Porque la comunidad internacional ha decidido que sea la líder axiomática de la oposición venezolana. De la verdadera. También los ciudadanos venezolanos.
El apoyo, la solidaridad abrumadora frente a los desafueros, lo exhibió. María Corina Machado se perfila como la opción más sensata para timonear a una sociedad angustiada y desvalida. También, decepcionada. Los últimos trabajos de la encuestadora Meganálisis —quizá la más apegada a la realidad— demuestran cuán desilusionada anda la ciudadanía ante una dirigencia irresponsable, y cuánta confianza sería capaz de depositar en la coordinadora de Vente Venezuela y confundadora de la alianza Soy Venezuela.
Por ello le temen. Pero también por lo que representa. Por lo que fue y lo que se ha convertido.
Desde su irrupción célebre con el valiente “expropiar es robar” en la cara del hasta el momento intocable Hugo Chávez, hasta su exposición del caso de Venezuela en la Organización de Estados Americanos que le costó el curul en la Asamblea Nacional de Venezuela. También por su papel en el importante movimiento de La Salida en el 2014 y por su temprano entendimiento de la verdadera naturaleza de la Revolución Bolivariana —y, en consecuencia, su convicción de que el sistema no permitirá el desarrollo de alternativas democráticas—. Por hablar de «narcodictadura», de régimen de «mafias» y de la «dominación cubana».
María Corina Machado se ha atrevido a declamar sobre libertad, principios y mercados en un país demasiado acostumbrado a la repartición de dádivas. Y le habla a la Venezuela rural. A la pobre. A la que el canalla nacionalismo tribal ha pretendido dominar. Aunque su discurso fuera abstracto, ignoto para la clase política y las personas, no lo ha abandonado. Insiste, quizá en contra de las sugerencias de quienes preferirían impulsar su popularidad, que ese es el debate adecuado. Que se trata de una lucha de principios. De una contienda por las libertades fundamentales.
Por ello también le temen.
Los pocos que la detestan, lo hacen porque no cede. Porque habla cuando otros consideran que debiera callar. Porque se apartó de quienes se ungieron como representantes oficiales de una sociedad; y porque lo hizo asumiendo costos incalculables. Ha denunciado complicidades y aprovechado cada instante para subrayar los desaciertos de los demás. Critica, porque debe hacerlo. Y no calla, como otros quisieran. Por ello también le temen.
María Corina Machado no es infalible y este texto no busca ser una oda —y, por ello, también se esencial que la ciudadanía se mantenga, siempre, vigilante y exigente—. Su vocación de poder —valor indispensable de cualquier político genuino— la convierte en una líder desafiante. Seguro aspira a la presidencia, a dirigir este roto país, y por ello también debe ser implacable.
Es lo natural. Y es lo que también la convierte en una líder peligrosa. A temer. Para quienes dominan una nación, para los cómplices del sistema, para el statu quo y para sus adversarios en la oposición. Por ser peligrosa, por ser una amenaza y por generar temor, María Corina Machado debe ser suprimida. Su liderazgo, abolido.
Quizá el golpe no lo han asestado por el costo inherente al gigantesco apoyo internacional que goza la dirigente de Soy Venezuela. Pero el país atraviesa sus momentos más oscuros, los de la agonía de la Revolución Bolivariana, y el pánico al declive pudiera provocar las rabietas más letales.
Aunque se pudiera estar en desacuerdo con lo escrito — o reconocer cada uno de los valores de María Corina Machado y, aún así, detestarla— es momento de andar vigilantes. De que la sociedad resguarde a sus líderes y esté dispuesta a reaccionar a cualquier atropello. Coincidir en que las amenazas a María Corina Machado son repulsivas y que solo constituyen otra de las pretensiones del sistema totalitario de apagar cada exposición de principios.
A Machado le temen porque representa lo que el régimen detesta. También es una amenaza. Irán contra ella si se permite. La anularán si no nos importa.