“Pocos saben lo que significa vivir casi dos semanas sin agua. Tu vida termina degradándose completamente. Cada aspecto. Es como retroceder y dejar de ser parte de la civilización”, dijo a PanAm Post, Glenia Suárez, habitante de una zona popular en el estado Carabobo, a 180 kilómetros de Caracas.
Suárez debe levantarse temprano cada mañana y manejar unos ocho kilómetros para recolectar agua en un pozo cercano. Es su rutina desde hace unos días, cuando a su urbanización le cortaron el suministro de agua.
No es mucho lo que puede reunir. Apenas unos ocho litros, que es lo que la falta de compañía le obliga a cargar. No tiene pareja y debe llegar rápido a su casa para levantar a sus hijos, darles el desayuno y despedirlos por el colegio. Esos ocho litros los trata de racionar por casi dieciocho horas, hasta que comience la rutina al día siguiente. Espera que duren lo suficiente para que los baños no hiedan, para la higiene familiar y algunas urgencias.
Además de la pequeña familia de Suárez, otros 30 hogares también padecen lo mismo. Llevan casi dos semanas sin agua y nadie responde. Deben paliar la dramática situación con alternativas. Sin embargo, resulta inviable. Vejatorio.
Con la llegada del régimen chavista y el completo control de las compañías que distribuyen agua en el país, la eficiencia del suministro del imprescindible recurso se ha degradado mortalmente.
Hoy Venezuela padece un colapso total del aparataje necesario para que los hogares del país puedan contar con los servicios básicos. El agua, la electricidad y el gas ahora son suntuosidades; pero no de la clase alta, sino de los afortunados.
“Fui a una clínica con mi hijo hace tres días. Aquí en Caracas. No tenían agua. Los baños estaban cochinísimos. Eso es inaudito. ¿Cómo es posible que una clínica privada no tenga agua en este país? Bueno, sí es posible”, comentó Elizabeth Sánchez.
De acuerdo con Sánchez, en la clínica le respondieron que el servicio llevaba más de tres semanas sin estar disponible. Por mucho tiempo pudieron sortear el percance alquilando cisternas de agua (servicio de camiones con agua potable); pero, debido a los altos precios, ya no es rentable seguir contratándolos.
En el Hospital General Dr. José Gregorio Hernández tampoco hay agua. Pero no desde hace días; sino meses. El servicio llega de forma esporádica. De resto es un drama que termina generando un daño inmenso en los pacientes.
Como la clínica a la que fue Elizabeth Sánchez, son muchas las comunidades que se ven en la obligación de subsistir contratando el servicio de camiones con agua. “Aquí en el edificio en el que vivo, todos los vecinos nos hemos puesto de acuerdo para contratar la cisterna. Es la única forma de tener agua, pero es demasiado costoso. Aunque no hay otra opción”, dijo a PanAm Post, Miguel Ortiz, quien vive en el municipio Baruta, Caracas.
Debido a la inmensa demanda, ha habido denuncias de supuestos sobreprecios en el servicio de camiones cisternas. En febrero de 2010, el diario El Carabobeño reseñó la querella: “El presidente del Concejo Municipal de Naguanagua, Gustavo Mercado, declaró ayer que son constantes las denuncias sobre cobros exagerados”.
“Mercado se dirigió al llenadero adyacente a las canchas de tenis de Naguanagua para denunciar precios de venta de siete mil hasta 15 mil bolívares por cada mil litros. Eso representa una ganancia de hasta 88,89 % para quienes tienen el beneficio de comprar agua barata en los pozos de Hidrocentro y venderla cara en comunidades”, se lee en el diario.
Y no solo se trata de la falta del servicio. Es, también, la calidad: “Olores pestilentes o falta de agua por las tuberías ha convertido, ha convertido a los cisternas en una necesidad para cientos de familia”.
“Casi ocho kilómetros separan a Micaela de Quiñónez del origen de sus molestias cada día al salir de la ducha. Los ojos se le irritan, la piel le pica y las vías respiratorias se le congestionan. Es un cóctel de afecciones que ella le atribuye al intenso olor a cloro que sale de la regadera”, señala la periodista Dayri Blanco en El Carabobeño.
