Han aparecido unos mensajes a raíz de los resultados del fraude de este domingo diez de diciembre. Muchos, infelices. Son de estos habitantes “opositores” de municipios a los que Maduro les regaló un alcalde.
Ellos, con una superioridad moral terrible, llaman la atención al resto del país. Primero, celebran la dádiva del dictador. Y, luego, pretenden dar lecciones: “Si hubiesen votado, como nosotros, el mapa hoy no sería rojo; en cambio, se abstuvieron”. Ahora jódanse, les falta.
No solo se trata de una lectura simplista; sino que existe un gesto de complicidad que es inadmisible.
Los resultados del evento de este domingo —porque ni elección se le puede llamar a esa parodia—, son fraudulentos. Punto. Cualquier debate que se dé en torno al proceso electoral es inocuo. Fútil. No se puede discutir cuando todo se somete a la voluntad de unos criminales.
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Desde que en el país se impuso —ilegalmente y ensangrentada— la Asamblea Nacional Constituyente, en Venezuela impera un régimen totalitario. Un sistema que lo controla todo y no cede espacios. No hay, entonces, terreno que se pueda conquistar. No existen victorias medias. En ese momento, con el fraude más criminal de la historia contemporánea de una nación, se ratificó que la libertad jamás será rescata a través de la vía electoral. El voto ha dejado de tener efectividad política.
Pero, en cambio, la participación en un proceso orquestado por unos criminales sí genera una consecuencia determinante. No por nada hoy es un régimen que se ufana de haber celebrado tres eventos “democráticos” este año. Dos en los cuales el régimen contó con el apoyo (complicidad) de parte de la dirigencia opositora oficial.
Los motivos para abstenerse son muchos. Más, sin duda, que los que pueda tener el que insiste con el voto. La intención no es exponerlos acá —misma coyuntura que la que existía para el quince de octubre con las regionales—.
Simplemente, las condiciones no están dadas. No son elecciones libres. En Venezuela no se elige. Cualquier proceso electoral es solo un fraude. Y cualquier victoria que el régimen ceda a este bando, no es más que un consuelo a los ingenuos. De aquellos negacionistas de la realidad. Personajes felices y radiantes. Místicos y espirituales. Creyentes, quizá, en el esoterismo y en El Secreto —imagino pensarán que si insistimos, no sé, par de años más, el dictador entenderá que nadie lo quiere y se entristecerá—.
Culpar a la abstención de los resultados de las municipales no es sino trasladar la responsabilidad. Inadmisible, porque es ahora de que todos asuman sus fracasos: la MUD participó el quince de octubre y los resultados fueron terribles; de repente ahora las condiciones no son adecuadas y la MUD anuncia que no participará en las municipales.
Aparecen, entonces, múltiples candidatos independientes para cada alcaldía —y que además cuentan con el respaldo de los partidos de la misma Unidad que decidió no participar—; se divide el voto —todo esto sin tomar en cuenta un terrible historial de colaboración—.
Quien ha entregado el país al chavismo ha sido una dirigencia cómplice. Suena cándido. Hasta infantil. Pero es la simple verdad.
Claro, también es cierto: no hay forma de que la abstención conquiste victorias políticas —evidentemente, tampoco el voto—. Pero este domingo diez de diciembre se envió un mensaje. Claro y necesario: los ciudadanos no están dispuestos a alcahuetear irresponsabilidades e incoherencias de una dirigencia; y tampoco de continuar con la ruta electoral —que es, por supuesto, la ruta de la dictadura—.
Lo de ayer fue un fraude —como lo fueron las regionales y lo serán todos los procesos que se celebran bajo el totalitarismo—. El quince de octubre el régimen arrebató gobernaciones a candidatos que la merecían. Se la quitó al legítimo gobernador del Zulia, Juan Pablo Guanipa, por no arrodillarse.
Pero cuando sus compañeros de la Mesa de la Unidad que también triunfaron, los gobernadores adecos, se subordinaron a la Asamblea Nacional Constituyente, se convirtieron inmediatamente en cómplices de la arbitrariedad contra Guanipa. En cómplices también del desmantelamiento de la República.
Hoy, cada opositor que reciba un municipio por parte del Consejo Nacional Electoral, y lo celebre, se convierte inmediatamente en cómplice del fraude y del aniquilamiento de la sociedad. O se asume que el proceso de este diez de diciembre fue fraudulento o se considera legítima a la dictadura.
Lo segundo implicaría una traición a toda una ciudadanía que se ha mantenido de pie, aferrada a sus principios. La misma ciudadanía que ayer prefirió no acompañar a los déspotas y a sus cómplices. Los que prefieren no alcahuetear la irresponsabilidad y la cohabitación.
La limosna electoral de este domingo se redujo. Evidencia de que no hay pudor. Seguridad, también, de que se debatirá sobre la abstención y otras idioteces. Pero obsequiaron algunos triunfos. Espacios celebrados por los ingenuos, quienes creen, en su pequeñez, que acaban de conquistar alguna victoria en medio de un totalitarismo. Ingenuos, claro, pero muy altivos.