomando una postura valiente contra las fuerzas de la corrección política, y anotando un gol a favor de la libertad de expresión”.
“De hecho, estaban desacreditando su propio movimiento al aliarse con un troll vicioso —y demostrando, de esa manera, que odian más a sus enemigos de lo que aman a sus principios alegados”, se lee en un artículo escrito por Shikha Dalmia.
Por lo tanto, “si los republicanos tienen el derecho de invitar a Yiannopoulos, otros tienen el derecho de juzgarlos por con quienes andan. Y Yiannopoulos es una mala, muy mala compañía”.