Nadie esperaba que en la mañana de este martes 9 de octubre renunciara la embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Nikki Haley.
Dimitió en un acto demasiado cordial, comparado a las anteriores renuncias que han afectado a la administración republicana de Donald Trump. En el Despacho Oval, Haley se explayó en loas al presidente. Trump respondió igual, diciendo que juntos han hecho “un trabajo fantástico”.
“Fui gobernadora durante seis años y lidiamos con un huracán, un año de mil inundaciones, tiroteos en una iglesia, en una escuela. Sucedió mucho. Y luego vinieron dos años con Rusia, Irán y Corea del Norte. Han sido ocho años intensos y soy una creyente en los límites del mandato. Creo que tienes que ser lo suficientemente desinteresado para saber cuándo te apartas y permites que otra persona haga el trabajo. Así que gracias señor presidente. Ha sido un honor”, dijo Haley, junto a Trump, quien se desempeña en el cargo en las Naciones Unidas desde enero de 2017.
Aunque la dimisión agarró por sorpresa a muchos, Trump aseguró en el Salón Oval que Haley le había comentado, hace seis meses, que tenía intención de “tomarse un poco de tiempo libre”.
En el medio CNN especulan. Y hay tres teorías para explicar la renuncia, según ellos — que no simpatizan con la administración republicana—. La primera es que Haley es demasiado moderada para el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el asesor de seguridad nacional, John Bolton, ambos halcones, belicistas y de línea dura.
También dicen que la exgobernadora y embajadora, quien lleva al menos trece años en cargos públicos, podría necesitar asumir una tarea más lucrativa. Y, por último, que quiere ser presidenta. Pero este martes, frente a Trump, dijo que no lo haría. En cambio, que lo apoyaría en su intento de buscar la reelección.
Aunque la señalan como demasiado moderada para la línea dura que está adoptando la administración de Trump —y que ha terminado en la dimisión de otros antiguos funcionarios, como Rex Tillerson—, el paso de Haley por las Naciones Unidas será recordado por su retórica frontal y su compromiso contra tiranías en el mundo, como la iraní y la de Corea del Norte.
“No hay un nuevo sheriff en la ciudad”, dijo, con sorna, la secretaria de prensa de la misión de Irán en la ONU, Alireza Miyousefi.
“No sabemos quién era ni de quién se trataba, pero ella era un grave problema en la ONU con sus declaraciones no informadas y la causa del aislamiento de los Estados Unidos”, dijo también Miryousefi.
Sin embargo, en Latinoamérica Nikki Haley será principalmente recordada por su postura ante el régimen dictatorial de Nicolás Maduro. También, por su compromiso con la causa por la libertad de los venezolanos. Esto, irrebatible.
Jamás una diplomática estadounidense había erigido una narrativa tan hostil e implacable contra el régimen chavista. Desde que asumió, en enero de 2017, Haley reservó un espacio en su agenda para denunciar el desboque criminal de la dictadura.
Desde el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas convocó, en dos ocasiones, el caso de Venezuela bajo la denominada «Fórmula Arria». En la primera reunión sentenció al régimen de Nicolás Maduro como una “narcodictadura” y, en la segunda, celebrada el lunes 10 de septiembre, tildó al número dos del chavismo, Diosdado Cabello, como “ladrón y narcotraficante”.
Fueron declaraciones determinantes, inéditas entre el mundo de la diplomacia, que influyen decisivamente en la postura de la administración republicana frente al drama humanitario que padece la región.
En otra muestra incontestable de su compromiso con la tragedia provocada por el chavismo, Haley visitó, a principios de agosto, la frontera entre Colombia y Venezuela. Constató, de frente, el desarraigo al que Nicolás Maduro ha sometido a cientos de miles de venezolanos.
“El mundo tiene que darse cuenta de que en Venezuela hay una dictadura (…) Cuando ves la situación y ves los hechos: Venezuela solía ser un país próspero y exitoso. Y ahora ves a nuestros hermanos venezolanos y tienen que cruzar este puente para alimentarse y tener medicinas”, dijo Haley frente al Puente Simón Bolívar en la frontera.
No obstante, su gesto más valioso fue el del 27 de septiembre, en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Frente a los cientos de venezolanos que protestaban contra la visita de Nicolás Maduro a Nueva York, Haley blandió un altoparlante. Le dijo a los manifestantes que la administración republicana no descansaría hasta que Maduro deje el poder. Que ella misma, la embajadora, está comprometida con la causa por la libertad de Venezuela.
“No vamos a dejar que el régimen de Maduro, apoyado por Cuba, siga haciéndole daño a los venezolanos. Así que les digo: alzaré mi voz, Trump alzará su voz, Estados Unidos alzará su voz, y Maduro nos escuchará”, dijo, en un gesto inédito.
Hoy Haley dimite. Pero deberá ser recordada como una voz valiente y rotunda desde las Naciones Unidas. Hasta hace poco demostraba su compromiso, indiscutible, con la causa por la libertad en Venezuela.
Como dijo el expresidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Diego Arria —a quien se le debe la creación de la fórmula que la misma Haley utilizó bajo su gestión—: “Sin duda la renuncia de la embajadora Nikki Haley, en las Naciones Unidas, representando a los Estados Unidos, es una pérdida para los que queremos rescatar la libertad en Venezuela. Ha sido una formidable aliada de la causa (…) Esta mujer debe ser recordada con afecto por los venezolanos, que tenemos mucho que agradecerle”.
La salida de Haley no tiene por qué, necesariamente, ser una pérdida para la causa por el retorno de la institucionalidad en Venezuela; de hecho, podría tratarse de lo contrario. La administración de Donald Trump, comprometida con “limpiar” al país devastado por Maduro, estaría buscando robustecer su línea dura en política exterior. No obstante, es pertinente recordar su guiños, valiosísimos.