Este domingo 30 de julio se concretó uno de los mayores fraudes de los últimos años en Venezuela. El dictador consolidó su intento de derogar la República, de imponer y legalizar el totalitarismo. Pero no podrá. Hay toda una sociedad despierta. Firme. Empuñando el civismo en las calles.
En el transcurso del día, la torpe dictadura prefirió ofrecer una dantesca cifra, mucho más relevante que la farsa de Tibisay Lucena. Al final el número importante fue dieciséis. Dieciséis asesinado en el día más oscuro de esta reciente crisis en Venezuela. Una clara respuesta a la criminal y descarada farsa del chavismo. Nadie se lo cree y se han aniquilado.
Pero, en fin, el fraude se dio. Pasada la medianoche Maduro salió a la Plaza Bolívar de la capital, en un acto sumamente reducido, a celebrar; pero no como lo merecería la segunda «victoria» más contundente del régimen. Eso porque quienes lo orquestan saben que las consecuencias son inmensas y las padecerán pronto.
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Ya es 31 de julio. Aparentemente la República ya fue derogada; pero, ¿realmente qué ha cambiado? No fue ayer que se consolidó la instauración de la tiranía. Desde hace meses —incluso años— la Revolución Bolivariana ha actuado como una clara dictadura.
¿Detendrán ahora a la dirigencia opositora? ¿Expropiarán? ¿Asesinarán? No hay nada que ahora avale la ilegal Constituyente que antes no hayan hecho. Han detenido arbitrariamente, robado y asesinado. Ejecutan en las calles y torturan en las cárceles. Lo han hecho y seguirán.
La ciudadanía parece temerle al intento de imposición del totalitarismo como si algo realmente cambiase a partir de la ilegalidad de este domingo. Antes no había Estado de derecho. Era un régimen tiránico en su intento de minar cualquier vestigio de civilidad. Sigue siendo así.
Otro de los argumentos que se empuñan para inquietarse por la imposición del delito es que ahora, aparentemente, puede la dictadura vestir de legalidad sus acciones. Reformarán el Estado, pero no será legítimo. Entonces, ¿para quién simularán legalidad?
Hay toda una sociedad en las calles erigiendo el civismo y que rechaza abiertamente a un pequeño grupo de criminales. Y, además, hoy la complicidad internacional que por años gozó el chavismo no existe; hay, en cambio, toda una comunidad alerta y que ya rechazó los resultados de la Constituyente.
¿Para quién, entonces, quieren aparentar legalidad? ¿Para ellos mismos? ¿Maduro querrá que Diosdado piense que los asesinatos son constitucionales? ¿O querrá Tareck hacer creer a menos del 10 % de la población que el narcotráfico es una actividad honorable y legítima?
No es mucho lo que ha cambiado. Las arbitrariedades seguirán como las ha padecido la sociedad en estos últimos cuatro meses; pero ahora Nicolás Maduro decidió emprender esta nueva etapa que no le favorece en lo absoluto.
Y, lo que ahora afortunadamente se ha generado es que las alternativas para lograr el rescate de la libertad se han reducido. Los leguleyos y enfermos electoralistas deberán ser apartados. El régimen volvió a demostrar —como si fuese necesario— que en dictadura no hay elección que valga. Y eso, realmente, es conveniente.
El propósito tampoco ha cambiado. Jamás la intención fue detener la ilegal imposición de la Asamblea Nacional Constituyente. En Venezuela los ciudadanos han acudido a las calles con el fin de que la dictadura salga, y esa sigue siendo la finalidad.
Debemos los venezolanos recordar que esta nueva coyuntura —oportunidad histórica para el rescate de la libertad— inició con el secuestro del Parlamento el 31 de marzo de este año. Cada torpeza de la dictadura significa, al mismo tiempo, un resbalón que podría acelerar su salida —algo ineludible e inminente. Así que no tengamos pavor a los atropellos demenciales de un régimen agónico. Eso, mientras de este lado haya firmeza.
Pronto se rescatará la libertad. De ello no hay duda. Pero vivimos, al mismo tiempo, los momentos más oscuros. Claudicar no es una opción y mucho menos cuando el triunfo está tan cerca.
Seamos firmes y exijamos, también, firmeza a nuestra dirigencia. Si algo espera la dictadura es docilidad y obediencia. No hay que darle el gusto porque ello nos conducirá a la victoria.