Por sus esfuerzos determinantes en la desnuclearización de la península coreana y el acercamiento entre ambas Coreas, el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, considera que Donald Trump se merece el prestigioso premio Nobel de la Paz.
“El presidente Trump debería ganar el premio Nobel de la Paz. Lo que necesitamos eso solo paz”, dijo Moon en una reunión importante, según develó un funcionario de la presidencia surcoreana.
Es, sin duda, una aseveración temeraria. Pero no la dice cualquiera. Quien pide el Nobel de la Paz para el presidente Trump es uno de los protagonistas de la trama. Uno de los antagonistas del tirano norcoreano, Kim Jong-un.
Según se lee en el medio Reuters, “la administración Trump ha liderado un esfuerzo global para imponer sanciones cada vez más estrictas a Corea del Norte y el presidente de Estados Unidos intercambió belicosas amenazas con Kim el año pasado sobre el desarrollo de misiles nucleares de Corea del Norte capaces de llegar a Estados Unidos”.
La polémica trama tuvo su momento álgido cuando Trump dijo a Kim Jong-un: ¿Puede alguien de su régimen agotado y hambriento informarle que yo también tengo un botón nuclear, pero que es mucho más grande y más poderoso que el suyo? ¡Y mi botón funciona!”. Antes, el dictador asiático había amenazado a Estados Unidos.
De ese tribal encontronazo se pasó al «histórico» retrato: Kim Jong-un y Moon Jae-in cara a cara en la zona desmilitarizada que divide a las dos Coreas. Un momento sublime que marca, sin duda, un hito en la historia moderna. Por primera vez en más de cincuenta años —desde la guerra (1950-1953)— los dos líderes de ambas naciones se estrechaban las manos y pisaban el territorio forastero.
The handshake that made history. pic.twitter.com/JB09Ce9mHt
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Para Corea del Sur, es a Donald Trump a quien se le debe de reconocer la crucial estrechada de manos. La ministra de Relaciones Exteriores surcoreana, Kang Kuyng-wha, dijo a CNN que Trump es el principal responsable de llevar a Kim Jong-un a la mesa de negociaciones.
“Claramente, los créditos van para Trump”, dijo Kang a la periodista Christine Amanpour.
No se equivoca. Trump lideró el afán de torcer el brazo al dictador norcoreano. Algunos le atribuyen carga del triunfo, también, a China. Pero al final, sin la determinación del presidente de Estados Unidos y el riesgo que significaba para Asia una confrontación bélica, jamás se hubiera presionado al tirano.
La postura de Kim Jong-un cambió radicalmente. Es obvio que solo era un malcriado que necesitaba que le dijeran que hay “botones nucleares” más grandes que el de él. Una amenaza.
Ahora se le ve, contento, dando apretones de manos. Hablando sobre la necesidad de paz e, incluso, invitando a funcionarios surcoreanos y estadounidenses a presenciar la desnuclearización. Le agarrará el gusto a las giras y a las estrechadas de mano. A ser la vedette de un mundo que lo debería despreciar; pero que ahora le reconoce su voluntad de brindar nuevamente la paz después de un tenso período de décadas.
Dijeron que el «psicópata» de Estados Unidos desataría una guerra nuclear con sus amenazas y su acoso. Hoy el logro es histórico y es, en gran parte, suyo. Trump forzó al malcriado de Corea del Norte a sonreír frente a AFP a un lado de Moon Jae-in. Miope y necio es no reconocerlo.
El fotón de AFP. Para la historia pic.twitter.com/0hldtGQoYQ
— Dori Toribio (@DoriToribio) April 27, 2018
De repente lo que sugiere el mandatario surcoreano es excesivo. Pero, a Santos le dieron un Nobel de la Paz por un acuerdo injusto e impopular. A Obama por no hacer nada. Trump, el detestable, no es que lo merece y ya; pero hay una discusión pendiente. O evitarla sería hipócrita.