Hoy son demasiadas las comunidades que no tienen el servicio o que, por la calidad del agua, deben recurrir a alternativas. En el estado petrolero de Venezuela, Zulia, el que tiene la mayor población y las más altas temperaturas del país, la falta del suministro del agua o la electricidad ha derivado en fuertes protestas y en represión por parte del Estado.
Es un verdadero drama que lleva días asediando a toda una región del país. A pocos kilómetros de Zulia, en el estado Mérida, tampoco hay agua. Del grifo no sale nada y por ello la lluvia es un fenómeno a adorar.
“Centenares de merideños salieron a la calle la noche de este martes 25 de abril para tratar de bañarse con agua de lluvia y recoger el deseado líquido, no potable, para tratar de limpiar baños”, se lee en el medio Comunicación Continua.
Merideños salieron a la calle a bañarse con agua de lluvia https://t.co/YwtUNcJyL8 pic.twitter.com/Yzp0ESMObM
— Leonardo León (@leoperiodista) April 25, 2018
Imágenes que sorprenden y que son testimonios para horrorizarse de un país destruido. Cuándo, quizá, se habría pensado que los ciudadanos de un país otrora punta de lanza en la prosperidad de Latinoamérica, se bañarían bajo la lluvia porque del grifo del baño solo sale aire.
El ingeniero hidráulico, profesor y vicepresidente de la Asociación Internacional de Investigación Hidroambiental, Arturo Marcano, señaló en un foro de la Universidad Católica Andrés Bello que “si no hay inversión de los sistemas, podemos llegar a escasez de agua”.
De acuerdo con el régimen de Nicolás Maduro, la falta del servicio obedece a problemas y fenómenos ambientales que, al parecer, se empeñan en devastar a Venezuela. No obstante, se coincide en que se trata de un problema de mantenimiento y falta de inversión.
“El problema de Venezuela no es de escasez de agua sino de severas fallas de gestión (…) [es] la poca inversión y mantenimiento en las plantas hidroeléctricas y acueductos, y su consiguiente efecto negativo en los servicios básicos”, señaló el diario Correo del Caroní, que reseñó el foro del profesor Arturo Marcano.
Las empresas Hidrocapital, Hidrocentro, Hidrolara, Agua de Mérida e Hidrolago, son todas filiales de la compañía Hidroven, que pertenece al Estado. Son las encargadas de suministrar el servicio a las diferentes del país; y, por lo tanto, son también las responsables del drama que padecen los venezolanos.
“Un ingeniero que trabaja en Hidrocapital y que pidió mantener su nombre en reserva señaló: ‘El mantenimiento ya no se hace con la misma frecuencia desde que se propusieron reducir los costos”, se lee en El Nacional.
Es una muestra más del fracaso del control por parte del Estado de la distribución de recursos fundamentales para el ciudadano. Toda Venezuela es, de hecho, un símbolo de ese naufragio. Es el agua, la electricidad y el gas. No hay en el país. Para nadie. No los hay como debería haber, al menos.
“En esta residencia racionan el agua dos veces al día. Es horrible porque uno debe estar siempre atento para lavar ropa, fregar o bañarse. He dejado compromisos o los he postergado porque sé que en mi casa llega el agua a tal hora. ¿Eso es vida?”, dijo Martha Morales, quien vive en una acomodada zona residencial del estado Carabobo.
A las 8:30 de la noche en el hogar de Morales inicia una insoportable carrera por aprovechar la media hora que dura el servicio. Martha Morales, la madre de la familia, lava los platos y enciende la lavadora. Sus dos hijos se bañan y se aseguran de que los baños estén impecables. El padre recopila agua en bidones de 20 litros. Es el hábito que han asumido desde hace meses. Ya ningún miembro del la familia recuerda cuándo inició el racionamiento.
Ya Venezuela es un país desgastado. Un expaís en un mundo cada vez más próspero. Ahora es el Estado, el pedazo de tierra, en el que las clínicas y hospitales no tienen agua. En el que las familias postergan reuniones por lavar la ropa y aprovechan la lluvia para desprenderse del sudor de la tarde.