En el medio The Telegraph, el columnista Daniel McCarthy propone lo mismo que Moon Jae-in; y dice: “El Comité del Nobel tiene una especie de fetiche por otorgar el premio de la Paz a los políticos estadounidenses de centro izquierda, independientemente de su mérito”. Menciona a Jimmy Carter y a Al Gore.
Luego, insiste, el mérito de Donald Trump en este histórico acercamiento y la desnuclearización de la península —es decir, evitar la amenaza latente de una guerra nuclear— es real. Y es, también, inmenso. Su gran triunfo.
Quizá sería demasiado atrevido entregarle el Nobel a un personaje tan aborrecido como Donald Trump. Pero no se trata de ello, sino de discutir el desprestigio gradual del premio y cómo se han premiado esfuerzos intrascendentes o a otros personajes, tan controvertidos como Trump, como Henry Kissinger.
Garry Kaspárov, el «Gran Mestro» del ajedrez, activista ruso y reconocido escritor, disiente de todos aquellos que sugieren reconocer este triunfo político de Trump como, al mismo tiempo, una victoria para la causa de los derechos humanos. En su cuenta de Twitter ofreció una perspectiva interesante sobre la implícita consecuencia de este acercamiento entre ambas naciones.
“Lo que está pasando entre ambas Coreas hoy es la subasta de esclavos más grande de la historia. Legitimará y perpetuará el estado de los campos de concentración de Kim Jong-un quien, por supuesto, no renunciará a sus armas nucleares”, dice Kaspárov.
“En 1987, muchos animaron a Reagan a aceptar las ofertas de Gorbachov para desescalar el conflicto, para reducir la presión sobre la Unión Soviética. [Reagan] se mantuvo firme y después cayó el muro y la Unión Soviética colapsó. Si Reagan ‘hubiera hecho las paces’, yo todavía estuviera jugando al ajedrez para la Unión Soviética”, agrega.
Luego, concluye el activista y reconocido crítico de Vladimir Putin: “Extender la vida y la legitimidad del brutal régimen totalitario en Corea del Norte no es progreso o paz. Potencialmente mejorar ligeramente las condiciones de vida de 20 millones de esclavos mientras se prolonga su servidumbre no es una victoria moral”.
Kaspárov plantea un punto importante. Sin embargo, no se puede menospreciar la histórica trascendencia del acercamiento entre Corea del Sur y Corea del Norte y la promesa de Kim Jong-un de la desnuclearización. Es un cambio fundamental en la retórica. La amenaza de un conflicto nuclear durante el año pasado puso al mundo en una tensión que quizá no sentía desde la crisis de los misiles en Cuba en otoño de 1962.
Es cierto que en Corea del Norte impera un terrible y consolidado régimen totalitario. Cada aspecto de cada vida de las gentes es dominado por el criminal autoritarismo de Kim Jong-un. Torturas, encarcelamientos y ejecuciones. Hambre. Miseria.
El de Corea del Norte es la perfección de lo que la pensadora Hannah Arendt describía en su gran obra, Los orígenes del totalitarismo. Una máquina de terror perfecta que lo controla todo. Es el poder completo en las manos del malcriado y su familia.
Kim Jong-un lo entiende muy bien; pero también debe saber que no le conviene un conflicto con Occidente. En el diario El País se dice que “la precaria economía norcoreana” obligó al régimen a abrirse al mundo. Pueden ser muchas las razones. Pero la verdad es que el dictador hará todo mientras su permanencia en el poder no se vea amenazada.
Pero mientras, por este histórico avance en la humanidad, es importante plantear el debate sobre la responsabilidad del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Su preocupación son los intereses de Estados Unidos. El de Corea del Norte es un régimen sólido que no se ve desafiado por ninguna sociedad; ya que no existe el mínimo espacio para la disidencia. Probablemente se pensará que, por ahora, las prioridades del mundo son diferentes a las prioridades de los norcoreanos.